Las fiestas de quince son todo un success en la geografía insular. Las bellas cumpleañeras de la edad de las ilusiones se hacen “reinas por un día” en un entramado de parejas que danzan al ritmo de melodías de moda, remedo actualizado del socorrido “Vals sobre las Olas” de Strauss. Por detrás de las poses coreográficas los padres de la homenajeada han hecho ya un desembolso considerable de unos cuantos miles, para asegurarle a la pequeña la posteridad del recuerdo. Fotos digitales hábilmente trucadas donde la pequeña se codea con el jet set de Hollywood ; fabulosas poses en palacios de hadas, la selva tropical y hasta la Muralla China de fondo. El cambio de vestidos es absolutamente inconmesurable, cinco o seis de aquellos hacen la media. Amén de la renta de un vistoso Chevrolet Impala que conduce a la emperifollada princesa por las calles citadinas al ritmo de pitazos ensordecedores. La fiesta a toda mecha y el buffet siempre “de primera” complementan el ensamblaje festivo cuyas finanzas se gestionan desde el nacimiento de la quinceañera, o que se deberán en crecidas sumas mensuales al “garrotero de turno”, si es que alguna “tía vieja” o algún pariente en el extranjero no se han hecho cargo del asunto. Fiesta para un día que luego se explicita en el costoso Album de fotos, y en el siempre infaltable video que parece más de promoción para el estrellato de una Miss Universo, que para una simple celebración de los quince años de cualquier adolescente de este aquí y ahora.
Carlos A. Peón-Casas
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