Los jugadores de dominó pululan a lo temprano por las aceras de los barrios. No son más de las diez de un día de semana laborable, pero ya han montado un muy práctico tablero-mesa que se apoya en las piernas de los jugadores de turno, y se acomodan en banquitos muy apropiados para tales efectos. Una botella de “chispa” de las de veintidós pesos los anima, el que pierda la data paga la siguiente. Los jugadores no tienen trabajo habitual, viven como muchos de “lo que cae”, sin apuros ni horarios. Un recorrido por cualquier barriada puede descubrir grupos de tal tipo en número creciente. Antes era habitual el pasatiempo en horario nocturno, después de la comida, y bajo la precaria luz incandescente de los bombillos, arrimados a cualquier poste del alumbrado público. Jugar a pleno día, en el horario en que la mayoría debe acudir a sus sitios de labor habituales, parece ser una modalidad de estos actuales tiempos que cada día tiene más adeptos.
Carlos A. Peón-Casas
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