Saturday, May 3, 2008

Estampas camagüeyanas


XVIII


El Europa, el hotel de mi abuelo.



El hotel de mi abuelo Peón fue un tema recurrente en mi infancia, marcada además por otras historias que animaron tan feliz estadio de mi vida. La abuela Emilia lo rememoraba con fruición a cada rato; para entonces el abuelo ya había fallecido, y su memoria se hacía tangible a través de tantas bellas vivencias de su larga vida en común, en la que aquella co-propiedad familiar era parte fue sin dudas parte sustanciosa. El pequeño hotel Europa se ubicaba en el mismo edificio que el muy conocido Hotel Plaza, acaso un remedo trasnochado del neoyorquino, y propiedad en los años republicanos de aquel Camagüey con alma de trascendencia, del Sr. Grossman.

Compartir el mismo edificio que el más opulento Plaza, le confirió al modesto pero siempre solvente Hotel Europa, la ventaja de ubicarse en un área neurálgica para la ciudad de entonces: el entorno de la siempre movida Terminal de Ferrocarriles de la ciudad. La calle Nueva que corría por el fondo de aquella, y que luego sería re-bautizada como de Van Horne, por el prolífico benefactor de la ciudad: William Van Horne, de quien se tiene especial memoria, pues regaló una de las monumentales campanas que todavía deja sonar su noble bronce desde el campanario de la legendaria Iglesia de la Soledad.


Foto/B.A.M. Flickr

El ferrocarril que hizo su entrada oficial al Camagüey en 1903, trajo también abundosos huéspedes para ambas instalaciones hoteleras, que compartían los muros del mismo edificio, al fondo de la estación. El abuelo fue propietario del Europa por casi una década, desde mediado de los años cuarenta. El usufructo de aquella propiedad que compartía con otro socio, el Sr. Gerardo Riestra, le proporcionó a mi abuelo Peón los dividendos necesarios para adquirir la casa familiar de la calle García Roco, el solar paterno donde criar a su prole, y que es hoy ese espacio fulgurante de memoria y recuerdos que nos legó.

El Europa se conformaba de una veintena de habitaciones en altos y bajos, la entrada al hotel por la calle Van Horne, coincidía con lo que es hoy la cafetería dolarizada del ya citado Hotel Plaza, y que en términos de extensión concordaba con las últimas cinco o seis puertas del edificio compartido con aquel. En su primitivo espacio coincidían la carpeta, el bar, y el salón restaurant. A lo largo del citado sitio se ubicaban también una muy frecuentada vidriera donde los forasteros podían adquirir, entre otras delicatesens unos peculiares envases remedando los panzudos tinajones de la otrora villa, rellenos de la sabrosa mantequilla local, y los redondos y parafinados quesos Patagrás, productos de legitima notoriedad de la conocidísma y hoy inexistente Fabrica Guarina de la calle San Ramón en su tramo norte. Completaba el espacio un estanquillo donde se expendían lo mismo periódicos y revistas, que fragmentos de billetes de la lotería al uso. Al fondo del local, más allá de la carpeta, se abrían las alas de una escalera de doble acceso, que comunicaba con las habitaciones de la segunda planta, un pasillo cercano conducía a las de la primera planta, justo por detrás de lo que en la época era un establecimiento muy conocido: La Manzana Roja, colindante con el hotel y especializado en el expendio de las exóticas frutas importadas desde la norteña California. Desde aquella, y hasta la esquina de República compartían acera el siempre recordado Fénix, famoso por su gaceñiga, y los dulces de exquisita elaboración del Señor Pérez Sosa, y rematando el final de la citada calle, otro establecimiento gastronómico: El Capitolio, cafetería hoy inexistente en cuyo lugar se levanta hoy día el Parque Mario Arostegui.

No pocos viajeros de la época encontraron acomodo en aquella instalación hotelera del Camagüey siempre proverbial. El Europa, hasta donde me cuentan, era modesto, pero cómodo y limpio. Era también distintivo por su sabrosa comida española, donde las fabadas y los caldos gallegos eran parte sustanciosa de sus menús. Regentaba la cocina un gordo cocinero de delantal siempre inmaculado apedillado Montañez, a quien sin dudas secundaba solícito mi abuelo Peón (gourmet inconfeso) con sus inigualables dotes culinarias. En comparación con el más opulento Hotel Plaza, que con el tiempo llegó a tener el primer bar climatizado de la ciudad, el Europa fue siempre un sitio bien especial para los parroquianos de menos ingresos, viajeros provenientes de los más disímiles puntos de la geografía camagüeyana, que acudían en su mayoría a la ciudad a consultar a la algún doctor de turno, o a gestionar algún trámite burocrático, quienes eran siempre bien acogidos por el solícito staff que presidían mi abuelo y el Sr. Riestra. En un ambiente de sencillez, buen gusto y respeto por el cliente, el que siempre tiene la razón, el Europa irradiaba acogida y familiaridad.

Cada vez que recorro la acera de Van Horne, justo frente a lo que ya no es nunca más el Europa, contemplo, no sin nostalgia, aquel espacio que sólo llegué a conocer de nombre, y entre el bullicio que inunda el actual local, y acaso aguzando esa percepción que nos da el sentimiento, puedo percibir, como dentro de la bruma de otro tiempo, la figura bonachona de mi abuelo Peón, todavía atento y parsimonioso cumpliendo con su antiguo deber, entre presurosos clientes y atinados empleados, diluidos todos en esa pátina de más de medio siglo que me devuelve su memoria siempre intacta.

Por Carlos A. Peón -Casas
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Ver las Estampas camagüeyanas anteriores.


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