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Varias veces a la semana, aviones estadounidenses entran en territorio cubano minutos antes de aterrizar en una pista a los pies de las estribaciones de la Sierra Maestra.
Al mismo tiempo, desde la ciudad cubana de Boquerón bajan barcazas, escoltadas por patrulleras estadounidenses, hacia el mar Caribe por la bahía que divide en dos una base con seguridad extrema por la presencia en su prisión de los detenidos más preciados para Washington.
Estos arreglos son resultado de un encuentro entre dos hombres de uniforme, que se estrechan la mano, bromean y hablan en representación de dos países sin relaciones diplomáticas. (sigue)