Cuba provoca los sentidos, cuestiona ideas, desafía sentimientos y prejuicios. Transmuta el paso del tiempo. Bulle en contrastes. En las calles circulan los Chevys, los Oldsmobiles, y los Cadillacs de los años 50, los Lada de los 70 y las motos con sidecar, junto a modernos descapotables, autos oficiales y los recién inaugurados buses turísticos de circuito fijo. Los "camellos" ya no están en La Habana y la gente viaja en guaguas (buses) chinas. La moneda oficial es el peso cubano, pero en hoteles, restaurantes, negocios y transporte se paga en pesos convertibles. La libreta de racionamiento y las bodegas (almacenes) conviven con el mercado negro, y las tiendas y supermercados que venden en pesos convertibles. Si algo no funciona, se "resuelve", aunque esto signifique esquivar al sistema. Al calor de las últimas reformas dispuestas por Raúl Castro, los celulares se agotan y los cubanos que pueden, hacen el check in en hoteles de lujo.
Cuba huele a sal, a mar y a tabaco. Sabe a ron. Se deja escuchar en guajiras y boleros, en las voces de la Vieja y de la Nueva Trova; en el son cubano. Se lee en el periódico Granma, y también en el blog contestatario Generación Y, de la filóloga Yoani Sánchez, que acaba de adjudicarse el prestigioso premio Ortega y Gasset. Se palpa en las plazas donde la gente se reúne a conversar, en el Malecón donde buscan el atardecer, en las casas chorizo apuntaladas, de escalinatas semiderruidas y ropa colgando al sol. Se siente en las voces de Compay Segundo, Pablo Milanés o de la moderna dupla Buena Fe. (sigue)
Foto/AFP-Getty Images
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