Un Rafael Rojas, malabarista y fabulador, quien en los últimos tiempos se ha mostrado digno heredero del método explicativo de Grau San Martín cuando ha pretendido desentrañar los, según él, misterios tremebundos de la Revolución cubana desde las páginas del “Nuevo Herald”, nos ha endilgado sin prueba alguna, más allá de ciertas vagas referencias a Robespierre y su Diosa Razón, un apotegma de campeonato. En su artículo “Misterios de la Sierra”, del pasado 21 de abril, se puede leer: “Las revoluciones no son, como pensaban tantos pensadores clásicos y románticos, hechuras racionales: la superstición y el misticismo las acompañan desde sus orígenes hasta sus decadencias”. Dicho así, las revoluciones no se hacen para redimir a los hombres de la ignorancia y las tinieblas en que las tiranías los suelen sumir, en el entendido de que nada remacha mejor las cadenas de la sujeción y el servilismo que el desconocimiento y la fe ciega. Rojas acaba de descubrir, dejando atrás, como a pigmeos inútiles a “clásicos y románticos”, que las revoluciones se hacen para implantar nuevas formas de misticismo y supersticiones, o sea, lo cambian todo, como pediría Tancredi Falconeri en “El Gatopardo”, para que nada cambie. (sigue)
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