Las autoridades migratorias de México aseguran que sólo el año pasado cruzaron por el territorio nacional unos doce mil cubanos ilegales, la inmensa mayoría en tránsito hacia la frontera con Estados Unidos. Vienen pastoreados por lancheros y “polleros” de nueva estirpe, atraviesan los puentes internacionales y, ya del otro lado, como un beisbolista que pisa la almohadilla de home, se acogen a la Ley de Ajuste, también llamada de Pies Secos. Y en Miami o Nueva York, es decir a salvo, terminan de pagar dólar a dólar los diez o quince mil acordados por el rescate, acorde a las fluctuaciones del jugoso mercado.
La aritmética no deja mucho margen de error. De ese trapicheo por debajo de la mesa se desprende una estadística en verdad preocupante: tantos miles de personas en doce meses equivale a doscientos cincuenta cada semana. Como si desapareciera medio Boeing 747 en un bache del cielo. Muy pocos cubanos arriban en balsa soplados por el mal tiempo, casi siempre a costas yucatecas o de Quintana Roo. Son náufragos que huyen por razones políticas, no sólo económicas. Son hombres y mujeres que jamás podrán vivir en sus casas, incluso si les va mal en tierras extrañas y quisieran regresar, arrepentidos. Nadie les dirá “Bienvenidos, paisanos”. Son (oficialmente) traidores. Les gritan: “¡Que se vayan!”. Son los que tuvieron suerte después de la desgracia. Iban hacia el norte y el mar los arrastró hacia el oeste. El exilio es un destierro. Llegan en una cáscara de nuez, sin un peso en los bolsillos. Llegan más muertos que vivos, deshidratados, desbaratados después de luchar contra olas y tiburones. Llegan besando la tierra. Llegan dándoles gracias a la Virgen de Guadalupe, al pueblo de Manzanero o del Toro Valenzuela –-y también a una palabra que entonces pronuncian como si la estuviesen inventando: libertad. Llegan “acabados de nacer”. Y sólo piden seguir camino, en cuanto se sequen. (sigue)
La aritmética no deja mucho margen de error. De ese trapicheo por debajo de la mesa se desprende una estadística en verdad preocupante: tantos miles de personas en doce meses equivale a doscientos cincuenta cada semana. Como si desapareciera medio Boeing 747 en un bache del cielo. Muy pocos cubanos arriban en balsa soplados por el mal tiempo, casi siempre a costas yucatecas o de Quintana Roo. Son náufragos que huyen por razones políticas, no sólo económicas. Son hombres y mujeres que jamás podrán vivir en sus casas, incluso si les va mal en tierras extrañas y quisieran regresar, arrepentidos. Nadie les dirá “Bienvenidos, paisanos”. Son (oficialmente) traidores. Les gritan: “¡Que se vayan!”. Son los que tuvieron suerte después de la desgracia. Iban hacia el norte y el mar los arrastró hacia el oeste. El exilio es un destierro. Llegan en una cáscara de nuez, sin un peso en los bolsillos. Llegan más muertos que vivos, deshidratados, desbaratados después de luchar contra olas y tiburones. Llegan besando la tierra. Llegan dándoles gracias a la Virgen de Guadalupe, al pueblo de Manzanero o del Toro Valenzuela –-y también a una palabra que entonces pronuncian como si la estuviesen inventando: libertad. Llegan “acabados de nacer”. Y sólo piden seguir camino, en cuanto se sequen. (sigue)
Gracias, no lo había leído.
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