Mudarse para esta otrora Babilonia que es La Habana, resulta tan difícil como quedarse a vivir en Europa cuando no se tienen papeles. Una secuencia de regulaciones legales controla el constante flujo que ocurre desde el Este hacia los diecinueve municipios que forman esta ciudad. Cada cubano en su documento de identidad debe tener una dirección de residencia, y para cambiarla necesita un rosario de permisos y trámites. Nuestra destreza para evadir las prohibiciones se pone a prueba con las leyes de migración interna y encuentra soluciones a ese absurdo. De ahí que abundan los matrimonios por conveniencia para que el joven que viene de Camagüey, Santiago de Cuba o Las Tunas, pueda quedarse a vivir en barrios como Luyanó, Cerro y Mantilla. (ver texto completo)
Foto/Reuters
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