Tuesday, February 24, 2009

"No lo debemos olvidar ni católicos ni protestantes."

(COCC). El pasado 21 de febrero 36 laicos matanceros recibieron de manos de su Obispo Mons. Manuel H. de Céspedes, la Cruz Pro Ecclesia et Pontífice. (ampliar)
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Brotemos un manantial de paz y asombro

Por: P. Jesús Marcoleta
(Tomado de la revista de la diócesis de Matanzas Iglesia Peregrina # 92)



Como les comenté en mi artículo del mes de enero, a la vista del centenario de la diócesis de Matanzas, cada año iremos poniendo un acento particular. En el que cursa, miramos agradecidos hacia tantos hombres y mujeres que, enamorados de Jesucristo, han construido y sustentado la Iglesia del Señor en esta porción del territorio cubano.

La entrega de la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice, a un grupo de laicos matanceros, nos sitúa ante un acto de carácter histórico, que se verifica por primera vez en nuestros anales diocesanos. Esta condecoración, emitida inicialmente en 1888, bajo el pontificado de León XIII, es la más alta distinción que un Papa puede conferir a un laico.

Muchas veces le escuché a mi padre un pensamiento que atribuía a Martí: “no es bien nacido aquél que no es agradecido”. Y agradece la Iglesia a los que son condecorados y a los que no lo han sido, por su testimonio de fidelidad, de perseverancia, de amor, de entrega, de sacrificio, de valentía.

Como los cubanos somos prontos a olvidar –lo que me parece bueno, positivo, constructivo- hemos perdido de vista parte de nuestra memoria histórica más reciente. En estos tiempos, quizás sea más fácil ser creyente, ir a la Iglesia, bautizar a los hijos en el templo católico del pueblo de residencia.

Pero muchos de estos hombres y mujeres, ahora ancianos, pagaron su fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia, al precio de perder ellos o sus hijos una buena carrera universitaria o un puesto de trabajo, al precio de ser señalados como personas con problemas religiosos o de ser enviados para su re-educación a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción en Camagüey. Fueron considerados gusanos, reaccionarios y desfasados, rezagos de un pasado que se iría diluyendo en la imprescindible lucha entre los ateos-científicos-progresistas-buenos y los creyentes-obscurantistas-retrógrados-malos.

Y este testimonio no lo han de olvidar las nuevas hornadas de laicos, ni los sacerdotes recién ordenados, ni los curas y monjas que llegan de lejos a evangelizar en nuestra patria, ni los obispos que, prácticamente, han renovado en pocos años la Conferencia Episcopal. No lo deben olvidar aquéllos que dilapidan recursos y proyectos. No lo debemos olvidar ni católicos ni protestantes.

Aquí sí es válido volver la vista atrás con la mano en el arado. Con la mirada puesta en este martirologio de la fe, la esperanza y el amor, pidamos a Dios que nos haga vivir el entusiasmo de los tiempos nuevos, que podamos construir con Jesús su Iglesia, rebosantes de risas y de sol, y que seamos manantial de paz y de asombro.

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