Funerales en la Catedral de Cienfuegos (9 de marzo)
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Capilla de los Caballeros de Colón, en el cementerio de Cienfuegos,
donde reposan los restos del P. Panchito
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En días pasados el website de la COCC informaba del fallecimiento del P. Panchito, de la diócesis de Cienfuegos.donde reposan los restos del P. Panchito
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Hoy gracias a la colaboración del P. Raúl Rodríguez (quien ha enviado los textos publicados en el boletín mensual El Cristiano, de su parroquia de Quemados de Guines, diócesis de Santa Clara, y las fotos para este post) le rindo homenaje a ese sacerdote (testimonio del valor de la perseverancia en la fidelidad a Dios y el amor al prójimo) en Gaspar, El Lugareño.
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El P. Panchito y el P. Raúl Rodríguez
(9 de setiembre de 2007)
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(9 de setiembre de 2007)
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“Un arcoíris de amor”.
por P. Raúl Rodríguez
En septiembre del año pasado, escribí dos artículos sobre el P. Panchito, para las Revistas “Amanecer” y “Todos los Pueblos”, con motivo de la celebración de sus 80 años de edad, hoy me vuelvo a sentar para dejar que recuerdos y sentimientos aparezcan con motivo de su partida hacia la Casa del Padre.
El jueves 5 de febrero en la tarde lo fui a visitar, me habían comentado que su salud se estaba resintiendo, cuando entré a su cuarto me impacto verlo en la cama, después de recibir sus palabras cariñosas, me arrodille y le dije: “Padre déme su bendición”, al marcharme me llevaba su bendición, la bendición de un hombre de Dios que a lo largo de toda su vida, como médico y sacerdote, nos dio testimonio del amor de Dios.
Cienfuegos lo vio nacer el 11 de julio de 1928, en la pila bautismal de la Catedral recibe el Santo Bautismo y en este mismo Templo, a los pies de la Purísima, el 29 de abril de 1962, es ordenado sacerdote.
Cienfuegos lo ha visto partir hacia la casa del Dios Amor, en la noche del 8 de marzo, finalizando el II Domingo de Cuaresma…en su querida Catedral recibió el regalo de la oración de muchas personas que lo han querido y que han sentido en diferentes momentos de su vida, su caridad inagotable, mostrada en una sonrisa, en palabras cariñosas, en la receta médica, en la bendición, en el perdón de los pecados.
Uno de sus últimos gestos, en la mañana del sábado 7, antes de perder el conocimiento, fue entregar el dinerito, que él llamaba el “regalo de Jesús”, para que un grupo de cinco ancianos tuvieran su desayuno mensual, “¡hay los viejitos, mi hermanita!”, fue su frase al recordarlos.
El P. Emilito, antiguo Obispo de Cienfuegos, hacía presente sus sentimientos desde España en los funerales, con el mensaje
“La memoria agradecida”:En otro de los párrafos de su mensaje, recoge el sentir de todos los que conocimos de cerca al P. Panchito:
“Siempre, de niño, quise participar en la ceremonia de una canonización. Dios me lo ha concedido en la de San Ezequiel Moreno, San Rafael Guizar, Santa Maria Eugenia Milleret, pero aún me regaló algo más grande que hoy le agradezco desde las alturas de los aviones: haber convivido 14 años con un santo”.
“Si en El Prado de Cienfuegos se ha colocado la estatua de un hijo de Santa Isabel de las Lajas, la trayectoria de la vida del P Panchito bien pudiera perpetuarse -como hijo de Cienfuegos, médico y sacerdote- en la Calle Cristina”Unos días antes, el 4 de marzo, había recibido un mensaje suyo desde Holguín donde me comentaba:
“Querido Raúl:Las calles de Sagua la Grande, Quemado de Guines, Rancho Veloz, Corralillo, Sierra Morena, Aguada de Pasajeros, Yaguaramas, Real Campiña, Covadonga, Cienfuegos, fueron los caminos por donde se hizo presente continuamente con su maletín y bata de médico, con los ornamentos del sacerdote católico.
El lunes en la noche y ayer martes estuve con el P. Panchito en Cienfuegos. Se apaga. Seguro estoy que cuando la vela se acabe de gastar es cuando resurgirá esa luz escondida en anécdotas y cuentos y emergerá la santidad que ha sostenido la trayectoria de una vida para los demás.
Un abrazo,
+ Emilio
Cada hombre y mujer que encontraba en esos caminos, era acogido por un corazón que sin dejar de ser humano, sabía comprender, decir la palabra oportuna, sonreír, abrazar, acoger, recordar, bendecir, acercar a Dios, hacer sentir al otro en ese momento que era querido y amado profundamente.
Antes de escribir, quise peregrinar a su tumba; a su habitación donde se encuentran la cama y la mesa de trabajo; a la casa de la calle Cristina y Arguelles donde vivió por muchos años y tenía la consulta médica de los miércoles, que se extendía a los jueves, hasta el viernes que se marchaba en el tren a Aguada de Pasajeros. Orar y escuchar fueron dos regalos de Dios, ante el dolor humano de no tenerlo presente, “era una persona muy especial que uno sabía que estaba allí”, repetí hasta cansarme, con cansancio en la garganta y lágrimas en los ojos.
En toda la peregrinación hubo un momento especial, cuando toqué el sillón de ruedas, ese sillón que convirtió en el altar de la última etapa de su vida, donde apoyado en Vero -el señor que lo atendía y llevaba a todas partes- no dejaba de cumplir su misión “ser apóstol de la fe, la esperanza y el amor”.
Un joven, conocedor del cariño personal hacia el P. Panchito, me ha escrito desde la Universidad de Santa Clara:
“…es increíble la fama de santidad que tiene, he escuchado a varias personas que no son católicas de Cienfuegos que hablan con un cariño tremendo y con gran admiración del sacerdote ancianito que anda en su silla de ruedas, en verdad esos comentarios me han conmovido”.El P. Pedro Pablo, compañero de Seminario en Santiago y la Habana, me hacía llegar una cariñosa nota:
“Querido Raúl.Me ha tocado escribir varios artículos, realizar algunas investigaciones, estas líneas tienen algo diferente, llevo varios días en la mente escribiéndolas, adelanto en lo escrito, pero a la vez siento cuando vuelvo a releer que faltan detalles, quiero compartir sentimientos y a la vez no se si logro expresar todo lo que quisiera, me acuerdo de aquel profesor que nos decía: “la palabra humana es limitada para expresar, hay que saber expresar con gestos también”.
Por lo que sé que significó siempre en tu vida la figura del P. Panchito, a quien conocimos por medio de tu persona, te extiendo un gran abrazo, no de pena sino como signo de esperanza en la vida eterna que ahora él comienza a disfrutar en plenitud. Me uno a tu oración, siempre hacen falta esos viejitos en nuestros presbiterios. Fraterno. Pedro Pablo”.
He colgado en la pared una estola que le perteneció, la tengo a mi lado mientras dejo que la mente y el corazón escriban, fotos buscadas en estos días, me hacen revivir recuerdos pasados, su voz inconfundible no la puedo olvidar, cuando me llamaba “Rauly querido”, “Rauly sabes quien te habla, es abuelo Panchi”…
He recomendado a varias personas que están pasando por situaciones difíciles que pidan su intercesión. Una señora me dijo, él día que realicé la peregrinación “fui a la Catedral pero no rece por él, mas bien pedí a él que está al lado de Dios, que por su súplica vengan sobre nosotros muchas bendiciones”.
P. Panchito querido, abuelo Panchi, como le gustaba que lo llamaran, no te olvides de tu querido Cienfuegos, de todos los que te quisimos y compartimos parte de tu vida, has sido como refleja muy bien la crónica diocesana publicada en el día de hoy en la página Web de la Conferencia “un arcoíris que nace de la tierra, sube al cielo y regresa nuevamente a ésta para dejarnos la sensación de que definitivamente se quedará entre nosotros”.
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"El día en que deje de ir a Caonao, ese día me muero"
"El día en que deje de ir a Caonao, ese día me muero"
por H. Carlos Martínez Lavín fms
Me lo dijo como un mes antes de fallecer, cuando le pregunté por su salud, “no está muy bien, pero el día en que deje de ir a Caonao, ese día me muero”. Llevaba ya un año arrastrándose para poder llegar a las Parroquias primero de Buenavista y Caonao y después solamente de Caonao para celebrar allí la Eucaristía.
El primero de marzo fue su última misa dominical en Caonao, no le fue posible revestirse con el alba, celebró con la estola, postrado en una silla, la pérdida de peso y lo anguloso de sus facciones presagiaban que el final no estaba lejos, su cuerpo era una llaga. El domingo ocho el color de su piel era amarillo, su conversación que dos días antes era tropelosa cesó, perdió la conciencia, no le fue posible ir a Caonao y ese domingo murió. Todavía dejó garabateado su proyecto de homilía.
Para Panchito su fe cristiana y su vocación sacerdotal fueron más que tarea que se sobrelleva, compromiso que se cumple o convicción que inspira. Su amor por Jesucristo y por la construcción del Reino fueron pasión que arrebata. Panchito vivió “arrebatao”. En él se cumplió aquello de que “santo es quien hace lo ordinario de manera extraordinaria”. Ordinario era verlo caminar por las calles de Cienfuegos saludando gente, en traslados interminables porque en cada esquina se detenía para emprender una nueva conversación. Ordinario hacer grupo con los “maradictos”, como él decía, que los lunes en Rancho Luna disfrutábamos de un remojón en las tibias aguas del Caribe. Ordinario compartir con los amigos en torno a una cerveza bucanero fría. No tan ordinaria su asombrosa memoria. No tan ordinario el que se hiciera presente en los cumpleaños de las personas, y en los acontecimientos significativos con una oportuna y cálida llamada telefónica. No tan ordinarios su ánimo vibrante y su disponibilidad incondicional. No tan ordinario encontrarlo rezando su breviario o leyendo la Biblia en la intimidad de su habitación. No tan ordinario constatar que mucha gente gustaba de ir a confesarse con él y salir reconfortada. Excepcionales su alegría y su eterna sonrisa. Excepcionales su facilidad para hacer amigos y para hacer sentir bien a todo el que se cruzaba en su camino. Excepcional encontrar a alguien que entregó su vida hasta la última gota y hasta el último instante en el servicio a Dios y a sus hermanos.
¡Se nos fue un santo! El domingo 8, tarde en que Panchito murió, coincidentemente, la naturaleza nos regaló uno de los atardeceres más bellos del presente año. ¡Qué cierto es aquello, que las coincidencias son el pseudónimo que Dios utiliza para comunicarse con sus amigos!
El primero de marzo fue su última misa dominical en Caonao, no le fue posible revestirse con el alba, celebró con la estola, postrado en una silla, la pérdida de peso y lo anguloso de sus facciones presagiaban que el final no estaba lejos, su cuerpo era una llaga. El domingo ocho el color de su piel era amarillo, su conversación que dos días antes era tropelosa cesó, perdió la conciencia, no le fue posible ir a Caonao y ese domingo murió. Todavía dejó garabateado su proyecto de homilía.
Para Panchito su fe cristiana y su vocación sacerdotal fueron más que tarea que se sobrelleva, compromiso que se cumple o convicción que inspira. Su amor por Jesucristo y por la construcción del Reino fueron pasión que arrebata. Panchito vivió “arrebatao”. En él se cumplió aquello de que “santo es quien hace lo ordinario de manera extraordinaria”. Ordinario era verlo caminar por las calles de Cienfuegos saludando gente, en traslados interminables porque en cada esquina se detenía para emprender una nueva conversación. Ordinario hacer grupo con los “maradictos”, como él decía, que los lunes en Rancho Luna disfrutábamos de un remojón en las tibias aguas del Caribe. Ordinario compartir con los amigos en torno a una cerveza bucanero fría. No tan ordinaria su asombrosa memoria. No tan ordinario el que se hiciera presente en los cumpleaños de las personas, y en los acontecimientos significativos con una oportuna y cálida llamada telefónica. No tan ordinarios su ánimo vibrante y su disponibilidad incondicional. No tan ordinario encontrarlo rezando su breviario o leyendo la Biblia en la intimidad de su habitación. No tan ordinario constatar que mucha gente gustaba de ir a confesarse con él y salir reconfortada. Excepcionales su alegría y su eterna sonrisa. Excepcionales su facilidad para hacer amigos y para hacer sentir bien a todo el que se cruzaba en su camino. Excepcional encontrar a alguien que entregó su vida hasta la última gota y hasta el último instante en el servicio a Dios y a sus hermanos.
¡Se nos fue un santo! El domingo 8, tarde en que Panchito murió, coincidentemente, la naturaleza nos regaló uno de los atardeceres más bellos del presente año. ¡Qué cierto es aquello, que las coincidencias son el pseudónimo que Dios utiliza para comunicarse con sus amigos!
Joaquín, yo tuve la suerte de conocerlo, incluso verlo en calidad de médico en su consulta una vez que tuve una amigdalitis fuerte. Un hombre sencillo, bueno, dispuesto a ayudar al que fuese, de un excelente caracter,y siempre amable. Leo con pesar la noticia y lástima que La Fernandina ya no exista luego de ser hackeada por segunda vez y yo borrarla del encojonamiento. Buena crónica, mi ecobio. Saludos para tí y Dios tenga cerquita al Padre Panchito, como lo conocían todos en Cienfuegos.
ReplyDeleteUn abrazo.
Denis