por Juan Antonio García Borrero
El inquieto Joaquín Estrada Montalván me ha pedido una suerte de resumen de lo sucedido con el Taller de la Crítica Cinematográfica en Camagüey. Eso me recordó aquellos momentos en que conversábamos en la puerta de la Iglesia de la Merced, y al final, se las arreglaba para encargarme algo para el boletín “Enfoque”.
En principio le dije que no sabría que más decir que ya no hubiese enunciado en el post “Otros puentes en la oscuridad”. Sobre todo porque pienso que hay que evitar el autobombo igual que a una plaga. Pero Joaquín sabe que un evento, si pretende ir más allá del ritual que supone reunir (de modo temporal y en un mismo espacio), a un grupo de personas con ideas más o menos afines, siempre estará generando nuevas reflexiones. Como una manera de prolongar (aunque sea de una manera virtual) aquellas agradables tertulias frente a su Iglesia, apuntaré un par de ideas.
En principio, reitero que el Taller me pareció útil. No puedo decir otra cosa. Sentí un clima de aprendizaje colectivo, una complicidad plural que permitió escuchar puntos de vistas totalmente encontrados alrededor de la llamada “década prodigiosa del cine cubano”. Por eso fue que a nadie le resultó escandaloso que hablásemos, en el mismo tono de voz, tanto de las ya clásicas películas de Titón y Solás, como de los documentales de Nicolasito Guillen Landrián, Fausto Canel, o Alberto Roldán.
Pocas veces he notado dentro de la isla esa soltura para hablar del cine cubano como algo “complejo”, y no como ese mito paralizante a través del cual se nos describe la historia de esta institución (y lo que ello representa), como algo tan monolítico como ese inmueble que cobija a los cineastas. En el evento hablamos de la Historia fangosa del cine cubano. La interior. La que se hace día a día y escapa de los ojos del historiador mas exhaustivo. Todo ese estuvo presente en un encuentro donde no faltaron las confrontaciones, pero en el cual el respeto a las ideas ajenas fue hegemónico.
Por supuesto, el Taller nunca ha pretendido resolver ninguna situación puntual al cine cubano, ni tampoco de la crítica que se ocupa de este. Si me preguntaran por el saldo, diría que este será mucho mejor evaluado dentro de un par de años por los jóvenes que estaban presentes en la cita, y que por ahora no hablaron mucho.
En el Taller lo que se busca (al menos lo busco yo), es un poco de independencia de esas cadenas académicas que solo nos permiten hablar sobre el cine cubano en términos rigurosamente estéticos (eso me recuerda aquello de “trenes rigurosamente vigilados”), para en cambio asomarnos a ese universo con la poderosa convicción de aquellos que saben que no saben nada.
¿Cómo propiciar que la critica cinematográfica de los mas jóvenes (esos que revolucionaran lo que actualmente se hace) sea no solo cada vez más irreverente, sino sobre todo, más contundente? Yo pienso que ese será el gran desafío de los Talleres de aquí en lo adelante. El Taller tiene que convertirse en otra suerte de “escuela de la sospecha”.
En lo personal, hace mucho rato que dejé de creer en la crítica pedagógica, venga de un lado o de otro. Esos eventos o coloquios que organizan determinadas élites para diseñarle a “los otros” el mejor modo de comportarse en sociedad, solo me han demostrado que existe entre nosotros una puntual manera de perder el tiempo. Cuando no manipulación explícita. Entiendo que resulta mucho mas interesante el arte de inculcarle al individuo el vicio de oponerle a todo un ¿por qué?
La crítica (y por extensión la historiografía) relacionada con el cine cubano todavía tiene que deslindarse de un montón de obstáculos que, lo mismo en una orilla que la otra, siguen poniendo en entredicho el resultado de la gestión investigativa. Pues una cosa es mostrar apasionamiento con aquello en lo cual creemos (o no creemos), y otra, seguir haciendo del etnocentrismo (entendido como el culto a la visión del grupo en el cual nos hemos formado) la medida de las cosas que evaluamos.
En la crítica cubana aun el impresionismo, la fascinación por los estereotipos, el exagerado respeto a la autoridad, y en sentido general, la ausencia de una auténtica cultura del debate, siguen resultando escollos que impiden un crecimiento real en el plano intelectual. En Cuba hay buenos críticos de cine, desde luego, pero no una Crítica (con mayúscula) que uno pueda asumir como sistema. Quiero decir, no existe un campo real donde se intercambien ideas, criterios, o teorías, que es la única posibilidad de alcanzar una altura de pensamiento. Solo existen, a duras penas, trincheras.
Por eso es que uno termina depositando la confianza en este tipo de evento, donde los más jóvenes acuden, toman sus notas en silencio, y preparan lo que seguramente será la revolución copernicana de la crítica cubana. Por suerte, ya esa revolución no depende de una reunión física: basta un simple clic del mouse para saber que el Taller rebasa los angostos perímetros de un salón donde, una vez al año, se reúnen un grupo de entendidos.
En principio le dije que no sabría que más decir que ya no hubiese enunciado en el post “Otros puentes en la oscuridad”. Sobre todo porque pienso que hay que evitar el autobombo igual que a una plaga. Pero Joaquín sabe que un evento, si pretende ir más allá del ritual que supone reunir (de modo temporal y en un mismo espacio), a un grupo de personas con ideas más o menos afines, siempre estará generando nuevas reflexiones. Como una manera de prolongar (aunque sea de una manera virtual) aquellas agradables tertulias frente a su Iglesia, apuntaré un par de ideas.
En principio, reitero que el Taller me pareció útil. No puedo decir otra cosa. Sentí un clima de aprendizaje colectivo, una complicidad plural que permitió escuchar puntos de vistas totalmente encontrados alrededor de la llamada “década prodigiosa del cine cubano”. Por eso fue que a nadie le resultó escandaloso que hablásemos, en el mismo tono de voz, tanto de las ya clásicas películas de Titón y Solás, como de los documentales de Nicolasito Guillen Landrián, Fausto Canel, o Alberto Roldán.
Pocas veces he notado dentro de la isla esa soltura para hablar del cine cubano como algo “complejo”, y no como ese mito paralizante a través del cual se nos describe la historia de esta institución (y lo que ello representa), como algo tan monolítico como ese inmueble que cobija a los cineastas. En el evento hablamos de la Historia fangosa del cine cubano. La interior. La que se hace día a día y escapa de los ojos del historiador mas exhaustivo. Todo ese estuvo presente en un encuentro donde no faltaron las confrontaciones, pero en el cual el respeto a las ideas ajenas fue hegemónico.
Por supuesto, el Taller nunca ha pretendido resolver ninguna situación puntual al cine cubano, ni tampoco de la crítica que se ocupa de este. Si me preguntaran por el saldo, diría que este será mucho mejor evaluado dentro de un par de años por los jóvenes que estaban presentes en la cita, y que por ahora no hablaron mucho.
En el Taller lo que se busca (al menos lo busco yo), es un poco de independencia de esas cadenas académicas que solo nos permiten hablar sobre el cine cubano en términos rigurosamente estéticos (eso me recuerda aquello de “trenes rigurosamente vigilados”), para en cambio asomarnos a ese universo con la poderosa convicción de aquellos que saben que no saben nada.
¿Cómo propiciar que la critica cinematográfica de los mas jóvenes (esos que revolucionaran lo que actualmente se hace) sea no solo cada vez más irreverente, sino sobre todo, más contundente? Yo pienso que ese será el gran desafío de los Talleres de aquí en lo adelante. El Taller tiene que convertirse en otra suerte de “escuela de la sospecha”.
En lo personal, hace mucho rato que dejé de creer en la crítica pedagógica, venga de un lado o de otro. Esos eventos o coloquios que organizan determinadas élites para diseñarle a “los otros” el mejor modo de comportarse en sociedad, solo me han demostrado que existe entre nosotros una puntual manera de perder el tiempo. Cuando no manipulación explícita. Entiendo que resulta mucho mas interesante el arte de inculcarle al individuo el vicio de oponerle a todo un ¿por qué?
La crítica (y por extensión la historiografía) relacionada con el cine cubano todavía tiene que deslindarse de un montón de obstáculos que, lo mismo en una orilla que la otra, siguen poniendo en entredicho el resultado de la gestión investigativa. Pues una cosa es mostrar apasionamiento con aquello en lo cual creemos (o no creemos), y otra, seguir haciendo del etnocentrismo (entendido como el culto a la visión del grupo en el cual nos hemos formado) la medida de las cosas que evaluamos.
En la crítica cubana aun el impresionismo, la fascinación por los estereotipos, el exagerado respeto a la autoridad, y en sentido general, la ausencia de una auténtica cultura del debate, siguen resultando escollos que impiden un crecimiento real en el plano intelectual. En Cuba hay buenos críticos de cine, desde luego, pero no una Crítica (con mayúscula) que uno pueda asumir como sistema. Quiero decir, no existe un campo real donde se intercambien ideas, criterios, o teorías, que es la única posibilidad de alcanzar una altura de pensamiento. Solo existen, a duras penas, trincheras.
Por eso es que uno termina depositando la confianza en este tipo de evento, donde los más jóvenes acuden, toman sus notas en silencio, y preparan lo que seguramente será la revolución copernicana de la crítica cubana. Por suerte, ya esa revolución no depende de una reunión física: basta un simple clic del mouse para saber que el Taller rebasa los angostos perímetros de un salón donde, una vez al año, se reúnen un grupo de entendidos.
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Información relacionada (en el blog):
¿Para que sirve un Taller de la Crítica Cinematográfica?
Comenzó el XVI Taller de la Crítica Cinematográfica
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Mi estimado, vaya por mi nuevo corral www.elcabezadepuerco.wordopress.com. Concuerdo con Dr Temperamento, le está porvocando usted escozor en las partes más púdicas a varios colegas que no soportan se les adelante por el ego que se mandan. Felicidades
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