Una ciudad con aspiraciones (no sólo de…)

por Heriberto Hernández en la presentación del libro, Los Nombres de la Noche,
de Carlos Pintado, en Zu Galería el pasado día 7.

El halo etéreo de la fantasía medieval, potenciando por la búsqueda de símbolos propios para dar identidad al paradigma de la libertad individual, sólo podía hacerse trascendente mediante un discurso que apelara a las sutilezas de referencias existentes, viejos símbolos renombrados. Es la salida del laberinto de la existencia que siempre ha estado al alcance del hombre, en cualquiera de sus recodos. Hay algo ya en el héroe medieval y en su muerte que será esencial en el espíritu romántico. Las velas negras en la barca encarnando el equívoco (que ha viajado desde Teseo a Tristán), los salones oscurecidos por la voracidad del muérdago y la muerte al final de todo recorrido, su inminencia, se reunirán en concilio en el ideal del hombre común y se harán corpóreos en el hombre esencialmente trágico que tomara su lugar: el héroe romántico.

Él trascenderá sus cuitas librescas y trazará las calles de la ciudad moderna, diseñará el automóvil, intentará una y otra vez volar hasta lograrlo, moldeará, a la imagen y semejanza de sus sueños y frustraciones, las instituciones, los símbolos y el ideal de la comunicación humana. Revalorizará el significado de la triada básica de la existencia (que los profesores llaman los temas eternos de la poesía): la libertad, el amor y la muerte.

Las ciudades modernas, las grandes ciudades, han llegado a la posmodernidad con un evidente agotamiento que les hace desdecirse, renegar de sus símbolos, de sus poetas, de sus mujeres eternizadas en el celuloide y en el lienzo. Sus filósofos y artistas cabalgan sobre el jamelgo del sueño global y buscan en la web los paneles del “Rapto de Psique” de Maurice Denis o leen a Byron. Una vez en su vida van a la tumba de Goete o Vallejo y atesoran una foto digital como recuerdo. Las ciudades jóvenes, los pueblos con expressway y enormes Shoping Centers, con aspiraciones como Miami, sueñan con los libros que escribirá algún atormentado que regresa en la madrugada a su habitación en los altos de un viejo edificio de Le Jeune, con la imagen en que un fotógrafo “de sociales” eternizará alguno de sus rincones más intrascendentes.

Miami está aprendiendo a reconocerse en las luces que la han hecho brillar y se duele de sus sombras. Acá se han escrito y publicado libros que habrá que encuadernar a su medida, y se ha hecho música y se han tensado lienzos que no podrían reproducir otra luz.

Hoy siente uno que puede saber más de este sitio leyendo algún libro de Carlos Victoria o de Reinaldo Arenas, que cotejando las discrepancias de todos los historiadores que acá escribieron. Flagler lo es más, gracias a un libro de Néstor Días de Villegas que al ferrocarril de Henry Morrison Flagler.

Por eso estamos acá, para presentar este libro de Carlos Pintado, uno de los poetas que más quiere esta ciudad, que no pocas razones tendrá para sentirlo como propio. La madurez inusual de sus textos ha permitido esta temprana antología de su poesía, que destaca por su cuidada factura y un balance entre la turbulencia emocional de algunos textos y la euritmia razonada de otros, lo cual hace posible la ilusión de tener entre las manos un libro escrito como un todo. El poeta nos leerá textos de este libro, lo cual dará fundamento a lo que acá digo, y otros recientes, que desconozco pero me atrevo a convalidar con igual fe.