Raras veces, o nunca, pisen pies de mujeres tu humilde aposento. A todas las doncellas y vírgenes de Cristo, o desconócelas por igual o ámalas por igual. No mores bajo el mismo techo con ellas, ni te asegures con la pasada castidad. No puedes ser ni más santo que David ni más sabio que Salomón. Acuérdate siempre que al morador del paraíso una mujer lo arrojó de su posesión. Si estuvieres enfermo, asístate un hermano santo cualquiera y la hermana o madre y otra mujer cualquiera de probada fidelidad cerca de todos. Y si no se hallaren personas de parejo parentesco y castidad, a muchas ancianas sustenta la Iglesia que pueden prestarte ese servicio y recibir de ti su beneficio, con lo que tu enfermedad habrá dado también fruto de limosna. Yo sé de algunos que convalecieron de cuerpo y empezaron a enfermar de espíritu. Peligroso es el servicio de persona en cuyo rostro te fijas con frecuencia.
Si, por deber de tu estado, has de visitar alguna viuda o virgen, no entres nunca solo en su casa, y lleva tales compañeros cuya presencia te honre y no te infame. Si te sigue un lector, acólito o cantor, no vayan adornados de vestidos, sino de costumbres, ni lleven el pelo rizado con tenacillas, sino que ostenten en su mismo porte la castidad. No te sientes solo con sola en secreto y sin testigos. Si hubiere de hablarse de algo más familiarmente, seguro que tiene un ama de leche, una doncella mayor, una viuda o una casada; no va a ser tan desgraciada que no tenga en el mundo de quien pueda fiarse, sino a ti. Guárdate de toda sospecha, y lo que pueda con visos de probabilidad fingirse, evita de antemano que se finja.
El amor santo no sabe de frecuentes donecillos, y pañizuelos, y cintitas y telas que se aplican a la cara, comidas probadas antes y tiernas y dulces cartitas. Requiebros como «miel mía», «lumbre de mis ojos», «deseo mío» y demás necedades que pasan entre enamorados, todos los deleites y donaires y cortesías ridículas, cuando las oímos en las comedias nos avergonzamos, en los hombres seglares las abominamos. ¡Cuánto más en los clérigos, y en clérigos monjes, cuyo sacerdocio se realza por la profesión monástica, y la profesión monástica por el sacerdocio! Y no digo esto porque tema nada semejante en ti o en los santos varones, sino porque en toda profesión, en todo orden y sexo se encuentran buenos y malos, y el vituperio de los malos es loa de los buenos.
Jerónimo, San. Carta a Nepociano, presbítero: "Trato con mujeres". En: Pascual Torró, Joaquín. Valencia; EDICEP 1991, 1era edición, pp. 80-81.
Si, por deber de tu estado, has de visitar alguna viuda o virgen, no entres nunca solo en su casa, y lleva tales compañeros cuya presencia te honre y no te infame. Si te sigue un lector, acólito o cantor, no vayan adornados de vestidos, sino de costumbres, ni lleven el pelo rizado con tenacillas, sino que ostenten en su mismo porte la castidad. No te sientes solo con sola en secreto y sin testigos. Si hubiere de hablarse de algo más familiarmente, seguro que tiene un ama de leche, una doncella mayor, una viuda o una casada; no va a ser tan desgraciada que no tenga en el mundo de quien pueda fiarse, sino a ti. Guárdate de toda sospecha, y lo que pueda con visos de probabilidad fingirse, evita de antemano que se finja.
El amor santo no sabe de frecuentes donecillos, y pañizuelos, y cintitas y telas que se aplican a la cara, comidas probadas antes y tiernas y dulces cartitas. Requiebros como «miel mía», «lumbre de mis ojos», «deseo mío» y demás necedades que pasan entre enamorados, todos los deleites y donaires y cortesías ridículas, cuando las oímos en las comedias nos avergonzamos, en los hombres seglares las abominamos. ¡Cuánto más en los clérigos, y en clérigos monjes, cuyo sacerdocio se realza por la profesión monástica, y la profesión monástica por el sacerdocio! Y no digo esto porque tema nada semejante en ti o en los santos varones, sino porque en toda profesión, en todo orden y sexo se encuentran buenos y malos, y el vituperio de los malos es loa de los buenos.
Jerónimo, San. Carta a Nepociano, presbítero: "Trato con mujeres". En: Pascual Torró, Joaquín. Valencia; EDICEP 1991, 1era edición, pp. 80-81.
No comments:
Post a Comment