(Agradezco a Juan Antonio García que haya enviado la Introducción de su nuevo libro Bloguerías - presentado ayer en Camagüey-, para ser publicada en el blog Gaspar, El Lugareño).
Introducción en forma de post
En los momentos que escribo estas líneas, todavía en el mundo se suele pensar en un blog como si fuese una actividad propia de un aficionado. De un diletante. De alguien que, ante la imposibilidad de publicar en las editoriales convencionales, apela a este soporte.
Desde luego que algo de eso hay también en la viña del Señor. Pero el fenómeno es mucho más complejo, y va exigiendo un acercamiento menos superficial. Según las cifras que se han estado manejando en estos días, actualmente existen más de 600 000 bitácoras en Internet. Y esa cifra es de suponer que se incrementará cada vez más, con su consiguiente influencia en la esfera pública. Este último dato lo toma en cuenta, de forma creciente, el llamado “periodismo oficial”. Periódicos de grandes tiradas como el “New York Times” o “El País”, ya le han creado sus respectivos nichos digitales a aquellos blogueros que, de manera totalmente independiente, expresan su visión de la realidad.
En el primer post que publiqué en el blog “Cine cubano, la pupila insomne”, y que no sin poco entusiasmo titulara “Otros modos de pensar el cine cubano”, anunciaba:
“Este blog será un intento de enriquecer las miradas en torno al cine cubano. Seguramente se recuerda aquella secuencia de "Memorias del subdesarrollo" donde uno de los personajes cuestiona el modo en que la Revolución insiste en utilizar "las mesas redondas", incapaz de encontrar fórmulas más acordes con las rupturas que ella misma proponía a nivel social.
Creo que el cine cubano también está necesitado de dejar atrás maneras ya fosilizadas de estudiarlo. Dejar atrás el enfoque "icaicentrista" que cuenta la historia del cine nacional como si se tratara solo de la historia del ICAIC. Hablar del cine cubano sumergido (el que se ha realizado más allá del ICAIC, ya sea en los Estudios Fílmicos de la FAR , o en los cine clubes de creación) pero también de ese que se ha realizado fuera de la isla, y que es ahora mismo un cuerpo fílmico absolutamente desconocido.
Desde aquí intentaremos fomentar lo que otras veces hemos llamado "la cultura de la polémica", hablando del cine cubano, pero también de su crítica y de su público. Será un intento de aproximación a la cultura cinematográfica, entendida como un conjunto de prácticas donde es posible percibir la existencia de las películas, pero también la influencia de estas sobre la época (o de la época sobre ellas)”.
Probablemente se interprete como un gesto de vanidad, pero pienso que las expectativas, en mi caso personal, no solo han sido cumplidas, sino superadas. Bastaría mirar las estadísticas, y asombrarse de que algo tan puntual como el “cine cubano” (nada que ver con Hollywood) pueda haber llamado la atención de tantos usuarios de Internet. Por otro lado, el sitio ha servido para alojar polémicas donde, más allá de las diferencias de ideas, encontramos el respeto a la persona que expresa una opinión contrapuesta (a mi juicio, una asignatura pendiente entre cubanos).
En el orden académico, el blog ha recibido el respaldo de investigadores de varias partes del mundo. En este sentido, me gustaría reproducir un fragmento del comentario colgado por la estudiosa Laurence Mullaly, porque nos confirma que las nuevas tecnologías pueden contribuir a borrar esa convicción decimonónica, en la cual se invoca la presencia física como una condición sin la cual no puede prosperar el aprendizaje. Dice una parte de su mensaje:
“Estimadísimo critico,
Te escribo desde Francia donde por cierto nos sigue interesando, a algunos diría que apasionando el cine cubano. Te escribo desde un país donde el conformismo y la autocensura ganan terreno y resulta sano y vital deleitarse con las delicias que nos proporciona “La pupila insomne”. Me refiero a la libre y entusiasta reflexión que reina en tu blog y contamina a los estudiosos y estudiantes que se lanzan a (re)descubrir el cine cubano.
El blog fue una herramienta muy eficaz a la hora de demostrar a los estudiantes las posibilidades intelectuales y artísticas que concede la red a los que se dignan en hacer algo más que intercambiar deseos ultra efímeros. A lo largo del año, me refería a los artículos que leía en “La pupila insomne” sobre el cine cubano de 1959 a 2003 (ya sabes, el tema del examen nacional al cual se someten los aspirantes a profesores de español, ese mismo tema que inició tu gira francesa el año pasado) y logré suscitar la curiosidad, el interés e incluso a veces el debate acerca de tal comentario sobre tal película. El blog fue un formidable incentivo.”.
Creo que aún hay muchas cosas por aprender. En el plano formal, por ejemplo, una de las cuestiones que más trabajo me costó asumir es esa que se relaciona con la necesaria brevedad del “post”. Hoy sé que mientras más breve el post, mejor. Y si lo que se expresa prescinde de la prosa académica, y habla desde el intimismo, desde la duda personal, tendrá más posibilidades de llegar a los otros.
Esa visión más personal (que podría leerse incluso como una suerte de blogonovela escrita en primera persona) está presente en varias de las viñetas que he seleccionado para este libro, donde priorizo mi memoria afectiva como espectador nacido y criado en Camagüey (Cuba). Al principio temí que hablar de Camagüey (desde Camagüey) le restase proyección al blog. Que los lectores que no conocen esta localidad se sintiesen menos interesados. Pero he tenido el privilegio de vivir casi un año y medio en España, y visitar varios lugares del mundo, y eso me ha permitido comprobar en carne propia que el ser humano, viva lo mismo en Nueva York o en las favelas de Río de Janeiro, en Huesca o en Viña del Mar, en Miami o en París, tienen como denominador común la angustia que provoca “existir”. Un domingo en Málaga, para poner un ejemplo, es lo más parecido que hay a un domingo en Camagüey: el tedio no tiene sexo ni idioma.
“Ninguna época ha sabido tanto y tan diversas cosas del hombre como la nuestra… Pero ninguna otra época supo menos, en verdad, qué es el hombre”, escribió en algún momento Heidegger. No sé hasta qué punto un blog pueda ayudarnos a conocer un poco más al hombre de carne y hueso, pero por lo menos, al hablar de angustias más cercanas a nosotros mismos, contribuirá a llenar esas inmensas lagunas que los políticos y los medios de comunicación masiva, con sus retóricas saturadas de vacuas abstracciones, han legado a quienes dentro de tres o cuatro siglos pretendan comprender cuáles han sido nuestros tragedias puntuales.
De hecho, un bloguero que en algún momento no hable de aquello que le enoja sencillamente no tiene razón de existir. Los blogs comenzaron siendo una actividad catártica, y todavía es una práctica más familiarizada con la inconformidad que con la lisonja. El optimismo no es algo que abunde en la blogosfera, porque la esperanza ahora la venden en “El Corte Inglés” (o sucedáneos). Y en términos económicos, un blog deja más pérdidas que ganancias. Es más: ninguna ganancia, a no ser la cívica. Esa evidencia invita a parafrasear aquella idea del novelista norteamericano James Branch Cabell: están los blogueros optimistas (aquellos que pregonan que vivimos en el mejor de los mundos posibles), y están los pesimistas (los que temen que eso sea verdad).
Sin embargo, como Lennon, ahora me gustaría soñar un poco: imaginemos que, gracias a los blogs, dentro de un tiempo se hablará más de los seres humanos concretos, y menos de eso abstracto que llaman “humanidad”. Los nombres propios gozarán de más valor que los nombres con mayúsculas, pero ajenos. La pretensión de ser buena persona tendrá más urgencia que la de ser buen político, y tal vez entenderemos mucho mejor las aprensiones de Joyce cuando manifestaba: “Me dan miedo esas grandes palabras que nos hacen tan infelices”.
Ya sé que no estoy hablando de una revolución social, sino en todo caso, de una revolución muy, pero muy personal. De una utopía que, como la de Borges, podría ser la utopía de otro hombre extenuado. Lo sé: soy otro soñador trasnochado, aunque por fortuna, sospecho que tampoco soy el único.
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