ZENIT habló con Alfonso Santiago, profesor de derecho constitucional de la Universidad Austral de Buenos Aires, sobre los desafíos tanto de la Iglesia como del Estado en esta materia, sin rechazar la respuesta a preguntas sobre la situación argentina.
--Desde hace unos años se puso de moda el tema del papel público de las religiones. Desde las perspectivas teológica, cultural y filosófico-política, que aborda en su libro, ¿cómo cree que deben ser entendidas las relaciones entre la religión y la política?
--Alfonso Santiago: Religión y política son dos realidades, dos dimensiones de la vida humana, que han acompañado y acompañarán siempre la existencia de cada persona y de la sociedad en todo tiempo y lugar. La universalidad del fenómeno político y del religioso es una realidad histórica y empíricamente comprobable. Religión y política, con fines y expresiones bien diversos, están llamadas a dar sentido y enriquecer la vida de cada hombre y a complementarse mutuamente.
La política tiene que velar por la promoción del bien común de la comunidad. A su vez, la religión encauza la profunda inclinación que el hombre experimenta hacia Dios, para conocerle, adorarlo y vivir conforme a sus designios. Cada una en su ámbito, sin mezclas ni indebidas interferencias, aunque abierta una a la otra, pueden contribuir a la plena realización personal y social. En esta materia el cristianismo es portador de una original visión que se basa en el dualismo cristiano ("Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios") y en las relaciones de independencia y colaboración que plantea entre la Iglesia y la comunidad política".
--En la situación actual, ¿cuáles creen son los principales desafíos para la Iglesia en esta materia?
--Alfonso Santiago: En mi opinión, y así lo expongo en mi libro, los tres grandes desafíos que hoy día se presentan a la Iglesia católica en torno a la relación entre religión y política son el fundamentalismo islámico, con su profunda confusión entre el orden político y el religioso; el laicismo extremo, con su consideración hostil del fenómeno religioso y el intento de encerrarlo únicamente en la esfera privada; y la falta de participación y de coherencia de los fieles cristianos a la hora de actuar en la vida pública.(entrevista completa en ZENIT)
--Desde hace unos años se puso de moda el tema del papel público de las religiones. Desde las perspectivas teológica, cultural y filosófico-política, que aborda en su libro, ¿cómo cree que deben ser entendidas las relaciones entre la religión y la política?
--Alfonso Santiago: Religión y política son dos realidades, dos dimensiones de la vida humana, que han acompañado y acompañarán siempre la existencia de cada persona y de la sociedad en todo tiempo y lugar. La universalidad del fenómeno político y del religioso es una realidad histórica y empíricamente comprobable. Religión y política, con fines y expresiones bien diversos, están llamadas a dar sentido y enriquecer la vida de cada hombre y a complementarse mutuamente.
La política tiene que velar por la promoción del bien común de la comunidad. A su vez, la religión encauza la profunda inclinación que el hombre experimenta hacia Dios, para conocerle, adorarlo y vivir conforme a sus designios. Cada una en su ámbito, sin mezclas ni indebidas interferencias, aunque abierta una a la otra, pueden contribuir a la plena realización personal y social. En esta materia el cristianismo es portador de una original visión que se basa en el dualismo cristiano ("Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios") y en las relaciones de independencia y colaboración que plantea entre la Iglesia y la comunidad política".
--En la situación actual, ¿cuáles creen son los principales desafíos para la Iglesia en esta materia?
--Alfonso Santiago: En mi opinión, y así lo expongo en mi libro, los tres grandes desafíos que hoy día se presentan a la Iglesia católica en torno a la relación entre religión y política son el fundamentalismo islámico, con su profunda confusión entre el orden político y el religioso; el laicismo extremo, con su consideración hostil del fenómeno religioso y el intento de encerrarlo únicamente en la esfera privada; y la falta de participación y de coherencia de los fieles cristianos a la hora de actuar en la vida pública.(entrevista completa en ZENIT)
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