Tuesday, July 14, 2009

Como el cuerpo de la Nieve (por Roberto Méndez Martínez)



Eliseo Diego, Bella García Marruz,
Fina García Marruz y Cintio Vitier
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Como el cuerpo de la Nieve

por Roberto Méndez Martínez
para el blog Gaspar, El Lugareño


A veces pienso que aquella obra nunca se estrenó, que guardo una falsa memoria de cierta tarde dominical de mayo 1977, cuando encontré en el vestíbulo, más bien vacío, del teatro García Lorca a Fina García Marruz, acompañada por Cintio y por alguien más, que en el posible sueño pudiera ser Cleva. La noche anterior se había celebrado el pre-estreno (¡qué categoría tan imposible!) de Canción para la extraña flor, una coreografía de Alberto Méndez, sobre el poema homónimo de Fina. Ella, feliz y conmovida, había querido volver a verlo. Un texto que creía olvidado, tomado de Las miradas perdidas, se hacía carne ahora en la interpretación de Alicia Alonso.

La sabiduría del coreógrafo le había permitido sortear muchos escollos: no se había permitido “traducir “ el poema a la danza, ni siquiera hizo que se le escuchara como una voz admonitoria detrás de los pasos. Apenas había espigado ocho versículos del texto, y los había colocado en las notas al programa, junto con la parca advertencia: “El coreógrafo ha recreado la atmósfera del poema”. No la letra, ni el asunto, la “atmósfera”, poco menos que el aire...
¿Quién te podrá tocar sin espanto? Lejana es tu
presencia como el cuerpo de la nieve.(1)
Un preludio y un estudio de Scriabin servían de marco sonoro a aquella brevísima pieza, un dúo concebido para Alicia y Jorge Esquivel. Todo el virtuosismo estaba confiado a la poesía del gesto, a las miradas, a las poses de los brazos, sin embargo, como escribiría un año después Anna Kisselgoff, la crítica del New York Times, al presenciar el ballet: “Sexo, romance, éxtasis. Todo estaba allí”(2). El soñador encuentra siempre una distancia que le impide aprehender totalmente a su ideal, la dama en traje de chiffon azul jamás puede ser plenamente alcanzada. Unos pasos, una mano que se acerca hasta casi apresar la otra pero comprueba la angustiada advertencia de la escritora:
he aquí que te toco y siento esa velada distancia
que no podremos nunca atravesar.(3)
Toda la obra era un sutil juego de elocuencias: la del pianista Frank Fernández, presente en la escena y ejecutando como para sí los acordes del visionario ruso, la de la legendaria estrella, olvidadas las acrobacias de otro tiempo y convertida en esa “luz que se mueve” de la que ya había hablado otra poetisa: Dulce María Loynaz y, desde luego, la del excepcional bailarín, contenido en su juvenil ímpetu por aquella música, aquellos versos y más próximo a los ansiosos espectadores que a su impalpable compañera, como si le hubieran apresado en una cárcel de aire.

El final de aquel adagio, digno del romanticismo de un Jean Coralli, resumía la dualidad del encuentro: la pareja lograba enlazar sus brazos en el último instante, pero sólo para hacerse invisibles el uno para el otro, unidas las espaldas, separados los rostros para siempre, cada perfil hacia un tiempo distinto, como en las estatuas de Jano. Creo que entonces la poetisa lloró, pero no podría asegurarlo, porque las luces eran demasiado discretas todavía, como correspondía a un ballet que homenajeaba a Scriabin.

Los críticos, que han sacado a la luz los muy evidentes nexos de la obra de Fina con las artes plásticas y el cine, han ignorado por alguna razón, su cercanía a lo danzario. Quizá no han entendido ese designio secreto que la hizo ubicar en el momento más alto de su suma de ensayos Hablar de la poesía, un texto escrito en 1974: “Alicia Alonso en el país de la danza”. Allí están algunos de los atisbos capitales de su poética explícita. Pocas veces nos ha dejado tan claro ese “franciscanismo” que la hace descubrir la belleza en lo que otros ven como superficial o pobre. Con aparente inocencia, aparta de su mirada a decenas de estrellas del ballet, para confesar:
He visto danzar nada más que unas pocas veces en toda mi vida (descuento la destreza de los muchos), y de ellas una fue a un humilde mimo de nuestra farándula. Su baile mínimo, con prodigios de invención y gracia, duraba segundos, y cada movimiento era irrepetible. La atención más aguzada no podía precisar qué hacía, el raro arabesco de su dibujo en el mosaico, la rápida sátira de sus risueños pasillos. Parecía un baile inventado por una abeja, por un zunzún. Aquello era una esencia nuestra.(4)
Marcada por este mismo sentido del baile, su mirada hacia Alicia no es para resaltar las proezas intrincadas de su pericia en el baile clásico, sino para comprobar la plasticidad de su perfil, puesto que “también con él se baila” o para vincular la escuela que ella ha creado con lo mejor de una tradición poética que incluye a Zenea, a Luisa Pérez y también a Martí: “Viendo a Alicia penetrar en su país de la danza recordamos estas martianas leyes de la analogía y el equilibrio y recordamos también la égloga cubana"(5). Y con un giro lleno de elegancia, se apropia la escritora para sí del “acento flotante”, de la ligereza de pies, de la lentitud de las vueltas y del dúo como íntima conversación que son los rasgos más visibles de nuestra escuela de ballet.

Cada vez que vuelvo sobre la poesía de Fina, no puedo sino descubrir en ella otro gesto que viene de la danza, unas veces la humildad de aquel mimo se trasmuta en el “Baile de los panecitos” que Chaplin le regala desde La quimera del oro(6), otras, se lanza a los espacios para concebir la danza cósmica, en vez del espanto pascaliano o de la dispersión estelar de Mallarmé, nos entrega la prosa apretada que es a la vez memoria coreográfica:
No te cansas, Abeja, en la persecución del cáliz henchido lejos de tu cuidado? Avanzas en línea recta. Tus movimientos corrompen el inicio, la primogenitura de la gracia, están limitados por una dirección implacable. Imagino que vientos propicios te permitiesen girar libremente en todas direcciones como gallito de veleta de una muy alta torre. Sería entonces la Danza. Cesaría la persecución del ciervo acorralado por las mordidas de los perros. Inmensa paz, quietud de los espacios extasiados.(7)
Un cuarto de siglo después, cuando he vuelto sobre aquel “pre-estreno”, apenas he hallado apoyatura para la memoria. La mayor parte de nuestra prensa no lo reseñó, no he podido hallar siquiera fotos. Quizá he debido inventarlo para explicarme mejor esa poesía que casi siempre se quiebra cuando se la intenta definir. Tal vez sólo fueron reales unos compases de Scriabin, un vestido azul y desde luego, unas lágrimas que no me fueron mostradas.

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  1. “Canción para la extraña flor”. En: Fina García Marruz: Poesías escogidas. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1984, p.35.
  2. Cf. Cuba en el ballet. Vol 10, no.3. La Habana, septiembre-diciembre, 1979, p.12.
  3. Ibid.
  4. FGM: “Alicia Alonso en el país de la danza”. En: Hablar de la poesía. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1986, p.426.
  5. Ibid, p.430.
  6. Véase “Baile de los panecitos” en sus Créditos de Charlot.
  7. FGM: “A los espacios”. En: Poesías escogidas, p.123.

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