Bautizo de Sergio Vitier.
Al centro con Cintio y Fina está el Padre Gaztelu.
En el extremo izquierdo, Medardo Vitier, detrás de Fina, Lezama.
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por Roberto Méndez Martínez (para el blog Gaspar, El Lugareño)
En una de esas tardes casi otoñales que él tanto amó y cantó en sus versos, la del pasado 1 de octubre, Cintio Vitier fue hacia la casa del Padre. No era el último de los autores del Grupo Orígenes – le sobreviven su viuda Fina García Marruz y Lorenzo García Vega- pero sí una de las figuras claves de esta promoción de autores que cambiaron la faz de la cultura cubana.
Si correspondió a José Lezama Lima el dotar a la cultura cubana de un fabuloso “Sistema Poético” que permitiera la reinterpretación de su historia y literatura a partir de las raíces sumergidas del mito, Cintio Vitier fue el más sistemático y completo exégeta del pensamiento de su generación. Hijo del filósofo y pedagogo Medardo Vitier, Cintio compartió con Lezama muchos de los momentos gloriosos de esa promoción poética: la común influencia ejercida sobre ellos por Juan Ramón Jiménez, las edición compartida de revistas como Espuela de plata y Orígenes, las célebres reuniones en Bauta, presididas por el presbítero Gaztelu.
Poeta de vasto aliento, sus producciones han sido recogidas en tres grandes sumas: Vísperas (1953), Testimonios (1968) y Nupcias (1993). El mismo se encargó de definir, en 1948, los temas fundamentales que por entonces abordara en esos versos, llenos de un ansia metafísica: “la extrañeza del mundo, el misterio de la mirada y la memoria, el paso de lo onírico a la sequedad del espíritu, el imposible como hogar”. Mas, su definitiva conversión al cristianismo en 1953, abrirá su poética a otros destinos: la búsqueda de la sencillez expresiva, el rechazo de los artificios puramente literarios, la voluntaria cercanía con poetas entrañables desde San Juan de la Cruz hasta Unamuno y Gabriela Mistral.
Aunque su ejecutoria poética hubiera garantizado su inclusión en la historia de la literatura cubana, es su labor como ensayista e investigador la que ha ofrecido frutos más relevantes. Su antología Diez poetas cubanos (1948) fue la primera visión de conjunto de la poética de Orígenes y el primer deslinde de las constantes temáticas, afinidades estéticas y aportes de este conjunto de autores, por entonces noveles. Cincuenta años de poesía cubana (1952), por su parte, es el balance personal, sereno y polémico, de los textos más notables que la Isla legaba a la primera mitad del siglo XX, este volumen, tiene el mérito esencial de repasar la poesía cubana con una mirada integradora que hace convivir los ismos y posiciones más diversas, con criterios audaces, como el de incluir en sus páginas a un autor como José Angel Buesa, cuya obra era una especie de tabú en los predios de la “alta literatura”.
Cuando Vicentina Antuña, a nombre de la sociedad femenina Lyceum y Lawn Tennis Club, le encarga un ciclo de conferencias sobre poesía cubana, que dictó en sus salones entre el 9 de octubre y el 13 de diciembre de 1957, este se convirtió en el libro Lo cubano en la poesía: un abordaje de la trayectoria poética de Cuba, desde los “diarios de navegación” de Colón hasta los poetas que se habían dado a conocer en Orígenes, con la voluntad de descifrar en ellos las ocultas claves de lo cubano. Años después se reprochó al escritor el empleo de un conjunto de categorías, acuñado por él: la ingravidez, la lejanía, el despego, el frío, difícilmente verificables desde la ciencia literaria, sin embargo, el libro se ha convertido en un texto imprescindible en los estudios literarios cubanos pues sus agudas intuiciones y ciertas páginas sorprendentes de su prosa impresionista son ya patrimonio común de nuestra cultura.
Para Cintio, obsesionado por los vínculos entre poesía y eticidad, la obra martiana constituyó un desafío mayor. Junto a Fina García Marruz, dio a la luz los dos tomos de los Temas martianos, además de la contribución de ambos a la preparación de la complicada edición crítica de la obra del Maestro, de la que ambos han sido fervientes promotores. Más aún, los productos más maduros de la ensayística de Vitier, parten, lúcida y voluntariamente de los presupuestos martianos, sea la historia de la eticidad cubana constituida en Ese sol del mundo moral (1975) o aquellas polémicas conferencias recogidas luego en el libro: Rescate de Zenea (1987).
En su obra se destacan la sistematicidad y coherencia de una escritura hecha habitualmente desde el silencio y su capacidad de resistencia a los rechazos: los recibidos otrora desde las filas de un marxismo más o menos dogmático, o desde las incendiarias páginas de Ciclón e, inclusive, los que llegaron después, provenientes de autores más jóvenes, que se resistían a aceptar algunos de sus presupuestos críticos, especialmente su visión “teleológica” de la cultura cubana.
Es indudable que desde las tutelares influencias de Juan Ramón Jiménez, Lezama y el propio Martí y a partir de la gradual incorporación de elementos del pensamiento neotomista y otras fuentes, Cintio Vitier ha sido capaz de edificar una obra ya clásica dentro del pensamiento cubano, que ha sido para Isla lo que para México significara el corpus ensayístico de Alfonso Reyes u Octavio Paz.
Si correspondió a José Lezama Lima el dotar a la cultura cubana de un fabuloso “Sistema Poético” que permitiera la reinterpretación de su historia y literatura a partir de las raíces sumergidas del mito, Cintio Vitier fue el más sistemático y completo exégeta del pensamiento de su generación. Hijo del filósofo y pedagogo Medardo Vitier, Cintio compartió con Lezama muchos de los momentos gloriosos de esa promoción poética: la común influencia ejercida sobre ellos por Juan Ramón Jiménez, las edición compartida de revistas como Espuela de plata y Orígenes, las célebres reuniones en Bauta, presididas por el presbítero Gaztelu.
Poeta de vasto aliento, sus producciones han sido recogidas en tres grandes sumas: Vísperas (1953), Testimonios (1968) y Nupcias (1993). El mismo se encargó de definir, en 1948, los temas fundamentales que por entonces abordara en esos versos, llenos de un ansia metafísica: “la extrañeza del mundo, el misterio de la mirada y la memoria, el paso de lo onírico a la sequedad del espíritu, el imposible como hogar”. Mas, su definitiva conversión al cristianismo en 1953, abrirá su poética a otros destinos: la búsqueda de la sencillez expresiva, el rechazo de los artificios puramente literarios, la voluntaria cercanía con poetas entrañables desde San Juan de la Cruz hasta Unamuno y Gabriela Mistral.
Aunque su ejecutoria poética hubiera garantizado su inclusión en la historia de la literatura cubana, es su labor como ensayista e investigador la que ha ofrecido frutos más relevantes. Su antología Diez poetas cubanos (1948) fue la primera visión de conjunto de la poética de Orígenes y el primer deslinde de las constantes temáticas, afinidades estéticas y aportes de este conjunto de autores, por entonces noveles. Cincuenta años de poesía cubana (1952), por su parte, es el balance personal, sereno y polémico, de los textos más notables que la Isla legaba a la primera mitad del siglo XX, este volumen, tiene el mérito esencial de repasar la poesía cubana con una mirada integradora que hace convivir los ismos y posiciones más diversas, con criterios audaces, como el de incluir en sus páginas a un autor como José Angel Buesa, cuya obra era una especie de tabú en los predios de la “alta literatura”.
Cuando Vicentina Antuña, a nombre de la sociedad femenina Lyceum y Lawn Tennis Club, le encarga un ciclo de conferencias sobre poesía cubana, que dictó en sus salones entre el 9 de octubre y el 13 de diciembre de 1957, este se convirtió en el libro Lo cubano en la poesía: un abordaje de la trayectoria poética de Cuba, desde los “diarios de navegación” de Colón hasta los poetas que se habían dado a conocer en Orígenes, con la voluntad de descifrar en ellos las ocultas claves de lo cubano. Años después se reprochó al escritor el empleo de un conjunto de categorías, acuñado por él: la ingravidez, la lejanía, el despego, el frío, difícilmente verificables desde la ciencia literaria, sin embargo, el libro se ha convertido en un texto imprescindible en los estudios literarios cubanos pues sus agudas intuiciones y ciertas páginas sorprendentes de su prosa impresionista son ya patrimonio común de nuestra cultura.
Para Cintio, obsesionado por los vínculos entre poesía y eticidad, la obra martiana constituyó un desafío mayor. Junto a Fina García Marruz, dio a la luz los dos tomos de los Temas martianos, además de la contribución de ambos a la preparación de la complicada edición crítica de la obra del Maestro, de la que ambos han sido fervientes promotores. Más aún, los productos más maduros de la ensayística de Vitier, parten, lúcida y voluntariamente de los presupuestos martianos, sea la historia de la eticidad cubana constituida en Ese sol del mundo moral (1975) o aquellas polémicas conferencias recogidas luego en el libro: Rescate de Zenea (1987).
En su obra se destacan la sistematicidad y coherencia de una escritura hecha habitualmente desde el silencio y su capacidad de resistencia a los rechazos: los recibidos otrora desde las filas de un marxismo más o menos dogmático, o desde las incendiarias páginas de Ciclón e, inclusive, los que llegaron después, provenientes de autores más jóvenes, que se resistían a aceptar algunos de sus presupuestos críticos, especialmente su visión “teleológica” de la cultura cubana.
Es indudable que desde las tutelares influencias de Juan Ramón Jiménez, Lezama y el propio Martí y a partir de la gradual incorporación de elementos del pensamiento neotomista y otras fuentes, Cintio Vitier ha sido capaz de edificar una obra ya clásica dentro del pensamiento cubano, que ha sido para Isla lo que para México significara el corpus ensayístico de Alfonso Reyes u Octavio Paz.
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