por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)
Un día regresamos del terreno de pelota, luego de haber apabullado a los Ratones, cuando así de pronto nos íbamos para los Camilitos.
—¿Quieres ir para los Camilitos?
—¿Para los Camilitos…?
—Sí, para los Camilitos.
Los Camilitos era una escuela militar donde podíamos hacernos teniente o capitán o mayor, para decirle un día a la vieja que ya no tenía que seguir cosiendo tanta ropa, y ya nos veíamos por la calle, saliendo de Pase, con aquel traje de gala verde olivo y la gorra de plato con el Escudo al frente y la camisa mangas largas, y un cinto ancho de hebilla brillante con la figura de Camilo Cienfuegos.
Claro que sí, que queríamos ir para los Camilitos: Juanco, Santiago, Ale, Juan Ramón: nos vamos para los Camilitos.
Y papi nos acompañó hasta Santa Clara, y nos reconocieron en el Hospital Militar y nos pusieron dos inyecciones en la espalda y nos empastaron las muelas, y luego nos dieron la ropa y los zapatos y la gorra, y nos pelaron al cero y nos mandaron un tiempo a cortar marabú y a sembrar café a las montañas.
Era un lugar muy intrincado. Los albergues consistían en naves abiertas, de techo de guano y piso de tierra, por donde corría la lluvia durante los largos aguaceros de septiembre, y hacía frío, y teníamos que levantarnos de noche, y trabajar todo el día y bañarnos al aire libre, y enfermarnos y seguir trabajando porque allí podíamos practicar la Emulación Socialista; y los más destacados recibíamos un sello muy bonito de vanguardia del día o de la semana o del mes, hasta que por fin un día nos trajeron a la escuela.
No éramos ni Frank Caballero, ni Rony, ni Pirolo, ni Quiroga ni Amarante Reyes. Éramos el 13 y el 43 y el 57 y el 58 y el 90, y el sargento Antía, y el cabo Bernabé, y el teniente Capote. Había que hacerlo todo rápido, todo estaba medido como si viviéramos adentro de un reloj. Levantarse de un salto, de pieeee, disciplina militar, cinco minutos para el Aseo Personal, tender la cama, vestirse, y salir a formar.
—Permiso, sargento, para incorporarme.
—Incorpórese, tiene un reporte 57 por Llegar Tarde a Formación.
—Pero sargento…
—Tiene otro por Réplica.
—Es que, mire…
—Réplica Continuada.
—Sí, sargento.
—Compañía Atencioooón, derechaaaa, derec, de frenteeee, march, un/ dos/ tres/ cua/ troun/ dos/ tres/ cua/ troun/ dos/ tres/ cua, compañíaaaa: pelotón, alt.
Y marchando para las aulas, para los campos deportivos, para las clases de infantería, de tiro, para el comedor, para los albergues:
—Permiso sargento, nos robaron las medias, y el overoll, y el traje de gala, y la gorra, y el tubo de pasta.
Y el sargento se pone de pie de un salto, como un resorte, y sale para el albergue:
—De pie, Atencioooón, todos al lado de sus camas, los escaparates abiertos.
Aquello era una escuela militar y si había un ladrón tenía que aparecer, no se moviera nadie de sus puestos.
Pero no apareció el ladrón, ni la ropa, ni el tubo de pasta:
—Aquí tiene, alumno 57, todo nuevo. Mire a ver si la próxima…
—Lo sentimos, sargento, los escaparates no tienen candados.
—El candado hay que llevarlo aquí, 57 —y se tocaba la cabeza—. Al ladrón lo atraparemos, ya verá usted, puede retirarse… Ah, y tiene un reporte por faltarle un botón.
—Pero sargento…
—Otro por Réplica.
—Sí, sargento.
Y cada reporte equivalía a dos o tres deméritos o hasta nueve o diez según fuera el reporte, y a los diez deméritos nos suspendían el Pase. Uno veía las guaguas que se llevaba a la gente, vestidos de gala, con la alegría de ver a la familia, a los amigos, de salir del sargento por dos días, mientras uno se quedaba allí como un huérfano, por hablar en formación, por llegar tarde, por Réplica, por Réplica Continuada. Los viernes que tocaba Pase, por la mañana, nos hacían la Corte, aula por aula:
—Alumno 57.
—Aquí.
—Acá.
Un dos, un dos, alt.
—Alumno 57 listo para responder las preguntas de la Corte.
—Póngase cómodo. 57, usted fue reportado el día 9 del corriente a las cero ochocientas por Llegada Tarde a Formación, ¿responsable o no responsable?
—Responsable.
—Tiene cuatro deméritos… Usted fue reportado el día 10 a las mil y quinientas por Uso Indebido del Uniforme, entre paréntesis camisa abierta, ¿responsable o no responsable?
—Responsable.
—Tiene tres deméritos.
Cuatro y tres siete, faltaban tres para tumbarnos el Pase, para quedarnos allí encerrados; el Pase es lo más importante, lo más grande que uno tiene en esta escuela, Virgencita, más que la comida, que la ropa, más que el agua.
—57, tiene otro reporte el día 12 del corriente a las dos mil y cuarenta por Terminología Inadecuada.
—No responsable.
—Nadie le ha preguntado si es o no responsable. Tiene un reporte por contestar sin haberle preguntado.
—Sí, sargento.
—Terminología Inadecuada, ¿responsable o…?
—No responsable.
—¿Qué tiene que alegar?
—No estamos de acuerdo, sargento, lo único que hicimos fue decirle a Rony…
—A Rony no, al compañero 43.
—Sí, sargento, al compañero 43, que se callara, que ya habían dado la voz de silencio.
—Cabo Bernabé.
—Aquí.
—Acá.
Un dos un dos, alt.
—Usted fue quién le puso el reporte, ¿qué tiene que alegar?
—Sí, sargento, esa noche yo iba entrando al albergue cuando oí que el alumno 57 le decía a su compañero: cállete, asere, que por ahí viene el cabo Bernabé, y como usted sabe, sargento, esa palabra de asere es una terminología inadecuada en nuestras Fuerza Armadas.
—Muy bien, puede retirarse.
Un dos un dos.
—Alumno 57, es declarado responsable, tiene 4 deméritos y otro reporte más por Mentir en Corte, ¿responsable o no responsable?
—No responsable.
—Tiene otro reporte más por Insubordinación, ¿responsable o no responsable?
—No responsable.
—Otro por Falta de Respeto a un Superior, ¿responsable o no responsable?
—Responsable, sargento.
—Bien… En total son tres… y cuatro, siete…, once, dieciocho, veintinueve deméritos que van a su Expediente Acumulativo. Tiene suspendido el Pase, 57. Puede retirarse.
—Sí, sargento.
—Alumno 58.
—Aquí.
—Acá.
Un dos, un dos, alt.
Y reportes por esto y por aquello, por jugar de manos, por hablar, por reír, por llegar tarde, por coger mal la cuchara, por no cuidar la Propiedad y dejarse robar.
—¿Otra vez aquí?
—Sí, sargento, nos robaron la toalla.
—Pues mire a ver lo que inventa, no quiero saber más de otro asunto de robo.
—¿Qué vamos a hacer, sargento?
—No sé nada, ya le dije que invente.
—¿Qué cosa, sargento…?
—No sé, retírese. Tiene un reporte por No Cuidar la Propiedad.
—Pero sargento…
—Otro por Réplica
—Sí, sargento.
Y llegamos hasta el escaparate del compañero Pérez Pérez, pero nos detuvimos en el acto: el sargento sabe que nos falta la toalla y cuando Pérez Pérez vaya a denunciar que a él también le han robado la suya, el sargento mandará a formar, inspección, y verá la toalla en nuestro escaparate:
—Alumno 44, ¿es ésta su toalla?
—Sí, sargento.
Y nos declararán ladrón y pagaremos por todos los robos y nos harán un juicio, y nos pararán delante de toda la escuela, y nos arrancarán las insignias, el escudo de la camisa y de la gorra, y nos expulsarán deshonrosamente: papi, mami, Juanco, Omar, Umbelina: nos expulsaron por ladrones… No, mejor nos secamos con un trapo, o con el aire, o seguimos mojados todo el día, toda la semana, seremos tipos resfriados, con catarros crónicos, incurables.
Pero la próxima vez no será igual: no, sargento, no nos han robado nada, más nada, estamos cuidando mejor la Propiedad, vea, hizo bien en ponernos aquel reporte. La próxima vez que nos roben, se forma la inventadera; basta ya de reportes por no cuidar la Propiedad, nos llamen en la Corte, alumno 57, aquí, acá, y nos tumben el Pase y nos quedemos prisioneros en esta cárcel tan enorme y tan fría.
Y la otra quincena nos robaron dos camisas y tres pares de medias que recuperamos, mediante una pequeña inventiva, y no recibimos más que dos reportes. Teníamos tantas ganas de ir al pueblo, de ver a los amigos, de ver aunque fuera a Juanco o a cualquiera de Los Tigres, a la familia, a mami, a papi: Papi, no vamos más para esa escuela, nos maltratan, nos humillan, no nos consideran, no nos oyen, no valemos nada, somos unos tornillos, unas tuercas, somos unos muñecos de papel, peor que si fuéramos de palo, peor que Pinocho.
Papi abrió mucho los ojos, ¿estábamos locos? De allí no nos iríamos, cómo iba a pasar esa vergüenza de tener hijos rajados.
Y lloramos toda la noche y todo el día siguiente. Y tío Ignacio y tía Aleja y prima Nila se compadecieron de nosotros: déjalo que venga para acá, pobrecito; pero mi padre no podía permitirlo, de ninguna manera, no era culpa suya, él estaba en la Revolución, y leía a Lenin, y a nuestro primer hermano le había puesto Pedri por San Pedro, pero al segundo le puso Vladimir Ilich, y recibía la revista Cuba Socialista, y Literatura Soviética, y quería ser Yuri Gagarin. Ya desde chiquitos nos llevaba a las marchas de apoyo, a las manifestaciones, miles y miles de gente desfilando y cantando por la calle Masó, todos parecidos a Fidel, con el mismo rostro de Fidel; nuestro padre era invencible como si fuera Fidel, y cruzábamos la calle Céspedes, y la calle Libertad, y nosotros dentro del tumulto, marchando vamos hacia un Ideal sabiendo que hemos de triunfar, en aras de paz y prosperidad; y tomábamos por la calle Valle, junto al parque La Palmita, y cruzábamos por El Gallito, por La Francia, por la Colonia Española, y no importaba que nos pisotearan porque nuestros padres eran muchos fideles con el paso largo cantando la Internacional, y ya no caminábamos, sino que íbamos montados en una canción, sobre una melodía que nos impulsaba, que recorría las calles con nosotros encima, repletos de energía; y llegábamos hasta el parque José Martí, donde estaba la concentración: arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan; y enarbolando consignas: Fidel, seguro, a los yankis dale duro, o, candela candela, la ORI es la candela, no le digan ORI, díganle candela, candela candela … Por eso no podía sacarnos de aquella escuela, pero seguimos llorando, y un día no pudo resistir más aquel dolor del hijo, qué cosa no hace un padre por su hijo, y fue a solicitarnos la Baja, nada importaba en su vida más que su hijo, la felicidad de su hijo, la alegría de su hijo, su hijo era su hijo; y lo quisimos como antes, más que antes, porque sabíamos que era muy duro para él tener un hijo rajado, ser padre debía ser algo tan grande, y ya habíamos recogido la ropa para entregarla, y nos habíamos vestido de civil, con una camisa a cuadros muy bonita:
—Permiso capitán. Yo soy el padre de mi hijo.
Y el padre le explicó todo al capitán que lo escuchó en silencio y le brindó café, y se fumaron un tabaco. Y luego se acercó bien a él como si estuviera diciéndole un secreto a una persona muy entrañable:
—¿Sabe lo que pasa, papá…? Ésta es la mejor escuela del país. Estos niños son unos privilegiados, son los hijos ricos de un pueblo pobre. Buena comida, buenos dormitorios, buena educación, buen futuro: nada menos que Oficiales de nuestras Fuerzas Armadas, ¿usted me entiende…?
—Sí, capitán.
—Pero como comprenderá, compañero Paquito, la Revolución emplea muchos recursos en la formación de estos niños, y de aquí no puede salir nadie así por la libre, ¿comprende…?
—Sí, capitán.
—El que se vaya de esta escuela es como si fuera desertor, traidor a la patria, ¿sabe?, se queda con su Expediente manchado para toda la vida. De aquí como único se sale es expulsado deshonrosamente o por un accidente fatal, que pierdan un brazo o una pierna o un ojo, ¿me comprende?
—Sí, capitán.
—Pero si usted quiere…
—No, capitán.
Y el papá no le contó eso a nadie sino que se acercó bien a su hijo, y le puso la mano en la cabeza:
—Hijo, aguanta un tiempo a ver qué pasa. Ya tú eres un hombre.
Y el hijo tragamos en seco y pestañeamos rápido para que el padre no viera las lágrimas, porque así de pronto, tan chiquito, todavía sin pelos, ya éramos un hombre.
—Sí, papi, vete tranquilo.
Nos besó, nos dijo adiós muy lentamente. Y lo vimos alejarse, encorvado, con el paso muerto, como un fantasma a la luz del mediodía, con aquella cara de fideltriste, porque esta vez dejaba al hijo por detrás.
------------------------------------------------------------------
---------------------------------------------------------
Yo estudie en los Camilitos en Camaguey me estoy riendo aqui que me salen las lagrimas jajajaja. Creo que se quedo corto pero es verdad asi mismo era o es quien sabe. yo estube alli 2 anos de mi vida habian 35 mujeres y el resto quisas 500 o 600 hombres el que tenia novia alli era el rey.
ReplyDeleteen mi segundo ano perdi todos los pases pero siempre me escape. Gracias por la historia tengo muchas memorias alli escuche con el higno nacional de fondo como en Granada Tortolo se inmolaba por la patria despues de preguntar que queria decir la palabrita los pelos se nos ponian de puntas. Y demasssssss
no se por que no lo leen mas, es interesante,suerte!
ReplyDeleteYo me jalé los 6 años en Baracoa. Esta historia está contada de forma excelente. Y lo digo con conocimiento de causa, porque algo parecido me sucedió a mí, solo que mi padre no se enteró. No tuve el valor de decírselo. Mis lágrmas no corrieron por mis mejillas, sino por dentro y me llegaban a la garganta. El trauma sicológico fue grande, el mundo se te venía abajo, pero lo pude superar. Entonces tenía solamente 12 años.
ReplyDeleteUM4914