Ahora entro a mi cuerpo de azogue,
con su pared de agua
y su mundo a la inversa,
y veo delante una ventana
más ancha que mis hombros;
ayer estuvo en ella la luz cuadrada,
y también mi muerte
anduvo cerca de esos alambres
que tienen
a la luna colgada de sus postes.
Durante tres segundos
estuvo ahí viva mi muerte,
hasta que me tocaste
con el tacto de tu sonido
tembloroso como un dedo de susto,
que no llegó a terminar en el silencio
y permanece dentro de mi memoria
como un dolor viviendo en la punzada.
He hablado tanto de tu dolor conmigo,
a solas,
con todo lo tuyo que me has dado
y hacia ti me traslada,
que en esta medianoche que el sol te envía
puedo tocar tu piel de mártir,
verte
con sólo entrar a mi tamaño,
abriendo los ojos que en el alma se usan
para explicar que la mirada
es la parte más pura de los hechos
en que el hombre interviene.
¡Oh, Patria mía,
mi dulce isla de vinagre!
Me basta
haber nacido en tu rosa de yerba
y sentirme sumado al número de tus muertos,
para saber que tengo derecho
a un pedazo de orgullo
y que el deber también es algo
que agregas a mi herencia.
Desde esta luz con alma
que me mantiene sin ser de otro
y sólo con el espejo habla,
de modo que la hipocresía
no pueda estar en su paisaje
y ella nada más aparece desnuda
como el fulgor de un verbo,
desde lo más alto que tengo
y has tocado con el último miedo,
bajo por las paredes
que el hueso levanta entre mi carne
hasta formar esta otra isla de materia tuya,
en cuya forma
cabe la geografía de un plantígrado,
o la lengua amputada no sé a qué pájaro de tierra;
de manera que todo
lo que del mar se agarra
y eres de azúcar,
todo eso
que tienes de largo martirio
acostado en la espuma,
lo veo ahora dentro de donde habito,
y hacia donde caigo
tratando de no ser una lágrima,
o siendo una lágrima
que suene como voz de campana.
Bien sabes
que vivo entre piedras humanas,
entre culebras
cuyas lenguas aparecen vestidas a la moda;
como mujeres,
que no se sabe cuándo aman;
y hombres
que no se sabe cómo piensan.
Todo eso tiene una voz
que nadie puede oír con el oído,
pero habla
de una manera que la vida utiliza,
y me llama
con palabras que entiendo
y no concibo
destinadas a seguir en secreto.
He aquí, entonces,
por qué un beso es el signo
de la miel que renuncio
y cambio por esta gota de agria música
que bebo en una esponja;
y me siento salvado
por lo que sale de tus poros,
porque sabe a dolor que te quito;
de suerte
que tu amor es más puro,
porque no tiene sexo
y todos los días marca la misma fecha
en mi almanaque de estar enamorado
y de saber que así la vida
no es una sola.
¿Dónde encontrar un poco de luz dulce
que sirva para cambiar el agua de tus ojos?
Ha sido fácil producir el llanto
que corre por tu rostro sin párpados
y organizar la muerte
que corre como una larga vena
de hielo tu espinazo.
Es que todo se hace
de una manera que produce tristeza,
de un modo que el rencor extrae
de una sola memoria enferma,
de una memoria
en la que el error acierta todos los días,
desde que tu vivencia está saliendo
como un eructo de la cabeza de los locos.
No sería humano que Dios hiciera otro milagro.
Existe esa cabeza
en la que quiero tocar con una cosa tuya
que de pronto se convierta en estrella
(en foco saludable),
o con el índice que me prestes
y sea capaz de doler de la forma difícil
que tiene la ternura.
Ahora,
que las mismas palabras
servirán para acusar a los que acusan;
ahora,
que el pueblo acude a la bodega
a recoger el hambre cada día primero;
ahora,
que las noticias
no son como suceden;
ahora,
que los niños nacen
con uniformes y sin cerebro;
ahora,
que del viento cuelga la soga
del último suicidio
y una bala espera la orden
para salir
a establecer la próxima muerte.
Dentro de esa cabeza
puede haber algo
que la honradez esté buscando todavía:
Una idea
que permanezca virgen
dentro de todo lo que ha sido hallado
y no ha servido,
pese a que se creía infalible;
porque en esa cabeza
puede existir un hombre honrado,
perdido en los espejos
que tienen sus buenas intenciones.
Es posible que en su cerebro vuelen ángeles
que piden auxilio,
que suplican una gota de aire
que no entra
llena de terror en sus pulmones,
un rincón que sea tuyo
y no tenga
a la miseria comiéndose una boca.
Acaso tus dedos
también tanteen en la sombra
de su cerebro
buscando a un lazarillo
que cargue tus ojos
y abra un camino
entre sus glóbulos más tuyos,
porque el que entres hasta su espíritu
con tu largo pañuelo de angustia
tantas veces lavado por tu sangre.
Lo cierto
es que debajo de su cabeza
se halla él parado sobre sus botas,
y tus caminos salen desde su frente
hacia un lugar que no aparece,
o no existe,
o ha quedado detrás
de la primera gota de muerte;
acaso
porque el odio
da más luz que el amor,
o tiene más imán,
no sé.
Yo sólo veo
estómagos con maletas,
turistas con labios de vampiros
y colmillos hundidos en tu cuerpo;
y una sed;
y promesas que hacen otra cosa;
y sombra que ha de hallarse;
y muerte que ha de repetirse.
Y creo que el odio crea,
pero destruye,
y sobre todo
no deja ver la luz que te hace falta,
para llegar a un lugar bueno
donde acostar tus nervios
sencillamente a descansar.
Hay que oír a la vida
cuando quiere expresar lo posible;
saber lo que duele,
por ejemplo,
a la naturaleza perder el trabajo
que su paciencia realiza para el hombre;
porque al cortar un árbol
no se piensa en cuántas flores
dejarán de nacer dentro de un siglo,
ni se cuenta con quienes
han de necesitar entonces
los frutos que ahora se asesinan.
Hay que entender
que alguna vez otros tendrían hijos
que están muriendo sin salir del abuelo,
y nadie viene con derecho
a matar seres que de otra forma
han de vivir en el año 2001.
¿Qué mundo puede hacerse
quitando a la libertad su título
de propiedad privada?
La libertad es algo
que nadie puede dar a nadie,
porque no se trata
del pan que a uno sobra,
sino del aire que a todos pertenece.
Hay quien se define
como instrumento de las alas,
y suelta por la voz los pájaros
que ahoga entre sus manos.
Ese hombre no piensa
que el hombre también existe en otra gente;
sería útil
subir de su misericordia a su cabeza
con un glóbulo puro
y decirle que su enemigo
ha llenado su cerebro de opio,
narcotizándolo
y echando a Dios la culpa
de haber inventado la droga.
No sería humano que Dios hiciera este milagro.
Dios se acostó hace siglos
a dormir su cansancio de los siete relojes,
después de hacer el hombre
y todo lo que hizo
con el trabajo de una semana,
y no quiere que lo despierten
hasta el último día.
Hay que dejar a Dios durmiendo
y despertar al hombre,
para que vea cuánta sombra
debe solucionar ahora
y cuánto dolor
está produciendo para mañana----------------------------------------------------------en el blog: La Isla perdida ...
Friday, November 13, 2009
Canto Final del Poeta ( de Francisco Riverón Hernández, 1917-1975)
Foto/Blog Gaspar, El Lugareño
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Canto Final del Poeta (del Libro la Isla Perdida, Iduna 2009)
por Francisco Riverón Hernández (1917-1975)
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