Aymara Aymerich entrevista a Carlos Pintado,
para el blog Gaspar El Lugareño
para el blog Gaspar El Lugareño
Nos conocimos como usualmente no acostumbran los poetas. La fecha me es inexacta, pero fue en este último año, desde que existo en Facebook. A la usanza de los nuevos tiempos, mediante los protocolos y la casi nula etiqueta que nos brinda esta red social. Todo muy simplificado, muy transaccional: uno de los dos envía un friend request, el otro acepta. Así nos conocimos, aunque tampoco importa demasiado. Lo esencial es que desde entonces quedamos a un click de distancia solamente. Muy pronto surgieron inquietudes entre ambos, y comenzamos una comunicación más ortodoxa. Detrás del avatar había un alma buena, un joven talentoso, y yo quise que fuéramos cercanos. Así es que el propio Carlos y algunos amigos en común me ayudaron a leer su obra y a escucharla, a googlearlo responsablemente, hasta que se hicieron inminentes las preguntas.
Como escritor, ¿qué significa para ti haber nacido en los 70? ¿Esta circunstancia te hace sentir parte de algo? ¿Un grupo, alguna promoción en específico? ¿O te sientes desligado de este tipo de “ataduras”?
Te confieso, Aymara, que soy malísimo en eso de los grupos literarios o las promociones. Puedo explicarlo: salí de Cuba en el 97 con 22 años; si bien ya había escrito algunos de los libros que años después salieron publicados en otros lugares, nadie -con la excepción de los amigos que fueron víctimas de mis cuentos de ciencia ficción y horror- supo que escribía. Algo de timidez hubo, pero también un poco de claustro temporal. Luego sales al mundo, quiero decir, sales de Cuba, y te das cuenta que el mundo se reorganiza en géneros, en etiquetas, en cosas que deben ser nombradas. No sabía qué estaban escribiendo los que nacieron como yo en los 70 hasta que me llegó la antología "Cuerpo sobre cuerpo" organizada por ti y por Edel Morales; y más allá de afinidades y descubrimientos me sentí un poco como el lobo estepario. Por cuestión de edad, pertenecía yo a esa orgía de cuerpos poéticos que tú y Edel iniciaron, pero, por cuestiones geográficas, yo ya estaba lejos, muy lejos.
Además de la poesía, te has adentrado en la narrativa, en el ensayo, has hecho traducciones… Háblame un poco de los placeres que encuentras en cada uno de estos géneros. ¿Qué te aportan, cómo te enriquecen?
Los géneros con los que trabajo se veneran y se traicionan mutuamente; no hay fidelidad en ellos. A veces un cuento coexiste en paz y armonía con un poema o un ensayo hasta que en el momento menos pensado cae un cuchillo al piso -sierpe de fuego como diría mi amigo Félix Lizárraga-, y enseguida entrevemos el rastro de sangre. Es como tener varias fieras encerradas en un mismo cuarto. Al intentar aplacarlas uno va dándoles un orden, un tiempo y eso enriquece y beneficia al escritor. Soy de los que prefiere el cuento y la novela por esa cualidad casi única de crear personajes e historias, porque un narrador nunca está solo; en cambio un poeta deberá estarlo siempre aunque lo rodeen cientos de personas. No hay mucha diferencia entre el traductor y el narrador como bien señaló la inmensa Marguerite Yourcenar, los dos se ayudan, se dan ideas, existe una retroalimentación; escribir ensayos es otra cosa: exige mayor frialdad e infidelidad que los otros (a menos que seas Borges y los conviertas en pequeñas obras maestras); de este último género es del que más intento alejarme, aunque al final todo es literatura.
Quizás resulte más fácil para un lector que para un escritor, preferir un libro por sobre los demás. No obstante, te pregunto si existe dentro de tu propia obra algún libro “consentido”, y por qué.
Prefiero los que no he publicado e, incluso, los que no he escrito. Los libros publicados ya no son exclusivamente del autor sino también del mundo; algo que no sucede con los que aún están en las gavetas, que permanecen como talismanes sagrados, desarrollando en uno el síndrome de Estocolmo hasta que llega el desprendimiento y decides publicarlos o quemarlos. Guardo, no obstante, un cariño por "Cuaderno del falso amor impuro" que saldrá publicado en Buenos Aires en el próximo año. En él agrupo poemas que de alguna manera quieren ser amorosos, que rozan un romanticismo contemporáneo, y como todo libro de poemas es un muestrario de pérdidas y ganancias. Creo que se me está volviendo el consentido porque he tenido que revisarlo, leerlo, dejarlo, volver a leerlo en estos días.
Definitivamente, te interesa que tu poesía coexista con otras artes. Has compartido espacios con músicos de diversas tendencias. ¿Qué te propones, qué persigues con este tipo de performances?
Debo haber sido un citarista o juglar en otras vidas. El hecho de estar rodeado de amigos músicos constantemente hace que nos mezclemos todos en el crisol del tiempo. De ahí han salido las colaboraciones con Gema y Pável, a los que me une una amistad larga y entrañable; también con Michael Andrews, director del South Beach Music Ensemble y la compositora Pamela Marshall que juntos crearon un Quinteto de piano y cuerdas a partir de textos míos. Soy un músico frustrado; ahí debe estar la causa. No sé si sucumbir ante lo inevitable es proponerse o perseguir algo, pero me gustaría proponerme seguir haciéndolo.
Algo que no puedo dejar de saber es si hay algo que no puedas dejar de decir ahora mismo.
No puedo dejar de decir que me alegra que hayas llegado tú a esta ciudad.
Como escritor, ¿qué significa para ti haber nacido en los 70? ¿Esta circunstancia te hace sentir parte de algo? ¿Un grupo, alguna promoción en específico? ¿O te sientes desligado de este tipo de “ataduras”?
Te confieso, Aymara, que soy malísimo en eso de los grupos literarios o las promociones. Puedo explicarlo: salí de Cuba en el 97 con 22 años; si bien ya había escrito algunos de los libros que años después salieron publicados en otros lugares, nadie -con la excepción de los amigos que fueron víctimas de mis cuentos de ciencia ficción y horror- supo que escribía. Algo de timidez hubo, pero también un poco de claustro temporal. Luego sales al mundo, quiero decir, sales de Cuba, y te das cuenta que el mundo se reorganiza en géneros, en etiquetas, en cosas que deben ser nombradas. No sabía qué estaban escribiendo los que nacieron como yo en los 70 hasta que me llegó la antología "Cuerpo sobre cuerpo" organizada por ti y por Edel Morales; y más allá de afinidades y descubrimientos me sentí un poco como el lobo estepario. Por cuestión de edad, pertenecía yo a esa orgía de cuerpos poéticos que tú y Edel iniciaron, pero, por cuestiones geográficas, yo ya estaba lejos, muy lejos.
Además de la poesía, te has adentrado en la narrativa, en el ensayo, has hecho traducciones… Háblame un poco de los placeres que encuentras en cada uno de estos géneros. ¿Qué te aportan, cómo te enriquecen?
Los géneros con los que trabajo se veneran y se traicionan mutuamente; no hay fidelidad en ellos. A veces un cuento coexiste en paz y armonía con un poema o un ensayo hasta que en el momento menos pensado cae un cuchillo al piso -sierpe de fuego como diría mi amigo Félix Lizárraga-, y enseguida entrevemos el rastro de sangre. Es como tener varias fieras encerradas en un mismo cuarto. Al intentar aplacarlas uno va dándoles un orden, un tiempo y eso enriquece y beneficia al escritor. Soy de los que prefiere el cuento y la novela por esa cualidad casi única de crear personajes e historias, porque un narrador nunca está solo; en cambio un poeta deberá estarlo siempre aunque lo rodeen cientos de personas. No hay mucha diferencia entre el traductor y el narrador como bien señaló la inmensa Marguerite Yourcenar, los dos se ayudan, se dan ideas, existe una retroalimentación; escribir ensayos es otra cosa: exige mayor frialdad e infidelidad que los otros (a menos que seas Borges y los conviertas en pequeñas obras maestras); de este último género es del que más intento alejarme, aunque al final todo es literatura.
Quizás resulte más fácil para un lector que para un escritor, preferir un libro por sobre los demás. No obstante, te pregunto si existe dentro de tu propia obra algún libro “consentido”, y por qué.
Prefiero los que no he publicado e, incluso, los que no he escrito. Los libros publicados ya no son exclusivamente del autor sino también del mundo; algo que no sucede con los que aún están en las gavetas, que permanecen como talismanes sagrados, desarrollando en uno el síndrome de Estocolmo hasta que llega el desprendimiento y decides publicarlos o quemarlos. Guardo, no obstante, un cariño por "Cuaderno del falso amor impuro" que saldrá publicado en Buenos Aires en el próximo año. En él agrupo poemas que de alguna manera quieren ser amorosos, que rozan un romanticismo contemporáneo, y como todo libro de poemas es un muestrario de pérdidas y ganancias. Creo que se me está volviendo el consentido porque he tenido que revisarlo, leerlo, dejarlo, volver a leerlo en estos días.
Definitivamente, te interesa que tu poesía coexista con otras artes. Has compartido espacios con músicos de diversas tendencias. ¿Qué te propones, qué persigues con este tipo de performances?
Debo haber sido un citarista o juglar en otras vidas. El hecho de estar rodeado de amigos músicos constantemente hace que nos mezclemos todos en el crisol del tiempo. De ahí han salido las colaboraciones con Gema y Pável, a los que me une una amistad larga y entrañable; también con Michael Andrews, director del South Beach Music Ensemble y la compositora Pamela Marshall que juntos crearon un Quinteto de piano y cuerdas a partir de textos míos. Soy un músico frustrado; ahí debe estar la causa. No sé si sucumbir ante lo inevitable es proponerse o perseguir algo, pero me gustaría proponerme seguir haciéndolo.
Algo que no puedo dejar de saber es si hay algo que no puedas dejar de decir ahora mismo.
No puedo dejar de decir que me alegra que hayas llegado tú a esta ciudad.
bueno por Aymara. un saludo.
ReplyDeletegumersindo
Buenisimo! Muy buenas preguntas y respuestas. Carlitos y Aymara juntos! Genial! Saludos, Manny
ReplyDeleteGracias por la entrevista. ¡muy buena!
ReplyDeleteBesos a los dos, Carlitín y Aymara. Los quiero más que antes, mucho más.
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