Leinier González entrevista, para Espacio Laical, al politólogo Armando Chaguaceda, quien es miembro de la Cátedra de Pensamiento Crítico y Culturas Emergentes Haydeé Santamaría -de la Asociación Hermanos Saíz-, e integra el Consejo Editorial de la revista OSAL, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Ha sido docente de Historia de América e Historia Contemporánea en el Instituto Superior Pedagógico de la Habana; y profesor de Historia Universal, Historia del Pensamiento Político y Teoría Política en la Universidad de la Habana. La entrevista se podrá consultar completa en la próxima edición de Espacio Laical.
- ¿Cómo influye el ciberespacio en el actual contexto?
Influye hasta donde el acceso a un servicio discrecionalmente otorgado por agencias del Estado a ciertas categorías poblacionales (y dentro de estas, algunos elegidos) lo permite. O hasta donde las redes informales (correos colectivos, memorias flash) atraviesan la frontera de lo controlado o censurado. Creo que hay que defender que no sea el dinero quien garantice la accesibilidad de mayorías a TICS, por eso cibercafés, laboratorios en escuelas y los Joven Club de Computación (en nuestro caso) son fórmulas valiosas a preservar. Eso es comprendido hoy por gobiernos progresistas, aliados del cubano, como los de Lula o Chávez, en sus ambiciosos planes sociales.
Pero sin un acceso familiar o individual irrestricto, con filtros a simples páginas informativas (y no hablo de las páginas Web de Alpha 66 o Al Qaeda), con castigos disfrazados de sanción administrativa a quienes aprovechan su acceso institucional para participar en los debates socialistas que nuestra prensa impresa ha vedado, con el empleo indiscriminado y sesgado de términos confusos como “terrorismo mediático”, en fin, con una política informática sesgada que refuerza las limitaciones técnicas de conectividad derivadas del bloqueo yanqui, el impacto ciudadanizador del ciberespacio se verá limitado o distorsionado, generando las actuales expresiones de intolerancia, desconfianza y descalificación.
- ¿Qué otros espacios públicos de la Isla logran mostrar estas inquietudes?
Creo que, dentro del espacio formal, las asociaciones e instituciones culturales (la Asociación Hermanos Saíz (AHS), la UNEAC, el propio Ministerio de Cultura) logran proyectar una voz más acorde -y casi solitaria- a la diversidad social actual. Alguien puede reducir el asunto a decir que estas operan como mecanismos para facturar hegemonía y legitimidad, dando cierto espacio a un segmento crítico intelectual capaz de garantizar canales creíbles de diálogo con el sector pensante de la solidaridad con Cuba. Eso es parcialmente cierto. Pero también lo es que para mantener abiertos estos espacios ha incidido la voluntad de intelectuales-funcionarios como Abel Prieto o Alfredo Guevara, opuestos al estalinismo, y el compromiso agónico de personas excepcionales (en el más amplio sentido de ese calificativo) como Desiderio Navarro.
Los límites de nuestros espacios institucionales están dados, por ejemplo, en la celebración de escasas reuniones internas cada año, en el peso decisivo que los miembros de las instancias nacionales disponen, en la celebración de debates a puertas cerradas o por invitación sobre temas cruciales de la cultura o la sociedad, debates que luego no se socializan en los órganos de prensa de las propias asociaciones e instituciones.
Hay ejemplos diversos. Creo que la AHS, bajo la actual dirección, ha logrado mantener un equilibrio donde valores y prácticas de la base, democráticas y plurales se han preservado, en equilibrio, frente a las tendencias funcionariales. Se ha procurado deshabanerizar el trabajo de la asociación, lo cual es muy positivo y esperanzador. También encontramos, a medio camino entre lo institucional y la informalidad, el proyecto Criterios. Este ha sido fruto de una mezcla de calidad intelectual enciclopédica, desprecio a carencias materiales, valor para enfrentar zancadillas y envidias institucionales o personales (mezcla de ambas) y pertinencia de convocar una solidaridad que haga costosas las censuras individuales.
Fuera de los espacios formales, diversos colectivos artísticos (peñas, estudios y grupos de Hip Hop, Trova o Teatro Callejero), empeños editoriales (Esquife), proyectos comunitarios con educación popular y ambiental (La Marina, El Guardabosque), talleres de pensamiento social como el Revolución Cubana del Centro Juan Marinello y la Cátedra Haydeé Santamaría, redes como el Observatorio Crítico, espacios de defensa de la identidad como Color Cubano y la Cofradía de la Negritud…
- ¿Cómo influye el ciberespacio en el actual contexto?
Influye hasta donde el acceso a un servicio discrecionalmente otorgado por agencias del Estado a ciertas categorías poblacionales (y dentro de estas, algunos elegidos) lo permite. O hasta donde las redes informales (correos colectivos, memorias flash) atraviesan la frontera de lo controlado o censurado. Creo que hay que defender que no sea el dinero quien garantice la accesibilidad de mayorías a TICS, por eso cibercafés, laboratorios en escuelas y los Joven Club de Computación (en nuestro caso) son fórmulas valiosas a preservar. Eso es comprendido hoy por gobiernos progresistas, aliados del cubano, como los de Lula o Chávez, en sus ambiciosos planes sociales.
Pero sin un acceso familiar o individual irrestricto, con filtros a simples páginas informativas (y no hablo de las páginas Web de Alpha 66 o Al Qaeda), con castigos disfrazados de sanción administrativa a quienes aprovechan su acceso institucional para participar en los debates socialistas que nuestra prensa impresa ha vedado, con el empleo indiscriminado y sesgado de términos confusos como “terrorismo mediático”, en fin, con una política informática sesgada que refuerza las limitaciones técnicas de conectividad derivadas del bloqueo yanqui, el impacto ciudadanizador del ciberespacio se verá limitado o distorsionado, generando las actuales expresiones de intolerancia, desconfianza y descalificación.
- ¿Qué otros espacios públicos de la Isla logran mostrar estas inquietudes?
Creo que, dentro del espacio formal, las asociaciones e instituciones culturales (la Asociación Hermanos Saíz (AHS), la UNEAC, el propio Ministerio de Cultura) logran proyectar una voz más acorde -y casi solitaria- a la diversidad social actual. Alguien puede reducir el asunto a decir que estas operan como mecanismos para facturar hegemonía y legitimidad, dando cierto espacio a un segmento crítico intelectual capaz de garantizar canales creíbles de diálogo con el sector pensante de la solidaridad con Cuba. Eso es parcialmente cierto. Pero también lo es que para mantener abiertos estos espacios ha incidido la voluntad de intelectuales-funcionarios como Abel Prieto o Alfredo Guevara, opuestos al estalinismo, y el compromiso agónico de personas excepcionales (en el más amplio sentido de ese calificativo) como Desiderio Navarro.
Los límites de nuestros espacios institucionales están dados, por ejemplo, en la celebración de escasas reuniones internas cada año, en el peso decisivo que los miembros de las instancias nacionales disponen, en la celebración de debates a puertas cerradas o por invitación sobre temas cruciales de la cultura o la sociedad, debates que luego no se socializan en los órganos de prensa de las propias asociaciones e instituciones.
Hay ejemplos diversos. Creo que la AHS, bajo la actual dirección, ha logrado mantener un equilibrio donde valores y prácticas de la base, democráticas y plurales se han preservado, en equilibrio, frente a las tendencias funcionariales. Se ha procurado deshabanerizar el trabajo de la asociación, lo cual es muy positivo y esperanzador. También encontramos, a medio camino entre lo institucional y la informalidad, el proyecto Criterios. Este ha sido fruto de una mezcla de calidad intelectual enciclopédica, desprecio a carencias materiales, valor para enfrentar zancadillas y envidias institucionales o personales (mezcla de ambas) y pertinencia de convocar una solidaridad que haga costosas las censuras individuales.
Fuera de los espacios formales, diversos colectivos artísticos (peñas, estudios y grupos de Hip Hop, Trova o Teatro Callejero), empeños editoriales (Esquife), proyectos comunitarios con educación popular y ambiental (La Marina, El Guardabosque), talleres de pensamiento social como el Revolución Cubana del Centro Juan Marinello y la Cátedra Haydeé Santamaría, redes como el Observatorio Crítico, espacios de defensa de la identidad como Color Cubano y la Cofradía de la Negritud…
Estos espacios han ofrecido respuestas parciales a los fenómenos de una sociedad crecientemente heterogénea y despolitizada, que sufre el impacto de la nuestra inserción intrínsecamente desigual dentro de los patrones socioculturales de la globalización neoliberal, algo tentativamente combatido mediante las políticas sociales y la hiperideologización formal. Dichas iniciativas constituyen una suerte de “microesferas públicas culturales”, cuya peculiaridad está marcada por la no reducción de su actividad al debate ilustrado, sino a la voluntad de generar intervenciones en espacios territoriales o en segmentos de población (adolescentes y jóvenes, por ejemplo) mediante prácticas de autogestión y construcción de consenso alternativas. Y en ello han debido contar con un abultado expediente de acompañamiento, respeto u oposición estatales.
(ya se puede leer la entrevista completa en el website de Espacio Laical)
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