En la noche del pasado sábado, se presentaron en Zu Galeria la expo La mujer del güije, 17 dibujos de Elvira de las Casas y la segunda edición del poemario, de Elena Tamargo, El caballo de la palabra (Ediciones Dos Aguas). Los dibujos de Elvira de las Casas fueron utilizados para ilustrar el libro.
Acá les dejo unas fotos del evento y el prólogo del libro escrito por Raúl Ortega.
Joaquín Estrada-Montalván
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Elena Tamargo
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Cabalgar con los ojos cerrados
(Prólogo de la segunda edición del poemario, de Elena Tamargo,
El caballo de la palabra, Ediciones Dos Aguas)
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Cabalgar con los ojos cerrados
(Prólogo de la segunda edición del poemario, de Elena Tamargo,
El caballo de la palabra, Ediciones Dos Aguas)
por Raúl Ortega Alfonso
Miami y noviembre y 2009
Miami y noviembre y 2009
La poesía, entre otros sobresaltos, tiene la eterna manía de interrogarnos, aunque, por supuesto, casi nunca reciba las respuestas a sus distintas formas de preguntar si somos o no, una equivocación, un error del azar, o una presencia que debemos asumir y defender. Es en ese conocimiento de lo desconocido donde radica, quizás, su mayor misterio. Lo más difícil en esta época de histéricos chillidos —que muchos confunden con el acto de vivir— es la de conservar esa incógnita que casi siempre se revela en la capacidad de asombrarnos.
Con El Caballo de la palabra, de la poeta y ensayista Elena Tamargo, es saludable constatar que, en medio de tanto pataleo, todavía puede separarse la palabra del oficio más viejo del planeta, para que ésta retorne a sus orígenes: la poesía. Éste es un libro que pretende engrasar la maquinaria ya en desuso que es el alma, y no con un discurso trasnochado, sino con un grito que tiene la virtud de convertirse en música. Aquí vive una poeta a corazón abierto que es, al final, la única forma real de desnudarse y, también, la única forma real que es aceptada por la entrega. Y hay que tener valor para desnudarse de ese modo ante al paisaje de una ciudad que nunca será una ciudad a pesar del lamentable empeño de sus pobladores por encasquetarle un apodo que no le pertenece. Entregarse no quiere decir estoy de acuerdo, sino todo lo contrario, estoy en contra, sobre todo cuando la vulgaridad adopta la costumbre de tragárselo todo.
Prefiero dejar a un lado los orígenes egipcios, o el concepto que asume algunas religiones sobre el sintagma utilizado por Elena para titular su libro, y quedarme con la libertad de abrazar la metáfora como cuando uno se acerca a otro cuerpo en busca de calor. Aquí tiene la palabra su caballo; ha encontrado otra manera de volar hacia el que aún se siente agradecido porque sabe escuchar. A veces la palabra engancha su caballo a un carretón que carga su lamento como en su Pequeña elegía al mar: estoy sola bailando y en mi musgo / me pisan miles de pies desesperados; a veces tiene alas; y en otras siente cómo a su cabalgadura se le parten las patas y relincha como en estos dos versos que se integran en uno de los mejores poemas del libro (Lamentación por Mond): Dame cosas que sirvan a este miedo / No me preguntes mucho porque vengo sangrando; y otras veces galopa contra la soledad como si le exigiese que se rinda, a costa de perder su propia vida, como si resumiera en un solo verso una de las tesis que defiende en este libro la poética de Elena Tamargo: Quiero amor o la muerte. La indigencia del hombre no es dada por su harapo, sino por su egoísmo de tragarse un aire que debe compartir con la caricia, parece decirnos la poeta en su silencio a gritos. No olviden que es la palabra su jinete elegido, la que hinca la ijada de la bestia como si nos pidiera que escuchen el zumbido; no que la vean, no, no hace falta, no hay que pedirle tanto al oidor; sólo que no olviden la música porque la poesía es también cabalgar con los ojos cerrados sin el temor de perdernos o de llegar al mismo sitio, y esto es precisamente lo que pretende la poeta cuando descubrimos la intención de circularidad que recorre los textos, como si quisiera ofrecernos un único discurso que se muerde la cola, apoyado no sólo por un propósito que se logra, sino a través de un diálogo que se establece con la justificados exergos de Osvaldo Navarro (una de las voces más grande de la poesía cubana, y quien fuera maestro y esposo de Elena), donde se quiere dejar constancia, por parte de la poeta, en qué lugar ha quedado después de su muerte, y qué lugar ocupaba su Yo mientras el poeta escribía su obra. Dos voces que se vierten en una sola para establecer la coincidencia del arte y del amor.
Yo he tenido el privilegio de cabalgar junto a ellos hasta el epitafio de este libro; secreto que no revelaré porque sería como abrir un regalo antes de que llegase a su destinatario; pero sí puedo adelantar que en él está la esencia de las andanzas de una poeta que sólo ha defendido el derecho a no quedarse sola aunque a veces haya tenido que revolcarse en el fango y empeñar su saliva. No se pudre la voz cuando se tiene la certeza de que hay que darlo todo para que ella sobreviva; el tizne que vamos soltarnos por la piel mientras ésta se gasta, asegura su altura, blanquísima, allá en su pedestal, y es entonces cuando podemos llamarle por su nombre: poesía. Ya Elenita lo sabe. Ahora que vengan otros a nombrarla siempre y cuando se deje.
Con El Caballo de la palabra, de la poeta y ensayista Elena Tamargo, es saludable constatar que, en medio de tanto pataleo, todavía puede separarse la palabra del oficio más viejo del planeta, para que ésta retorne a sus orígenes: la poesía. Éste es un libro que pretende engrasar la maquinaria ya en desuso que es el alma, y no con un discurso trasnochado, sino con un grito que tiene la virtud de convertirse en música. Aquí vive una poeta a corazón abierto que es, al final, la única forma real de desnudarse y, también, la única forma real que es aceptada por la entrega. Y hay que tener valor para desnudarse de ese modo ante al paisaje de una ciudad que nunca será una ciudad a pesar del lamentable empeño de sus pobladores por encasquetarle un apodo que no le pertenece. Entregarse no quiere decir estoy de acuerdo, sino todo lo contrario, estoy en contra, sobre todo cuando la vulgaridad adopta la costumbre de tragárselo todo.
Prefiero dejar a un lado los orígenes egipcios, o el concepto que asume algunas religiones sobre el sintagma utilizado por Elena para titular su libro, y quedarme con la libertad de abrazar la metáfora como cuando uno se acerca a otro cuerpo en busca de calor. Aquí tiene la palabra su caballo; ha encontrado otra manera de volar hacia el que aún se siente agradecido porque sabe escuchar. A veces la palabra engancha su caballo a un carretón que carga su lamento como en su Pequeña elegía al mar: estoy sola bailando y en mi musgo / me pisan miles de pies desesperados; a veces tiene alas; y en otras siente cómo a su cabalgadura se le parten las patas y relincha como en estos dos versos que se integran en uno de los mejores poemas del libro (Lamentación por Mond): Dame cosas que sirvan a este miedo / No me preguntes mucho porque vengo sangrando; y otras veces galopa contra la soledad como si le exigiese que se rinda, a costa de perder su propia vida, como si resumiera en un solo verso una de las tesis que defiende en este libro la poética de Elena Tamargo: Quiero amor o la muerte. La indigencia del hombre no es dada por su harapo, sino por su egoísmo de tragarse un aire que debe compartir con la caricia, parece decirnos la poeta en su silencio a gritos. No olviden que es la palabra su jinete elegido, la que hinca la ijada de la bestia como si nos pidiera que escuchen el zumbido; no que la vean, no, no hace falta, no hay que pedirle tanto al oidor; sólo que no olviden la música porque la poesía es también cabalgar con los ojos cerrados sin el temor de perdernos o de llegar al mismo sitio, y esto es precisamente lo que pretende la poeta cuando descubrimos la intención de circularidad que recorre los textos, como si quisiera ofrecernos un único discurso que se muerde la cola, apoyado no sólo por un propósito que se logra, sino a través de un diálogo que se establece con la justificados exergos de Osvaldo Navarro (una de las voces más grande de la poesía cubana, y quien fuera maestro y esposo de Elena), donde se quiere dejar constancia, por parte de la poeta, en qué lugar ha quedado después de su muerte, y qué lugar ocupaba su Yo mientras el poeta escribía su obra. Dos voces que se vierten en una sola para establecer la coincidencia del arte y del amor.
Yo he tenido el privilegio de cabalgar junto a ellos hasta el epitafio de este libro; secreto que no revelaré porque sería como abrir un regalo antes de que llegase a su destinatario; pero sí puedo adelantar que en él está la esencia de las andanzas de una poeta que sólo ha defendido el derecho a no quedarse sola aunque a veces haya tenido que revolcarse en el fango y empeñar su saliva. No se pudre la voz cuando se tiene la certeza de que hay que darlo todo para que ella sobreviva; el tizne que vamos soltarnos por la piel mientras ésta se gasta, asegura su altura, blanquísima, allá en su pedestal, y es entonces cuando podemos llamarle por su nombre: poesía. Ya Elenita lo sabe. Ahora que vengan otros a nombrarla siempre y cuando se deje.
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Leandro Soto presentando a Elvira de las Casas
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Raúl Ortega y Ernesto Fundura presentando a Elena Tamargo
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Marta Ramos fotografiando ....
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Pedro Portal fotografiando ...
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Elena Tamargo y la fotógrafa Vanessa Ruíz
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Marta Ramos fotografiando ....
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Pedro Portal fotografiando ...
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Elena Tamargo y la fotógrafa Vanessa Ruíz
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Elvira de las Casas y Heriberto Hernández
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Manuel Vázquez Portal y Carmen Duarte
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Alvaro Alba
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Carlos Pintado
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Fotos/Blog Gaspar El Lugareño
Nota: Si utiliza alguna de estas fotos en su website o en sitios como Facebook, debe
mencionar: foto del blog Gaspar, El Lugareño, o foto por Joaquín Estrada-Montalván
Elvira de las Casas y Heriberto Hernández
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Manuel Vázquez Portal y Carmen Duarte
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Alvaro Alba
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Carlos Pintado
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Fotos/Blog Gaspar El Lugareño
Nota: Si utiliza alguna de estas fotos en su website o en sitios como Facebook, debe
mencionar: foto del blog Gaspar, El Lugareño, o foto por Joaquín Estrada-Montalván
5 comments:
Déjanos tu bandera, escudo o logo en: contodaslasbanderas@gmail.com
Gracias!
Siempre es un gusto grande ver reunida a tanta gente querida.
Besos a Elena y Elvira. Felicidades.
Gracias, Joaquín, me dio mucho gusto hablar contigo en una ocasión tan especial para mí. Te mando un abrazo
Gracias Joaquin, fue una noche increible con Elvira y Elena y todos los que se dieron cita aqui. Saludos, Manny
Gracias a Uds, por la visita y el comentario, a Odette por su cercania aunque geograficamente estemos distantes, a Manny por su amabilidad permanente y brindar un espacio de excelencia a la ciudad de Miami, a Elvira a quien tuve el placer de conocer ese dia ...
y suerte a los abanderados en su proyecto
saludos
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