por Elena Tamargo
(para el blog Gaspar, El Lugareño)
(para el blog Gaspar, El Lugareño)
Cuenta las almendras,
cuenta lo que amargo fue y te mantuvo despierta,
cuéntame además a mí.
Paul Celán
cuenta lo que amargo fue y te mantuvo despierta,
cuéntame además a mí.
Paul Celán
A los doce años empecé a traducir poemas del alemán, desde entonces trato de acercarme a un enigma poético. Yo nací en una bahía, junto a un central azucarero donde hubo esclavitud. En el pueblo había muchas maestras y un maestro, Fernando Torres. Un día en su biblioteca, encontré un libro que se llamaba El alemán sin esfuerzo. Hasta hoy, cuando me preguntan cuando empecé a escribir poesía, digo que a los doce años, cuando comencé a leer en alemán el Werther de Goethe. Pero de todos modos sigue siendo un misterio, que a los doce años en la bahía de Cabañas, yo me haya encontrado un libro que marcara mi vida.
Luego a los 18, en la Casa de las Américas, conocí a Osvaldo Navarro, que me enseñó todas las cosas importantes de la vida, pero sobre todo, a ser la niña que sigo siendo, aunque ya no esté el para dormirme.
Como los hombres de uno son una filigrana, un tejido, una telaraña, un día descubrí a Holderlin, que como yo quería ser niño para siempre, y que en una carta a su madre de 1799, llama al hacer poesía la tarea entre todas más inocente,
Hoy, sigo aferrada a ese balbucir y enmudecer de los poetas, que como los niños, no pueden mentir, y balbucean si buscan la palabra y enmudecen cuando no la encuentran.
Luego a los 18, en la Casa de las Américas, conocí a Osvaldo Navarro, que me enseñó todas las cosas importantes de la vida, pero sobre todo, a ser la niña que sigo siendo, aunque ya no esté el para dormirme.
Como los hombres de uno son una filigrana, un tejido, una telaraña, un día descubrí a Holderlin, que como yo quería ser niño para siempre, y que en una carta a su madre de 1799, llama al hacer poesía la tarea entre todas más inocente,
durante mucho tiempo no supe por qué el estudio de la filosofía, que normalmente compensa con sosiego la empeñada aplicación que exige, por qué a mí cuanto más ilimitadamente me entregaba a él me volvía más intranquilo e incluso apasionado; y ahora me lo explico pensando que me alejaba un paso más de lo necesario de la que es mi tendencia propia, y que mi corazón suspiraba por sus queridas ocupaciones en medio de ese trabajo innatural, igual que los pastores suizos anhelan en su vida de soldados su valle y sus rebaños. ¡No diga que es pura fantasía! Pues entonces por qué estoy tranquilo y soy bueno como un niño cuando ejerzo en paz y con dulce despacio esta tarea, la más inocente de todas, a la que sólo honran, y con razón, cuando se la ejerce con una maestría de la que seguramente yo, y también por el motivo indicado, carezco todavía, porque ya desde la edad de muchacho nunca me atreví a ejercerla en el mismo grado que alguna otra tarea que llevé a cabo con demasiada bondadosa escrupulosidad por amor a mi situación y temor a la opinión de la gente. Pero lo cierto es que todo arte exige la vida entera de un hombre, y el discípulo debe aprender todo lo que aprende en relación con ese arte, si es que quiere desarrollar las disposiciones necesarias y no quiere que al final éstas se ahoguen.Luego conocí a Paul Celan que me enseñó la idea de la lengua adánica. Ese idioma mítico que siempre dijo la verdad y que, por algún irrevocable estado de gracia, siempre despertó a las cosas de su sueño, les dio un nombre y las hizo vivir. La lengua adánica no es sino la justicia exacta de las cosas. Las cosas son como Adán las nombró y dijo que eran.
Ya ve, madre querida, que la hago en gran medida mi confidente y no siento temor de que Ud. interprete mal estas sinceras confesiones.
Hoy, sigo aferrada a ese balbucir y enmudecer de los poetas, que como los niños, no pueden mentir, y balbucean si buscan la palabra y enmudecen cuando no la encuentran.
ABEDUL Y MEMORIA
Para el poeta Raul Ortega,
un alma como la mía
Mi cuerpo de abedul
se armó tardíamente.
Soy árbol del comienzo.
En una tableta de latón
estaba grabado con letras alemanas
el año de mi alma.
Con mi sangre sequé a veces las rudas y la hiedra,
empañé el cobre
descoloré un paño purpureo
y ennegrecí la ropa blanca,
hice abortar a las yeguas y
que las abejas abandonaran la colmena,
pero caminando desnuda
libré también de plagas algún campo,
calmé tormentas en el mar
mostrando mi tulipán abierto
y curé a otras mujeres de la esterilidad.
Pasé entre dos hombres con mi sangre
y uno de ellos murió.
Los leños de abedul arden muy rápido,
yo no vuelvo a quemarlos en el próximo invierno.
Aullar contigo en la tierra de los chacales
ya no será un secreto,
tal vez vengue esta dilaceración
con leños de roble, si son
viejos y secos,
porque el pino olerá gratamente
mientras arda,
pero las chispas volarán.
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Ver Elena Tamargo en el blog
El mejor regalo!
ReplyDeleteDe una extraña belleza, como todo lo único, lo raramente único.
ReplyDeleteConfortador regalo para este invierno en Miami sin abedules, pero gracias a Elena, con aliento a poesía, a abedul, a vida.
Elena, amiga mía, amor mío:
ReplyDeleteYo te abrazo. El día de hoy y todos los días. Tú lo sabes.
Qué maravilloso texto y poema!!! Sacan chispas al alma, y ponen a uno en contacto con la real magia, la del Espíritu floreciendo en la palabra.
ReplyDeleteCuánto misterio encierra tu lirismo: como un tupilán que sangrase a toda hora, querida Elena! Cuánta belleza!!!
Bendiciones,
Belkis
belleza y ternura...asi eres
ReplyDeleteMiguel
Elena:
ReplyDeleteDisfruté mucho tu breve reseña y tu poema. Tiene la fuerza de la delicadeza.
Gabriel.
Well written post!
ReplyDeleteThis is why i like this blog so much!
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