Editora: Caridad Rodríguez.
Diseño e ilustraciones: Rolando Estévez.
Nota de solapa: Roberto Méndez Martínez
Ediciones Matanzas, 1991
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Diseño e ilustraciones: Rolando Estévez.
Nota de solapa: Roberto Méndez Martínez
Ediciones Matanzas, 1991
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Publico en este post lo que llamaría una curiosidad bibliográfica de la literatura contemporánea cubana. Es la nota manuscrita que escribiera y leyera Roberto Méndez Martínez, en los inicios de la "década especial" de los 90s cubanos, en la presentación del primer libro de poesía que publicara Heriberto Hernández, en Matanzas.
Este poemario fue conformado por Heriberto con una selección de poemas de sus dos libros anteriores, La Patria del Espejo (1987), Discurso en La Montaña de los Muertos (Premio David de la UNEAC, 1989), que se encontraban (por aquellos tiempos) engavetados en las editoriales isleñas, y poemas sueltos de lo que luego sería Los frutos del vacío (1997).
Este poemario fue conformado por Heriberto con una selección de poemas de sus dos libros anteriores, La Patria del Espejo (1987), Discurso en La Montaña de los Muertos (Premio David de la UNEAC, 1989), que se encontraban (por aquellos tiempos) engavetados en las editoriales isleñas, y poemas sueltos de lo que luego sería Los frutos del vacío (1997).
Joaquín Estrada-Montalván
Puesto a hacer una definición para estos “Poemas” de Heriberto Hernández, sólo atino a decir que son la muestra de alguien que tiene una certera fe en la poesía.
Cada texto parece escrito, aunque alternen en ellos luces y sombras, con la misma tranquila razón, como si interrumpiendo por un instante al dialogo oral entrara en otro más palpable con la misma complicidad nuestra.
Poesía de larga respiración, contempladora de las formas, poesía de lápiz muy fino para dibujar muchachas, caracoles, espejos y a veces también poesía de tinta aguada que invade el papel con sus oleadas oscuras para recordarnos que existen el dobles y la muerte. Precedida por los ángeles de Rolando Estévez, imperturbables mediadores, esta creación se nos impone por su serenidad y el gesto con que deja lista la mesa para el convite de amistad y sabiduría.
Solo la vecindad con la plenitud marina impide a Heriberto Hernández el ser un “cuerpo invitado al baile las formas", un prisionero del arzobispo y de los fantasmas que se ocultan bajo la mesa. Única y poderosa razón, razón y pulso de arquitecto, guiadores de estos cánticos en que la memoria hila su único destino posible: el angélico.
Una nota manuscrita
por Roberto Méndez Martínez
por Roberto Méndez Martínez
Puesto a hacer una definición para estos “Poemas” de Heriberto Hernández, sólo atino a decir que son la muestra de alguien que tiene una certera fe en la poesía.
Cada texto parece escrito, aunque alternen en ellos luces y sombras, con la misma tranquila razón, como si interrumpiendo por un instante al dialogo oral entrara en otro más palpable con la misma complicidad nuestra.
Poesía de larga respiración, contempladora de las formas, poesía de lápiz muy fino para dibujar muchachas, caracoles, espejos y a veces también poesía de tinta aguada que invade el papel con sus oleadas oscuras para recordarnos que existen el dobles y la muerte. Precedida por los ángeles de Rolando Estévez, imperturbables mediadores, esta creación se nos impone por su serenidad y el gesto con que deja lista la mesa para el convite de amistad y sabiduría.
Solo la vecindad con la plenitud marina impide a Heriberto Hernández el ser un “cuerpo invitado al baile las formas", un prisionero del arzobispo y de los fantasmas que se ocultan bajo la mesa. Única y poderosa razón, razón y pulso de arquitecto, guiadores de estos cánticos en que la memoria hila su único destino posible: el angélico.
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