(Semana). Eduardo Caballero Calderón escribió mucho. Por vocación, para decir cosas, y también por obligación: de eso vivía. Y ocasionalmente de eso se quejaba, diciendo que escribir a la fuerza para los periódicos es muchas veces "como orinar sin ganas". Escribió una docena de novelas, de las cuales algunas -El Cristo de espaldas, Siervo sin tierra, Manuel Pacho, El buen salvaje- fueron hitos en la literatura colombiana del siglo XX, y hoy son de lectura obligatoria en los colegios: dudoso honor que por lo general hace que un autor sea odiado por los alumnos. Escribió otros tantos libros de ensayo. Políticos algunos de ellos -Suramérica, tierra del hombre, Cartas colombianas, Historia privada de los colombianos, Americanos y europeos-, estrictamente literarios uno o dos -Breviario del Quijote-; y varios que habría que llamar ensayos sentimentales: Ancha en Castilla, un libro de viajes y reflexiones por España, y los tres libros dedicados a la casona de hacienda de sus antepasados, Tipacoque, en Boyacá: Tipacoque, Diario de Tipacoque, y Yo, el alcalde. Y las ya mencionadas Memorias infantiles, que no sólo es su obra más personal, como es lógico, sino también -en mi opinión- la mejor de todas. (sigue)
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