Monday, May 10, 2010

(Miami) Ena La Pitu Columbié en Zu Galeria


En la noche del pasado sábado día 8 de mayo, en Zu Galería, se celebró la apertura de la exposición Bestiarius de la escritora y fotógrafa Ena La Pitu Columbié, quien recientemente ha comenzado a publicar en este blog la sección Con la Verdad a Cuestas.

Comparto en este post un reportaje fotográfico y las palabras que Elena Tamargo escribió para el catálogo de la expo, que amablemente envió para su publicación aquí en el blog Gaspar, El Lugareño.



CONSIGO MISMA

por Elena Tamargo


Hay un misterio relacionado con el verso. La luz parece hallarse bajo la tutela femenina. Hay una piedra de coronamiento, un seno de la tierra donde se oculta la diosa blanca, un alfabeto, las cinco vocales y el ojo alerta de la artista que viene cantando: soy agua, soy un rey, soy un trabajador, soy una estrella, yo soy una serpiente, una celda, una grieta, una buena mujer, ese bolero soy yo. Sus cuadros, su escritura, sus fotografías, ocurren dentro de ella; son sus síntomas, no son sus consecuencias; la almendra de su existencia, sigue siendo un abismo, porque esa es la tragedia del artista, porque el arte es, en el mejor de los casos, oscurecedor, la sugerencia de que algo hay ahí detrás. Sin embargo, la obra de Ena La Pitu Columbié disfruta de unas voces, todas altas y estremecedoras, que hablan solas, y no en un soliloquio sino que dicen, acaso, lo único importante. Escenas, una señal, algo que puede haber ocurrido y nada más, porque ella no necesita nada más.

Uno de los rasgos que caracteriza el arte del presente es el de las relaciones múltiples que se establecen entre obras que proceden de distintos campos de la cultura. Esto ha ocurrido antes, por ejemplo, el discurso religioso en la poesía y el teatro de Sor Juana Inés de la Cruz, la presencia de la literatura en los grabados de Goya, el reciclaje literario en la ópera romántica y la influencia de la fotografía en los óleos de los simbolistas, la forma en que música, arquitectura, danza, y plástica, se hacían presentes en los modernistas, las relaciones entre el lenguaje plástico y los poemas en José Juan Tablada. Hay rutas comunicantes que permiten afirmar que el arte puede ser un mosaico complejo y rico, diversificado, en el que lo semejante y lo diferente se funden; esa es la forma en que tales fenómenos se hacen manifiestos en la obra plástica de una pintora exiliada, nacida en Guantánamo, tierra tan emblemática, y que ha habitado los desolados y desgarradores territorios de casi medio siglo de mutilación sentimental y soledad, pero, sobre todo, una artista que, por voluntad, pertenece al territorio de su refugio, donde logra crear un mundo mágico que está construido, lo mismo de colores, líneas y texturas, que de palabras y sueños, frente a otro mundo real, porque Ena sabe que hay tantas imágenes en el mundo que nos saturan, y sabe también que lo que no se fotografía no existe, porque no se instala en la memoria. Esas y su poesía, son las vidas de Ena, todas entrelazadas, todas una, todas llenas de realidad, allí incluso donde sólo hay sugerencias, todas llenas de poesía, allí incluso donde hay una cara de pobreza, porque ella se ha hecho una pregunta como artista: ¿qué rostro debe tener la furia y la tristeza?

La colección de pinturas que acompañan estas letras tiene a primera vista un rasgo, la luz que la baña, que parece venir de lo mítico y lo científico al mismo tiempo, de un experimento y un interior, pero es una luz muy distinta a la luz, porque es una luz muy rápida, con obsesión, y deja sombras. Y da como resultado la trascendencia y la reencarnación, la naturaleza, la alquimia, lo sobrenatural, y la mujer como fuente de sensibilidad y poder; figura y desfiguración, mundos llenos de geometría artística, narrativa, feminismo.

Cada pieza puede ser entendida como una llave para abrir puertas al universo de la artista, cuyo eje gravitacional es la evolución. Una suerte de cuarta dimensión, la unidad de interconexión de todas las cosas en la que ella trata de ver un objeto por todos sus lados simultáneamente, como lo conoce su mente, como un cadáver exquisito de interpretación de su propia vida. Otra llave conduce a las construcciones arquitectónicas de la pintora, que todas semejan cuevas, lugares preservados, relatos de la memoria, máscaras, úteros, cartas imaginarias, fragmentos de los cuerpos, lecturas y escritura de la misma mano que los pinta, autobiografía, huídas, que hablan de ella misma que también escapó.

La pintura de Columbié tiene lo que Gérard Génette ha denominado la transtextualidad, es decir, las diversas relaciones que una obra sostiene con otras obras. Con influencias de la decalcomanía, la técnica más famosa del surrealismo, y aportaciones personales como los paisajes cósmicos o las superficies litocrónicas, Ena extiende sus ¨gouaches¨, no negros sino ocres, para extraer de las manchas las imágenes, para obtener una mayor profusión de detalles de superficie que realzan la imagen deseada. Es una técnica en la que la artista parece tallar los colores, y que recuerda las texturas de troncos rugosos, de niebla, de rocas o una alfombra de pasto, por ejemplo, de una Remedios Varo. El privilegio de los ocres en La Pitu Columbié nos remite a una paleta cuya tradición habían manejado los maestros antiguos de finales de la Edad Media y del Gótico, que con dorados y marrones añadidos, las pinturas parecen estar cubiertas por un espeso barniz que da la pátina del tiempo; contraste que agregan a la obra los impactos de claridad, la luz y los tonos elegidos. Detalles extras como una ramita fresca o una incrustación de líneas que semejan un rostro de animal, causan el efecto del cuidado extremo puesto en el detalle.

Estos dos exilios, el de la luz y el de la sombra, tienen rasgos particulares y distintos: la sombra deja en su lugar su identidad, enseña el ser que le daba origen y que debe conformarse con el rol de ser una sombra de su sombra; los paisajes, por su parte, dejan huecos o pequeñas fosas, sombras en el suelo del que se desprenden y por donde entra la luz. Estos elementos que proceden de la experiencia individual pueden ser leídos como huellas textuales de una vida, no son lo fundamental, pero están ahí como metáforas, con el resto de los signos que conforman la obra plástica de la poeta, fotógrafa y pintora. Ena La Pitu Columbié nos entrega una versión en la que se destaca la potencia de los materiales y sus objetos imaginarios, y en la que los sentimientos surgen inesperadamente, la insinuación de un erotismo del toque de los bordes que se levantan y una trepadora línea de los brotes de los troncos, de lo que surge lo aparentemente sin vida y que invade la imagen.

Una insubordinación vital le permite a Ena crear textos y cuadros de singular belleza, en cuyo interior hay un centro escondido que se pone furioso, éste es el signo que prevalece en los idiomas de Ena, como poeta, como fotógrafa y como pintora.


Kendall, primavera de 2010


Fotos/Blog Gaspar El Lugareño

Nota: Si utiliza alguna de estas fotos en su website o en sitios como Facebook, debe
mencionar: foto del blog Gaspar, El Lugareño, o foto por Joaquín Estrada-Montalván

3 comments:

  1. Muy bueno Joaquin! Muchas Gracias, Manny

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  2. El trabajo de Ena impresionante, el texto de Elena una joya, Zu galería un acierto lleno de magia y fraternidad, El Lugareño un Blog con perpectiva y creatividad... felicidades a todos!
    Carmen Karin Aldrey

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