Tuesday, June 15, 2010

El Trago de los Tigres (Novela inédita de Sindo Pacheco)

Comienza hoy una nueva sección en el blog Gaspar, El Lugareño, gracias a la cortesía de Sindo Pacheco, quien ha aceptado la invitación a compartir cada martes un capítulo de su novela inédita El Trago de los Tigres.

Las otras secciones fijas que tiene actualmente el blog son: La Luz Reconciliada (Lunes); Con la Verdad a Cuestas (Miércoles), Cubanos (Jueves), Ley en el blog (Viernes), Oikos (Sábado) y Damas de Blanco (Domingo)

También, se estuvieron publicando de manera sistemática: Orígenes (Martes), Camagüey visto por Reynier (Miércoles) Fotos de Ninon Lavallee (Jueves) y Estampas Camagüeyanas

---------------------------------------------------------------------
El Trago de los Tigres.
Capítulo I: Donde una vez hubo una Virgen

por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)


Éramos Pirolo, y Rony, y Santiago y Manet, y alguno más que no me acuerdo.

Íbamos allí, donde una vez hubo una Virgen. Antes fue un sitio luminoso: una fuente circular cuyas luces coloreaban el agua que llovía sobre ella como si estuviera lloviendo lluvia de colores. Muchas veces los niños echábamos centavos que se hundían titilando en mil brillos, hasta caer entre las otras monedas, tapizando de círculos el fondo de la fuente. Era una forma de ayudar a los pobres, decían, y así la Virgen a su vez nos ayudaba a nosotros, Virgencita, que no nos arrolle un carro, que no nos inyecten, que no se nos parta un pie, Virgencita, que no nos ahoguemos en un río.

Estábamos allí, bajo el techo que sostenían seis columnas. Ya no había Virgen, ni fuente, ni luces de colores; pero aún quedaba la base de cemento donde siempre se apoyaba, y sobre ésta, la punta de acero que la sostuviera.

Hacia allí lanzábamos un sombrero que surcaba el aire, y se enganchaba del metal como si fuera una argolla.

Ya nos habían botado de la escuela, y del grupo, casi de la familia.

No teníamos novias ni nos importaban.

Tirábamos uno a uno el sombrero y llevábamos la cuenta: de cinco cuatro, de seis cinco, de ocho seis. Y ganábamos, y perdíamos, y matábamos el tiempo. Eso era lo que más nos dolía: el tiempo. Nos dolía que fueran las nueve, o las diez, o las dos de la tarde, cuando debían ser las doce o la una o las cincuenta de la noche. Siempre nos estaba doliendo eso, que fuera tan temprano. Queríamos tener cuarenta, o sesenta o cien años, Virgencita, y estar muertos.

Hubo un tiempo en que no fue así. Entonces éramos Juanco en primera base; Frank Caballero en tercera; en segunda, Santiago; Juan Ramón, Rony y Marcelito en los files; Manet en el siol; y Ale, que era el cácher. Así gordo y sin careta era el cácher del equipo, y cerraba el home y no dejaba pasar a nadie, aunque lo picaran con los spikes. Entonces nos importaba jugar, nos importaba ganar, y éramos invencibles. Queríamos que la semana tuviera no más que cinco días, o tal vez cuatro como los puntos cardinales, o que siempre fuera domingo, y enfrentarnos a los Ratones del Pedro Pena, que a veces no eran tan ratones nada y nos ganaban, o nos hacían pasar un buen susto; o sucedía que nos confiábamos demasiado y podían darnos una buena paliza, ganarnos un doble juego que ya era demasiado, y oír a Juan Ramón: nos ganaron el primero y perdimos el segundo, porque no le importaba tanto el equipo, o la vergüenza de perder se le pasaba enseguida; no como a nosotros que nos duraba la vida, y cambiábamos el orden al bate, y pasábamos a Juanco para tercera, y poníamos a Omar a pichar, que tenía buen control y no daba base por bolas… La vez que perdimos el doble juego, el luto nos duró una temporada. Era algo que nos impedía mirarnos a los ojos, como un dolor muy hondo que nos hacía desgraciados, pero después cerramos bien la bola con el pecho, con los brazos, con las rodillas, con toda la vergüenza, y recuperamos aquella normalidad de vencedores que siempre nos acompañaba.

Lo que más deseábamos entonces era llegar al noveno ining empatado a cinco o a seis carreras, y embasarnos por un Toque de Bola o por un Error o una Base, y seguidamente robarnos la segunda base y la tercera y tirarnos de cabeza en el home, casi junto con la bola y dejar al campo a los ratones, para que supieran de una vez quiénes eran los tigres.

Ahora no teníamos equipo. La gente se había ido dispersando; unos nos quedamos allí en el pueblo, sin saber qué hacer con los días, con las horas que no pasaban como si el mundo se hubiera detenido; otros nos fuimos a estudiar, a graduarnos en cualquier mierda y nunca más jugar pelota; y al resto nos botaron de la Secundaria y nos citaron para el Servicio Militar.

Pero antes, un día, se aparecieron dos buldózer y arrancaron la media luna, la segunda base, el césped, removieron la tierra; y el terreno de juego fue llenándose de hoyos, de orificios, de materiales de construcción, de feos edificios de viviendas que iban creciendo, rompiendo el aire por donde único había pasado la pelota, y los pájaros, y nuestras exclamaciones de alegría o de tristeza, según el momento del partido.

Y decidimos irnos a estudiar:

Técnicos en Contabilidad: llevaríamos la cuenta de todo, del Debe y del Haber, y de todo lo que debe haber y tiene que haber. Pero luego nos asustó la idea de ponernos viejos, y obesos y todo barrigones haciendo cálculos detrás de un escritorio; y calculamos que debía haber o tenía que haber algo menos aburrido.

Técnicos de Refrigeración quizás podíamos ser, y enfriaríamos todas las cosas que hacía falta enfriar. Y llegamos a Santa Clara donde quedaba la escuela, pero ya había empezado el curso y no nos quisieron admitir. El director era un tipo tieso y refrigerado que ni siquiera nos prestó la más mínima atención.

Y nos fuimos poniendo descreídos y desconfiados, con muchos problemas de disciplina, hasta que un día por fin nos expulsaron de la Secundaria. Allí estaba la mamá de Manet, la de Santiago, el papá de Pirolo, el de Frank Caballero, el de Rony, el tío de Ale el gordo, y alguno más que no me acuerdo. Todos tristes, avergonzados, casi arrepentidos de haber tenido hijos como nosotros. Faltábamos mucho. No atendíamos a clases. No nos importaban las asignaturas. No participábamos. Molestábamos a los demás, a los que sí tenían interés. Casos perdidos. Todo.

Y vinimos a parar aquí, donde una vez hubo una Virgen.

1 comment: