Tuesday, June 22, 2010

El Trago de los Tigres (Novela inédita de Sindo Pacheco)

El Trago de los Tigres.
Capítulo 2: Panchita tiene problemas

por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)


Se enderezó, se puso de pie con movimientos lentos, pero nerviosos. Esta vez era distinto, no era ilusión, imaginación de primeriza. Era nuevo este dolor, este impulso, este desprendimiento interior que le removía las entrañas, la vida: Melchor, Natalia, Alejandrina, corrieran. Ella lo presentía, la criatura era impaciente, intranquila, siempre se había movido demasiado, tenía prisa, deseos de nacer; y en aquella habitación no había ni donde caerse muerto, nada quedaba de los siete pesos, por mucho que los ahorró ya no tenía ni un centavo, ni un kilo prieto; y ahora qué iba a hacer, allí no había clínicas de maternidad, un pueblo tan grande y que no hubiera un lugarcito donde parir en paz, Virgen Santa; había que ir a Sancti Spiritus, o a Placetas, veinte o treinta kilómetros: Melchor hiciera algo, por favor, aquello dolía mucho, le apretaba el pecho, el corazón, los pulmones; no se pusiera nervioso, pero hiciera algo rápido, se moviera, no se quedara allí mirándola, por Dios; y Melchor sudaba como un machetero al sol: tranquila, Panchita, eso le pasaba a todas, siempre era así, no llorara, iba a ver qué podía hacer, algo encontraría, aguantara un poco, no se pusiera más nerviosa; y Melchor se puso el sombrero y llegó hasta la Piquera de Alquiler: somos pobres, Armando, pero buena paga, eso sí, usted sabe que somos buena paga, por su madre, llévela a Placetas, la semana que viene le pagamos, mire que tiene muchos dolores, no deje que vaya a parir tirada ahí en su camastro, y vea, el marido está trabajando en Camagüey, el dinero no va a faltar, voy a pasarle un telegrama para que mande el dinero, pero ahora estamos pelados, Don Armando, ni un pesito, Filiberto, ni un kilo, Don Eustaquio, por favor, Bienvenido, haga algo, se lo vamos a agradecer, Dios aprieta, pero no ahoga, la garantía del pobre es su trabajo, has bien y no mires a quién, el ojo del amo engorda el caballo, muchas gracias, Bienvenido, verá, quedaremos bien, no se va a arrepentir, sí, por aquí, doble a la derecha, en la próxima, Bienvenido, allí, en la casita verde, la que se está cayendo, pero este año, si Dios quiere, la arreglamos: ¡Panchita, Natalia, corran, aquí está la máquina! Y Panchita recogió un bulto pequeño con dos pañales, y una toalla que había comprado en dos plazos, que todavía le faltaba un pago que hacer, y subió al carro con Natalia, que llevaba un peso treinta y cinco centavos protegidos con siete nudos en el fondo de un pañuelo: se apurara, por su madre, no podía aguantar; y Melchor y Aleja las despidieron: mucha suerte, se acordara Panchita de pujar bien duro, todo iba a salir bien, y de pedirle a Nuestro Señor, y cerraron las puertas, y de leer el ensalmo, y la máquina rechinó las gomas, y de encenderle una vela a la Virgen; y Melchor fue al correo a pasarle el telegrama a Paquito, que estaba a cientos de kilómetros con su hermano Ignacio, que no lo dejaba ni respirar en los cañaverales: arriba Paquito, arriba Paquito, arriba Paquito, y la caña iba engordando las pilas, limpia y jugosa, y ellos se derretían, sudando guarapo a más no poder, y el cañaveral era una masa vegetal que no tenía fin: Paco, corre, que tu mujer está de parto, apúrate, que debe estar al parir, vuela, que ya debes ser papá; y Paquito soltó la mocha y leyó el telegrama: ese vejigo se había vuelto loco, antojarse de nacer antes de nacer, cómo iba a salir de este rollo; permiso patrón, Panchita estaba de parto, mirara el telegrama, necesitaba unos días, necesitaba apoyarla, necesitaba un adelanto, unos pesitos ahí; y el patrón se quitó el sombrero y se rascó la cabeza: caramba, Paquito, ¿no oía las noticias?, no había plata, el país era una ruina, un desastre; pero viera, patrón, con diez pesos él tenía, mirara que la madre tuvo problemas, complicaciones, el niño vino adelantado, antes de tiempo, comprendiera, era su hijo, su primogénito, lo habían hecho como sin querer, templando encima del camastro como se hacen los niños, pero ya lo quería, desde que estaba en el vientre lo quería, patrón, desde que se movía, como si quisiera revelar algún secreto desde allá adentro, y por eso no tenía un centavo, porque todo lo mandaba a la casa para que la mamá se alimentara bien, para que el niño naciera fuerte, bien dotado, con mucha energía y resistencia y pudiera cortar mucha caña el día de mañana…, gracias patrón, no hallaba cómo agradecerle, sabía que podía contar con él, y de paso…, ¿no tenía unos zapatos que le prestara, aunque fueran viejos?, mirara cómo andaba, sentía pena entrar así a la clínica, que el niño fuera a ver a su padre, con los zapatos tan rotos el día de su nacimiento, ser padre es una cosa muy grande, ¿comprendía…? Y el papá se puso las botas y una muda de ropa de su hermano, que le quedaba chiquita, y se fue hasta las Terminales, y subió a un ómnibus La Flecha o Santiago-Habana, que devoraba la Carretera Central, y llegó a su casa sin sacudirse el polvo del camino: ¿ya parió…? Está pariendo, le dijeron, desde ayer está pariendo, y fletó una máquina que se adentró de nuevo en el paisaje, y llegó a la Clínica Obrera de Placetas cuando la criatura asomaba la cabeza, o más bien los ojos, porque era puro ojos: ay mi madre, dijo la mamá, había parido un fenómeno: doctor, doctor, parí un fenómeno; tranquila, mujer, nada de fenómeno; sí, doctor, mire, fíjese en los ojos, no le caben en la cara, doctor, en vez de un hijo, parí unos ojos, Virgen Santa; el niño no tenía problemas, Panchita, se calmara, solamente quería mirar, viera cómo miraba, cómo contemplaba el mundo, estaba un poco asombrado, eso era todo. Pero pasaron los días, le dieron el alta, y el niño seguía con aquel par de carambolas: 

—Queremos bautizarlo, Padre, ¿usted cree que haya problemas?, lo digo porque está un poco rarito, vea, mire qué feito es, puro ojos nada más, y mire qué débil, qué raquítico. 

Todos nacíamos débiles, mamá, hasta los animales, las fieras, hasta los tigres nacían débiles, ese angelito…

—Sí, pero no hace más que gritar, día y noche gritando, yo creo que tiene algún problema, Padre, me va a volver loca.

No se preocupara, las lágrimas eran buenas para el corazón. 

Y le echaron el agua bendita en el nombre del Padre y del Hijo, y el hijo cerró los ojos, y del Espíritu Santo, y el espíritu escupió la sal y lloró su primer trago amargo, y se quedó con aquel recuerdo en la punta de la lengua. Y el papá regresó al Camagüey: este país era una mierda, Santo Cielo, se iban a morir. Y mandaba los siete pesos para que la mamá se alimentara bien: querida Panchita: haorra el dinero, toma mucha leche de chiba y come maní y sagú, y mucha zopa de berdúras y de cabesas de pezcádo, no valla ha ser que te siga faltando la leche. Y el niño iba creciendo con ojos y todo. Y un día la mamá se metió con él debajo del camastro y lo apretó bien fuerte contra su pecho, y se oyeron estampidos, y gritos, y zambombazos: los rebeldes, los barbudos, que tomaban el pueblo, los otros pueblos, las ciudades, Santa Clara, La Habana, el país, el mundo. Y el papá se enteró allá en Camagüey, con su hermano Ignacio que le trajo la noticia al cañaveral: arriba Paquito, arriba Paquito, arriba Paquito; y Paquito agarró la mocha y la hizo girar sobre su cabeza como una hélice, y luego la soltó, y la mocha se elevó como un planeador, buscando el cielo por encima de las flores de los cañaverales. 

—¿Estás loco, Paquito, estás loco? 

No cortaba más caña, estaba harto, ésta era la oportunidad de los humildes.

Y volvió al pueblo, y se dejó crecer bien la barba, y se consiguió una gorra verde olivo, y un collar de santajuanas, y unos libros de Marx y Engels; y enderezaron la casa, y la pintaron, y más tarde la abandonaron para irse a otra más amplia y cómoda que se había desocupado, con muchas habitaciones, y agua corriente y baño sanitario, y garaje y terraza, como iban a ser, Panchita, todas las casas de todos los proletarios de todos los países uníos para el próximo quinquenio, que estaba ahí, al cantío de un gallo; y compraron una máquina de coser soviética, y Panchita se hizo costurera: ropa de hombre y de mujer, todo tipo de ropa, se forran botones, se forran libretas, se forran los forros; y poco tiempo después estaban en la tribuna, cuando inauguraron el hospital de maternidad, para que más nadie tuviera que ir tan lejos a parir: ¿viste Panchita, qué cosa más linda, qué habitaciones, cuántos equipos, camas nuevas, todo que brilla…?: te juro que hasta a mí me dan ganas de parir.

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