Capítulo 3: Los Ratones y Los Tigres
por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)
Por el camino ya íbamos pasando la bola, calentando el brazo, practicando, cogiéndole el peso al bate de majagua para estar bien en forma y no perder ni un solo minuto.
Ardíamos en deseos de llegar al terreno, y que el umpire cantara el play ball y empezar a meter líneas por todas las bandas y robarnos las Bases y sacar unos cuantos double play.
Desde lejos vimos a algunos Ratones: Piro, y Andrés, y Rigo y Renecito el Cojo, y Emerio y Nelsito, y Roberto el enano, y Arielito el cabezón, que estaba calentando el brazo. Arielito lo que tira para el home son chícharos, y cuando viene descontrolado le da un bolazo en la cabeza a cualquiera, pero no hay que acobardarse y pegarse bien a la goma, y hacerle un swing fuerte a todo lo que se parezca stray, no vaya a ser que algún umpire medio ciego nos cante el tercero con alguna bola afuera. Supimos que sería un juego difícil porque era el juego final, el que iba a decidir el campeonato y determinar quiénes éramos tigres y quiénes ratones, pero de esa forma saborearíamos mejor las mieles del triunfo. Nosotros no éramos unos tigres agresivos, que nos gustara abusar ni ganar esos juegos de alto carreraje veinte carreras por una o dieciocho por cero. Nos gustaba el partido apretado, reñido, que se decidiera en el octavo o el noveno ining cuando llenamos las Bases y nos situamos en el cajón de bateo y la bola viene hacia nosotros y de pronto hay un instante en que se detiene, el tiempo justo para hacer el swing, para darle en la misma semilla y sentir ese relámpago, ese corrientazo fugaz que se trasmite de la madera a los brazos, de los brazos al pecho, al corazón: carajo, le dimos en el alma; y vemos la bola elevándose, elevándose, un jonrón, o por lo menos un tubey, que impulse tres o cuatro carreras para el home, y los Ratones se queden desanimados, sin energías para decir que es foul ni nada por el estilo porque el batazo picó a más de veinte metros de la raya, y se llevó en claro a Nelsito, el Jardinero Izquierdo, tanto que si por ejemplo, Salamanca estuviera allí describiendo el partido, no tuviera otro remedio que decir se va elevaaaando, se va elevaaaando, y adiós Lolita de mi vida, que es como nos gustan oír los jonrones.
El problema de nuestro equipo era que no tenía director, es decir, que tenía muchos directores. Todo el mundo jugábamos y todos éramos directores. Mandábamos a tocar la bola, a batear duro, bateo y corrido, robo de base, todo al mismo tiempo. Y producto de eso teníamos que sacar el extra para no perder algunos juegos importantes.
Por nosotros abrimos lanzando Juan Ramón, que en el primer ining ponchamos a dos Ratones y no nos batearon de hit.
Fuimos a la carga, y luego de dos outs, Pirolo metimos un tubey, y Ale el gordo sacamos una línea detrás de primera base, que picó en zona buena y se abrió hacia un lado, y anotamos la primera carrera del encuentro.
Hasta el quinto ining estuvo la cosa una por cero. Allí mismo los Ratones conectaron su primer hit, y Juan Ramón nos descontrolamos y empezamos a dar bases por bolas. Trajimos a Omar para lanzarle a Héctor el zurdo y sacamos bien los dos primeros outs, pero Andrés bajó un cepillazo por Tercera que parecía un trueno. Frank Caballero cerramos bien la bola que nos dio en el pecho y se fue hacia el Siol, pero Manet la recuperamos, y tiramos a Primera Base un poco bajito por el apuro y por la tensión del juego, y a Juanco se nos fue la bola entre las piernas. Y los Ratones anotaron una carrera, y dos carreras, y hombre en Segunda: Juanco eres un malo, una tiñosa, un cobarde, no cerraste la bola, embarcaste el juego. Podíamos expulsarlo allí mismo por vendido y por traidor, pero éramos nueve y no había más nadie en el Banco.
Omar sacó el tercer out, y seguimos lanzando un buen juego. Y llegamos así al noveno ining: Ratones 2; Tigres 1.
Juan Ramón abrimos con toque de bola y se embasó por error del Primera Base. Pirolo nos ponchamos con una bola afuera, y los Ratones se pusieron a dos outs de la victoria; pero Ale colocamos bien la bola entre Primera y Segunda. Santiago nos pusieron out en flay al Cácher, y tiró el bate con genio, y los Ratones, envalentonados, empezaron a burlarse: batea pa’lante y no pa’atrás; pero Rony le callamos la boca con un flaicito que picó detrás de Tercera. Bases llenas, dos outs, noveno ining, Frank Caballero saca un roletazo entre Tercera y Siol y se empata el juego en medio de la gritería, casi en el momento de recoger los guantes. Y vinimos Juanco a batear, que enseguida se puso en dos stray sin bolas. Las Bases seguían llenas, pero Arielito el cabezón estaba tirando unas rectas de humo. Dale Juanco, acábate de ponchar.
Embarcaste el juego.
Tiñosa.
Amarillo.
Papalote.
Eres un muerto.
Un Out vestido de pelotero.
Así decían algunos Ratones, que tiraron los guantes al suelo, y se quedaron a mano limpia en señal de superioridad.
No, Juanco, no les hagas caso.
Concéntrate.
Límpiate el error.
Mete una línea.
Saca el bate a tiempo.
Tírale a todo.
A todo lo que se parezca.
Y vino el lanzamiento en la esquina de afuera, Juanco hizo swing, y foul la bola.
Pégate a home.
Sepárate un poco.
Abre bien los ojos.
No le quites la vista.
Tú le das a una sola.
Coge el bate más corto.
Coge el bate más largo.
Pégate a home.
Sepárate un poco.
No le tires a la mala.
Tírale a todas.
Abre los ojos.
Corre duro para Primera.
Levanta más el bate.
Bájalo un poco.
Abre más las piernas.
Alza el codo.
Cierra las piernas.
Cuidado con la curva.
Cuidado con la recta.
Con la bola afuera.
Con la lenta.
Con la tenedor.
Arielito hizo los movimientos, se impulsó y… una bola pegada, bien pegada, Juanco se queda quieto, lo van a golpear, un bolazo duele como caballo, pero más duele que los Ratones nos ganen, así Juanco, no te muevas, eres una estatua, un monumento, una pintura en la pared, un muerto, la bola le pega en el brazo, en el codo, en la misma punta del dolor. Juanco caemos sentado en la tierra, lívido, azul, con los labios morados y los ojos en blanco, pero le damos masaje, ganamos el juego, lo arrastramos hasta primera base, y otra vez los Ratones al campo, discutiendo, recogiendo los guantes, amarillos que son, papalotes, cobardes.
Llegamos al barrio cantando la canción de Los Tigres que dice que somos invencibles, decididos; campeón entre los campeones; y que jamás los Ratones; nos ganarán ni un partido.
Esa noche era el juego final del play off entre Las Villas y Pinar del Río. Las Villas es nuestro equipo favorito, es un equipo tigres como nosotros, que decide los juegos en el octavo o en el noveno ining y que tampoco le gusta apabullar a nadie, ni ganar con esos marcadores abultados. Nos bañamos, comimos, y fuimos a ver el juego a casa de Juanco. Porque si nosotros no vemos bien el partido, jugada por jugada, para darle aliento a Las Villas, puede ser que a Jova, que las coge todas, se le caiga un flaicito, o que le canten el tercer stray a Muñoz con una bola afuera o suceder cualquier desgracia impredecible. Juanco tenía un yeso en su mano izquierda, producto del bolazo, pero estaba feliz porque había decidido el partido. Ahora le esperaban dos meses sin jugar pelota, sin pararse en el home ni hacer un swing al aire aunque sea, sin robarse una Base ni sacar un double play. Y allí mismo lo declaramos director del equipo para toda la vida, y ahora no se llamaba más Juanco, sino Servio Borges, y había que obedecerlo, y hacer todo lo que él dijera en el terreno de juego. Juanco es pálido y larguirucho, y tiene los ojos grises y un problema del corazón, los labios y las uñas azules, apenas puede correr porque se cansa enseguida, le falta el aire, las energías, la vida, y se va a morir cuando llegue al desarrollo, pero todavía le faltan como dos años.
Nos limpiamos bien los zapatos porque Umbelina tiene obsesión con la limpieza y se pasa la vida con la escoba y el trapeador vigilando cualquier churre, y nos acomodamos frente al televisor desde que estaba el Noticiero hablando de la ayuda de la Unión Soviética y de todas las fábricas que Fidel iba a inaugurar ese día.
Por fin pasaron al estadio. El Himno Nacional. Nosotros comiéndonos las uñas y las yemas de los dedos.
Éramos Juanco, Santiago, Rony, Ale el gordo y Umbelina, la mamá de Juanco, que no entendía nada de Pelota, pero que había encendido una vela a la Virgen del Cobre para que Las Villas ganara y Juanco no se pusiera más triste, y se le olvidara un poco que se iba a morir.
El estadio Latinoamericano en La Habana estaba que no le cabía un alma. Era un terreno neutral para que ninguno tuviera ventaja. Se veían cientos de letreros: Pinar del Río campeón, Las Villas campeón. Había uno de los villareños que decía: Muñoz, Cheíto y Olivera se la botan a cualquiera; y otro de los pinareños: Pin pon fuera, Rogelio poncha a cualquiera.
Bajamos el volumen del televisor al máximo y pusimos a Radio Rebelde para escuchar la descripción de Salamanca cuando dijera: azúuucar abanicando, tres golpes de mocha y pa’ la tonga. Para oírlo clarito cuando anunciara a Muñoz, el Gigante del Escambray. Muñoz era un guajirito de monte adentro, del mismísimo Escambray, que no sabía nada que se podía jugar pelota de noche. Y a batazo limpio se fue abriendo camino y ganándose al público que lo ovaciona cada vez que viene a batear. Y todos nosotros queremos ser como Muñoz. No éramos tipos grandes para ser Primera Base y estirarnos y coger los tiros afuera como hacía él, pero empezamos a batear a la zurda para que nuestros jonrones se parecieran cada vez más a los jonrones de Muñoz: se impulsa el pícher, ahí lanza, le tira y conecta un batazo largo por el Jardín Derecho, la bola se va elevaaando, se va elevaaando…, y adiós Lolita de mi vida: jonrón de Antonio Muñoz.
Todo eso queríamos, ver el batazo, oírlo, sentir ese júbilo en el corazón, pero Rogelio estaba intransitable y había ponchado como a diez. Pinar del Río ganaba por una carrera cuando Muñoz recibió boleto para Primera y Cheíto, que batea a la derecha, bien agachado y bien pegado al home, como cualquiera de Los Tigres, conectó el batazo decisivo, que se fue alejando, perdiéndose entre las luces de las torres, por el mismísimo Jardín Izquierdo. Empezamos a brincar, a dar saltos, a abrazarnos. Umbelina vino corriendo de la cocina: ¿qué pasó, qué pasó…?; y se dio cuenta que Cheíto es de los nuestros, como si fuera del equipo Los Tigres y empezó a brincar con nosotros y Arelia la vecina oyó la algarabía y pensó que Juanco se había muerto, pero al ver a Umbelina con aquel regocijo de vivir, de ser gente, de estar en el mundo, en Cuba, en Las Villas, en Cabaiguán, en el Reparto Obrero, en la calle Masó, en el número 138, en la sala frente al televisor, mirando el televisor, dentro del televisor, en el estadio Latinoamericano, se sumó también, y después vinieron Coro Carmona y Nena y Zeida y el marido y todo el barrio y dos perros, y la gente del televisor corrían por el terreno y por la casa como si fueran gnomos, o duendes de cartulina, saludando al público, a nosotros, al mundo, y la mata de almendras que nunca se había movido de su sitio entró a la sala llena de curiosidad, y Umbelina la miró seria porque iba dejando un reguero de hojas amarillas y rojas sobre los mosaicos, pero nosotros prometimos recogerlas y nos abrazamos, y todos éramos una sola cosa viva vibrando. Umbelina le dio gracias a la Virgen, a la televisión, a la Unión Soviética, a San Lázaro, y después llevamos la mata a su lugar y barrimos las hojas del piso, y era esa noche estrellada, con la luna llena en el cielo, como si allí también pudiéramos jugar pelota de noche.
Y otra vez volvimos a batear a la derecha, a ser derechos como Cheíto, a enfrentarnos a los Ratones, que todas las semanas hacían cambios en su alineación, y no hallaban un pícher que ponernos, a no ser Arielito el cabezón que siempre perdía en el noveno ining.
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