Mons. Juan García, arzobispo de Camaguey, inaugurando oficialmente
la Casa Memorial Mons Adolfo Rodríguez Herrera
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Texto y fotos por Carlos A. Peón-Casas
Camagüey, 19 de julio de 2010.
(para el blog Gaspar, El Lugareño)
La Casa Memorial Mons Adolfo Rodríguez Herrera, que ha sido inaugurada en la mañana de este lunes 19 de julio, con un sencillo pero emotivo acto presidido por el arzobispo Mons Juan García, constituye el mejor de los legados de ese hombre bueno que fue nuestro primer arzobispo, el sacerdote de profunda convicción pastoral, y de maneras afables con todos, fueran o no ovejas de su grey; el conversador de altos quilates, pero antes o mejor el atentísimo oyente, para quien el tiempo dedicado a los demás, a sus preocupaciones, dolencias o sinsabores cotidianos, era siempre poco.
Monseñor Adolfo, como cariñosamente lo conocimos siempre, habitó este espacio por todo el tiempo que duró su fructífera misión de cuatro decadas como obispo diocesano de Camagüey, esta casa conoció sus sueños y desvelos, su afán siempre permanente por servir a su rebaño en esta bendita tierra.
Las puertas de esta casa en la calle Cisneros, antes también conocida como la Mayor, un poco más allá de la catedral metropolitana, y muy cerca del obispado en la calle Luaces, al que concurría muchas veces por sus propios pies, recorriendo un tramo muy concurrido del entramado principeño, estuvieron permanentemente abiertas para todos, no importaba el día ni la hora, pues más que habitarla como espacio propio de necesaria intimidad, la compartía con cariño, dedicando las necesarias horas del descanso a todo el quisiera acercarse a su acogedor pero siempre sencillo despacho, donde aquel ser compasivo, atento y perennemente disponible, daba lo mejor de sí para alentar, fortalecer, o simplemente escuchar “sin tiempo” a todos.
Este espacio físico que habitó, hoy vuelve a brir sus puertas retocado con esa sencillez espartana a la que era dado, para que la memoria de aquel hombre bueno, a quien Dios llamó para acompañar y robustecer la fe de su gente, y del que hoy esperamos con fe, que sea beatificado en algún momento de un futuro no lejano, sea siempre un permanente recordatorio para imitar sus virtudes. Allí están su buró, su silla, su infaltable breviario que acompañó sus muchas horas de oración, sus mínimos objetos personales, su abrecartas, sus libros de cabecera en que la Biblia y San Agustín eran parte consustancial, pero también los buenos poetas como Calderón de la Barca o Heredia, en fin, las cosas imprescindibles que poblaron su mundo, que no fue otro que el de la entrega sincera y entusiasta a los demás, por los que desgastó su vida por amor.
Para que quienes le conocimos y acompañamos, y para quienes por su poca edad, descubren hoy su figura venerable, tenemos la dicha de acercarnos a este Memorial con un muy especial referente de su vida y de su obra de pastor, de amigo entrañable, de hombre fiel a Cristo y a su Iglesia, pero también a su pueblo, al que nunca abandonó, ni en los momentos más álgidos y desesperados. Al acercarnos, como quizás hicimos tantas veces, tenemos la sensación muy especial que más allá de esa mampara, encontraremos todavía el consuelo, la esperanza y la bondad del hombre, el sacerdote, el obispo, el amigo entrañable que fue Monseñor, y que sigue siendo, velando por nosotros desde la plenitud de la Vida que ahora tiene en abundancia.
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Información relacionada (en el blog):
"Luz Verde" de la Congregación de la Causa de los Santos
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