Capítulo 6: Habíamos llorado
por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)
Y otra vez éramos Pirolo, y Omar, y Juan Ramón, y Santiago, y Juanco, que ya estaba pasando el desarrollo y no se había muerto, y lo iban a operar allá en La Habana, a abrirle el pecho en dos tapas, a ponerle una vena, una válvula, una arteria, una aurícula y un ventrículo, pero valía la pena arriesgarse, valía la pena operarse, morirse, que seguir así, con los labios morados, azules, muriéndose un poco cada día, claro, Juanco, así era, no te lo habíamos dicho para que no te amargaras, adiós, cuídate, todo iba a salir bien.
La Habana es un misterio, una meta, un mundo impresionante de elevados edificios y anchas avenidas, y semáforos, y rutas de guaguas que recorren la ciu-dad, y túneles donde los carros cruzan bajo el agua. Es la puerta por donde llegan los adelantos y las modas. La gente de La Habana es muy distinta, más lista, más inteligente. Tenemos primos que alguna vez nos hacían la visita. Eran locuaces y expresivos, tan orgullosos de vivir en La Habana, que llamaban campo al resto del país. Ya desde la Primaria habían tenido montones de novias, muchas más que cualquiera de nosotros. Cambiaban de novias todas las semanas. Lo cambiaban todo, el modo de vestir, de caminar, de hablar: cambiaban las palabras: Decían cappintero, Packe Mattí, aeropuetto.
Nadie les creía que fueran de La Habana hasta que le miraban el pelado, y las ropas, y los zapatos extravagantes, y luego les preguntaban por el Capitolio, y por El Morro y por la esquina de Tejas.
Ir a La Habana era un acontecimiento, la alegría de ver algo distinto, de co-nocer, de disfrutar.
Pero Juanco no iba a pasear, su viaje era distinto, la ciudad lo iba a marcar de otra manera. Fuimos hasta su casa a despedirlo. Llevaba una camisa a listas, mangas largas, y un pantalón negro muy bonito. Sonrió para darnos confianza, para darse confianza a sí mismo, como si sólo se tratara de pararse en el cajón de bateo con el equipo perdiendo el partido decisivo. Umbelina estaba fuerte; su her-mano Jorge, fuerte, nosotros fuertes, con fe, con ánimos, con ganas de llorar.
Y la operación fue buena, un éxito, una maravilla, un milagro de la Ciencia; pero de pronto vinieron complicaciones, hemorragias, y se puso grave, muy grave, gravísimo, coqueteando con la muerte, Virgencita, que no se muera; y no podíamos imaginarlo en la funeraria, en el carro, en el cementerio, con los Tigres a su alrededor llorando al primer Tigre muerto; no podíamos imaginar el terreno de pelota sin Juanco en Primera Base; ni siquiera podíamos imaginarlo tendido en un salón de operaciones, Virgencita, entubado, con mangueras en la boca, en la nariz, en los oídos, con aparatos electrónicos como un extraterrestre, como un marciano, como un pedazo de carne, con cuatro focos alumbrando sus entrañas, porque lo habíamos visto salir caminando de su casa, no tenía que operarse nada, ni haber ido a La Habana, por lo menos aquí vivía, un poco mal, con el corazón cansado, pero con su cuerpo intacto, como había venido al mundo, total, qué más daba, el que no padecía de una cosa padecía de otra. Y allí estaba Secundino, el bodeguero del barrio, que ya le habían quitado la bodega, y terminaría yéndose al Norte, prendido del teléfono, de la Pública del Correo, cómo está Juanco, cómo sigue, cómo come, cómo respira, que no se muera, coño, y Secundino, que era grande y gordo, y viejo ya, lloraba como una mujer, y nosotros llorábamos viendo llorar a un viejo grande y gordo, y como a las tres de la tarde Juanco se murió, y nos quedamos en silencio, sin mirarnos, con los ojos pegados a la pared del Correo; pero a las tres y cuarto de nuevo estaba vivo, guapea Juanco, guapea y no recojas cabos, tienes que vivir, coño, pero a las y media avisaron que venía su cadáver; y los Tigres le mandamos a hacer una corona de girasoles amarillos y hojas de laurel, que no decía como todas las coronas: A Fulano, de su hermano, ni A Mengano, de su esposa, sino solamente: Juanco, Primera Base; pero al día siguiente rompimos la corona porque Juanco trataba de vivir, guapea Juanco, guapea, no te mueras, no seas malagradecido, acuérdate de Los Tigres, acuérdate del equipo, tenemos dos pelotas nuevas y ya conseguimos una guantilla para Primera Base, y un bate de majagua, y una careta de verdad, acuérdate de Cheíto y de Muñoz, acuérdate de Huelga, de nosotros, de la mata de almendras, acuérdate de todo, esfuérzate, cojones, haz memoria, maricón, hijo de puta, nos cagamos en tu madre, en Umbelina, en toda tu familia, no seas mierda, coño, anoche le ganamos a los americanos, Marquetty la botó de jonrón, la desapareció, y hasta Fidel lo llamó por teléfono.
Y pasó aquel día, y luego otro, y otro, y Juanco empezó a mejorar. Y el pe-riódico sacó su foto en primera plana. Otro logro de la Medicina Cubana, de la Re-volución Cubana, que había llevado la Salud gratis a todos los rincones de la isla, porque en cualquier país capitalista aquella operación costaba no sé cuantos miles, y salió por Bohemia, por Granma, por Juventud Rebelde, por Radio Sancti Spiritus, por Radio Habana Cuba, por Radio Moscú y por Radio Francia Internacional, hasta que un día salió también del hospital, blanco de no coger sol, y con los labios y las uñas normales y con una herida que le atravesaba el pecho como la costura de una pelota, déjanos ver, déjanos tocarte la herida, Juanco, qué sentiste, ¿te dolió mucho?, ¿es verdad que te pusieron otro corazón?, eres un valiente, Juanco, un tipo cojonudo, Primera Base de Los Tigres, y él sonreía, era un cobarde, nada de guapo, había tenido mucho miedo, temblaba de miedo, nos dijo, y pensaba en nosotros, y lloraba por las noches, y le rezaba y le pedía a la Virgen. No importaba, Juanco, eras un valiente de todas formas, los Tigres también habíamos llorado.
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Capítulo I: Donde una vez hubo una Virgen
Capítulo 2: Panchita tiene problemas
Capítulo 3: Los Ratones y Los Tigres
Capítulo 4: Eramos un hombre
Capítulo 5: La escuela iba a sufrir
2 comments:
Qué linda historia, qué tierna... y con final feliz. Estaba pensando todo el tiempo que el pobre Juanco no la contaba. Ya me parece que conozco a los Tigres como si fueran de mi barrio...Espero el próximo tigrazo!!
Por Dios que estuve a punto de llorar a Juanco... Muy buen relato, me quedé con ganas de seguir leyendo.
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