Wednesday, August 25, 2010

Con la verdad a cuestas ( Sección a cargo de Ena La Pitu Columbié)

 Siboney
(Santiago de Cuba, segunda parte)



Texto y fotos por Ena LaPitu Columbié
(para el blog Gaspar, El Lugareño)
 

Cuba como isla caribeña al fin está rodeada de hermosas playas que son la locura de los turistas. De todas ellas las mejores son sin dudas las de la costa norte. Varadero que posee más de 40 km y es una de las más famosas del mundo; Guardalavaca al norte de Holguín es posiblemente la que más “horas Sol” tenga en el orbe y Santa María del Mar que da vida a los capitalinos. Pero existen otras como Maguana en Baracoa que se mantienen vírgenes en la mayoría de su espacio, playas de ensueño que todavía el hombre no ha depredado. Sin embargo las playas de la costa sur adolecen de exceso rocoso, son playas costeras con cierto encanto, sobre todo por la vegetación que las rodea conformada por palmeras y cocoteros silvestres; pero no ofrecen las comodidades naturales de las norteñas, no obstante, también son muy visitadas por nacionales y turistas.

La zona costera de la provincia Santiago de Cuba recibe el nombre de Baconao y abarca más de 80,000 hectáreas de su superficie, es una zona considerada Reserva Mundial de la Biosfera de la Unesco. Este complejo de playas de Oriente, tiene entre ellas a: Siboney, Juraguá, Daiquirí, Bucanero, Berraco, Costa Morena (Balneario del Sol), Sigua, Cazonal, Mar Verde, Buey Cabón, Caletón Blanco, El Francés

La Playa Siboney está a sólo unos pocos kilómetros de la ciudad, por ser la más cercana es la más visitada por los jóvenes nacionales con pocos recursos y por lo mismo, es también la más maltratada.

Cámara en mano salí del aeropuerto a Siboney con la idea fija de descansar y disfrutar de la playa conocida. Podía haber logrado mi objetivo si el viejo hotel donde me hospedé no estuviera tan deteriorado, si el colchón fuese sin bolas ni huecos, si hubieran funcionado el ventilador y el televisor, o uno de los dos aunque fuera ––a fin de cuentas cuando uno llega a Cuba pone en práctica las capacidades ninjas adquiridas y definitivamente nunca olvidadas–– No obstante resistí dos días en ese pequeño pueblo que parece asolado por la omisión, y donde por supuesto ya no se encuentra ninguno de los conocidos en sus casas. El restaurante La Rueda está mejorado, pero con unos precios que asustarían a los turistas de Miami Beach, y en su entrada una estatua de Compay Segundo parece no llevársela bien con el salitre.

La playa Siboney es pequeña como su pueblito, pero bella por el contraste con las montañas que están ahí, pegaditas a un mar siempre apacible. Casi nada ha cambiado en el contorno, siguen milenarias las matas de coco que invitan a su sombra, el río menos caudaloso pero agradable por su vegetación y para mi sorpresa, a unos seis o siete metros de la orilla sobrevive la pequeña plataforma formada por restos de alguna construcción, posiblemente un antiguo muelle ––la recuerdo ahí toda la vida–– y que representaba la meta en nuestro pasado de mar. Los que llegaban primero a la playa braceaban como locos para a apoderarse del montículo, y abandonarlo sólo al caer la noche y la retirada; en ese lugar nos amontonábamos los amigos para jugar, tirarnos o hacer peleas montados en los hombros de los compañeros y nos discutíamos el puesto en el centro del armazón. Era el trofeo que todos ansiaban ganar.

Sólo algo es diferente y rompe con el recuerdo y la armonía natural: una opulenta mansión que se yergue en medio de la ladera de la montaña aledaña al mar. La casona fue mandada a construir hace años por el pelotero Elpidio Mancebo y está anacrónicamente coronada por una enorme pelota o balón gigante, que pudiera ser de voleibol o balompié ––no llego a definir cuál de las dos–– y era según dicen, un bar y salón de fiesta para turistas y personas de dinero que podían alquilarlo. Cuenta la leyenda popular que allí se formaban bacanales en las que corrían el alcohol, las prostitutas y otras drogas ilegales, y que hasta la corrupción de menores se ejercitaba sin medida. La realidad es que la casa fue confiscada por el gobierno y pertenece ahora a un organismo del estado.

Al tercer día ya nada pudo retenerme, tomamos un viejo carro de pasajes y dejando atrás el otrora lugar de reunión de jóvenes estudiantes, partimos a otro punto santiaguero donde fuera más dócil el Sol.



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Ena Columbié, “LaPitu” Guantánamo, Cuba. Poeta, ensayista, crítica, narradora y artista. Licenciada en Filología. Ha obtenido numerosos premios en crítica literaria y artística, cuento y poesía. Ha publicado los libros: Dos cuentos (Narrativa. Cuba 1987), El Exégeta (Crítica literaria. Cuba 1995), Ripios y Epigramas (Poesía Cuba 2001) y Ripios (Poesía. USA 2006) y en las antologías: Lenguas Recurrentes (1982), Lauros (Cuba 1989), Epigramas (Cuba1994), Muestra Siglo XXI de la poesía en español (USA 2005), La Mujer Rota (México 2008). Dirige la editorial, Ediciones EntreRíos. Ha colaborado como editora en la editorial La Araña pelúa de París y en La Peregrina Magazine, así como en diversos proyectos privados independientes.Como fotógrafa ha publicado en revistas y periódicos de USA. Reside en Miami, Florida. USA.

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