La entrega de esta carta en la Nunciatura Apostólica de La Habana el pasado viernes debemos verla en el contexto de una campaña para torpedear las gestiones emprendidas por la Iglesia cubana. Según nos han informado fuentes cercanas a la disidencia interna, la “iniciativa” de una carta firmada por opositores cubanos y dirigida al Santo Padre se gestó fuera de Cuba, y nos aseguran que fue concebida como combustible para lograr deslegitimar el actual proceso. Fuerzas cubanas asentadas dentro y fuera de nuestras fronteras geográficas, conectadas a redes políticas internacionales, han intentado hacer ver que la liberación de los presos por motivos políticos ha sido el resultado de la “presión internacional” y de la “lucha” de la disidencia interna; no de la moderación y de la disposición al diálogo entre actores sociales y políticos. Es posible que dicha presión haya podido tener alguna influencia. No obstante, sería iluso pensar que esta haya sido su causa eficiente. La presión ha estado presente por más de 50 años y no ha logrado cambiar nada. Esta carta responde a la política del odio, que desvirtúa la realidad interna del país presentándola como un escenario binario de buenos y malos, eclipsando los necesarios matices que se imponen para describir, con un mínimo de seriedad, los complejos procesos sociales y políticos que tienen lugar actualmente en la sociedad cubana. (ver texto completo del Editorial de la Revista Espacio Laical)
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