Parte 3. Capítulo 3. La altura del momento
por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)
Entramos a la Universidad como el que llega a La Gloria.
Fue lo mejor que nos ocurrió entonces, o por lo menos eso creímos: la Universidad, la meta, graduarnos, ser profesionales, gente útil. Todo.
Era hermosa la instalación: áreas verdes, edificios de cristales…
Una tarde cualquiera, así de pronto, empezaron las Asambleas por la Educación Comunista para analizar los casos de Fulano, y de Mengano, cuyas actitudes habían dejado mucho que desear…
El aula estaba iluminada; y nosotros en la primera fila de pupitres, en silencio, casi sin movernos, con esa quietud de desolado que siente uno cuando está en un juicio, cuando van a condenar a alguien que es su amigo, aunque no participe en las asambleas ni en los actos políticos, aunque fuera un individuo abominable, que hiciera ostentación de los productos capitalistas; aunque estuviera hablando Marta Miriam, la Delegada de la FEU en el aula, elegida por unanimidad: (era necesario sacar un Delegado rapidito rapidito, todo el mundo podía proponer democráticamente, pero era tarde ya y teníamos hambre, y ellos la FEU del Centro, la Juventud, para agilizar el proceso, para irnos a almorzar enseguida traían su propuesta, si todos estaban de acuerdo nos íbamos ya, la propuesta era Marta Miriam Ramos, favor se pusiera de pie, tenía condiciones, buena conducta, buena actitud, todo, los que estaban de acuerdo en contra los que se abstenían unanimidad), junto a Evaristo, el secretario de la Juventud, porque el caso de Ronaldo era grave, gravísimo, tan grave como los anteriores, y debía aplicársele una medida severa, bien severa de acuerdo con el momento histórico por el que estaba atravesando el país. (Nosotros éramos un país que siempre estaba atravesando momentos históricos y nunca matemáticos ni biológicos).
De algún lugar llegaban voces apagadas e ininteligibles. Otras veces era el ronquido de algún vehículo que transitaba por la carretera o dentro del perímetro universitario. El resto era calma: Los arbustos que crecían junto a las edificaciones proyectaban una sombra fija e invariable sobre las áreas verdes y sobre los vidrios de las persianas. Había un ambiente de tragedia, de final desgraciado.
—Esta asamblea propone que Frank Caballero y Ana María, sean los encargados de desenmascararlo en la asamblea de la Facultad. Consideramos que am-bos poseen la suficiente moral revolucionaria para esa tarea. ¿Los que estén de acuerdo…?
Fuimos alzando los brazos. Todos estábamos de acuerdo, de acuerdo con todo, los brazos eran para levantarlos, para estar de acuerdo, Marta Miriam, y para aplaudir, y tomar las armas si era preciso. Ya lo habíamos hecho muchas veces desde que nacimos, desde que crecimos, desde que estábamos en esa asamblea según la cantidad de tipos que hacía falta desenmascarar. El mundo estaba lleno de enmascarados, pero nosotros, Marta Miriam éramos eso: desenmascaradores.
—Unanimidad.
Frank nos pusimos de pie. Estábamos de acuerdo, pero no podíamos evitar un sentimiento de culpa. No era limpio que aquello ocurriera a espaldas de los acusados, que ni siquiera sabían que iban a ser parados ante toda la Facultad, que se habían sacrificado para llegar hasta allí: seis años de Primaria, tres de Secundaria, becados, pasando necesidades, luego, el preuniversitario o la Facultad Obrera por la noche…
—Diga…
—Vea, aceptamos esa tarea. Si el Comité de Base así lo decide, pero…
—Pero qué…
—Bueno que…,
—¿Qué?
—Que a lo mejor, creemos que a lo mejor…
—A lo mejor, ¿qué?
—Que a lo mejor, Marta Miriam…
—¿Qué quiere decir…? Explíquese.
—No, que nada…, que a lo mejor…
—¿Qué cosa?
—En fin…, nada, se nos olvidó, nos está fallando la memoria. Mucha matemática, y cálculo y geometría analítica…
—Y poco espíritu crítico —casi gritó Evaristo.
¿O qué pensábamos, que estas decisiones no habían sido analizadas ya al más alto nivel…? ¿Qué tipo de militantes éramos? No olvidáramos que nuestra organización era una organización combativa. Y él había observado allí que muchos no habíamos abierto la boca. A ver, usted, ¿cómo se llamaba…?
Se llamaba Susana.
—Bien, Susana, usted no ha hablado una palabra… A ver, ¿cuál es su opi-nión de la asamblea?, ¿le ha parecido buena?
—Sí…
—¡Sí…! ¿Usted cree que ha sido suficientemente combativa…?
—No…
—De modo que la reunión no ha sido combativa, pero ha sido buena, ¿cómo se explica eso, Susana?
Susana bajó la cabeza.
—Conteste. Estamos pidiendo su opinión.
—Bueno…
—¿Usted no levantó la mano?
—Sí…
—¿Entonces…? A ver, ¿alguien más tiene otro tipo de opinión?
Nadie nos movimos de los asientos. Todos teníamos el mismo tipo opinión, habíamos levantado la mano, no hacía falta opinar.
—Puedes sentarte.
Evaristo habló algo bajito con Marta Miriam, y ésta tomó la palabra: a pesar de la pobre participación la asamblea había cumplido su cometido, y estaba convencida, claro que sí, que cada uno de nosotros, cómo no, iba a estar a la altura del momento.
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¡Al la altura del momento! QUé horror... estoy tratando de acordarme y me vienen a la mente escenas del Pre, actos similares. No recuerdo que en la facultad de lenguas hicieran esas asambleas, o a lo mejor nunca fui, pero creo que la furia asambleística había decredido algo en los 80. Tú evocas el tiempo de lso mameyes, aquellso años del ruido, con tanta claridad... Espero el próximo...
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