por Manuel Sosa
(para el blog Gaspar, El Lugareño)
Resulta difícil repetir ciertos reproches en medio de un ceremonial marcado por fecha tan rotunda, como lo es este centenario, y sobre un poeta a quien nadie ha sabido rescatar o hundir del todo, al esgrimirse invariablemente razones equivocadas. De José Ángel Buesa conocemos su popularidad y copiosidad, su expresión sentimental y llana, su inmediatez y el entusiasmo de tantos lectores. También su apartamiento del estante canónico y las antologías, por obra de una crítica que se resiste a enjuiciar la literatura actual y no ahorra desprecio hacia los muertos, materia dispuesta y siempre dúctil.
Pero en realidad Buesa supo aprovecharse de fórmulas que garantizaban acceso a todo tipo de audiencia, y conjugó intención con oportunidad, para sacarles provecho. Esas fórmulas, que mitigaban la sed más elemental, y donde abundaba el lugar común y los dejos patéticos, mostraban una hechura virtuosa, siendo un poeta de gran oficio y oído. Conocedor de medidas y cadencias enaltecedoras del castellano, le servían para dar textura a temas universales, irresistibles: el desprecio, la pasión silenciosa, el desengaño. Su poesía pasó a depender de la recitación y el dramatismo casi gestual, palabras como golpes y alocuciones que resonaban entre hechizados espectadores.
Cierta crítica, y el consenso de aquellos poetas que preferieren la densidad antes que la expansión, miran a Buesa como un capítulo interesante de nuestra literatura, sin otra consecuencia. Otros han tratado de reevaluar su obra a la luz de este momento en que muchas corrientes parecen aposentarse y los juicios de valor retoman argumentos anteriormente desechados: "auténtico", "genérico". Ni tan insignificante, ni tan valioso, podríamos decidir, siguiendo a unos y otros, porque a Buesa nadie añade los matices que pudieran complementarle y dejarnos hacer una lectura aprovechable.
Yo me quedaría con la inspiración que marcó algunas páginas notables, con su personalidad vistosa, el fervor con que ha sido citado y extenuado, y con este poema:
Yo vi la noche...
Yo vi la noche ardiendo en su tamaño,
y yo crecía hacia la noche pura
en un afán secreto de estatura,
uniendo mi alegría con mi daño.
Y aquella realidad era un engaño,
en un sabor de ensueño y de aventura;
y abrí los ojos en la noche oscura,
y yo era yo, naciendo en un extraño.
Y yo era yo, pequeño en mi amargura,
muriendo en sombra bajo el cielo huraño
y cada vez más lejos de la altura.
Y odié mi realidad y amé mi engaño,
y entonces descendió la noche pura,
y sentí en mi estatura su tamaño.