Parte 3. Capítulo 4. Todo estaba hecho
por Sindo Pacheco
(para el blog Gaspar, El Lugareño)
El comedor quedaba a un extremo del recinto universitario, casi al final de una pendiente, y era amplio y ventilado. Estábamos recostados a un pino, mirando hacia el edificio de las muchachitas que le decían el Novecientos, en alusión a su capacidad. Había sido construido mucho después que las demás instalaciones, y era notable que el cambio de arquitectura desentonaba con el resto del conjunto, lo mismo que ella, Susana, también desentonaba con el resto, porque era distinta, recogida en sí misma, y tenía como algo triste en los ojos. Siempre la buscábamos o la esperábamos allí, y entrábamos juntos como si fuera una coincidencia, como si nos hiciera falta para la digestión, para que la comida nos cayera bien, y volvimos a mirar el reloj, un Raqueta soviético, y nos sentíamos molestos, porque habíamos quedado en salir aquella tarde y ella había desaparecido, y ya se nos había quitado el hambre, y nos íbamos cuando la vimos surgir detrás de unos arbustos, y cruzamos la distancia que nos separaba, y el mundo empezó a arreglarse y nosotros a tener apetito.
—¿Qué pasó…?
—Nada.
Y sonrió. Ella no era una muchacha discutiona, que le gustara siempre ganar. Era incapaz de sostener una polémica más allá de dos o tres intervenciones. Llegamos al mostrador. Tomamos las dos bandejas y nos fuimos hasta el salón de la izquierda. Siempre que podíamos nos sentábamos en la misma mesa, y así era como si estuviéramos en la misma casa y ocupáramos los mismos puestos. La mesa quedaba junto a una ventana de cristales por donde podía verse un césped muy verde y algunos álamos, y al fondo el arroyo entre las palmas reales. Colocamos las bandejas y nos sentamos.
—Fui a buscarte al albergue y no estabas —fue lo primero que dijimos.
—Tuve una reunión.
—¿Cuándo?
—Toda la tarde.
—¿Toda la tarde?
—Sí —Susana tragó en seco, y nos pareció que tenía algo que decirnos.
—¿Qué pasó?
—Nada, hijo.
Estaba nerviosa y fue la primera vez que nos decía hijo. Suspiró. Se fue poniendo seria.
—No sé si deba decirlo… van a expulsar a Ronaldo, lo quieren expulsar.
—¿A Rony…?
—Sí…, en la Asamblea. Van a expulsar a unos cuantos.
—Pero, ¿por qué…?
—Qué sé yo… No van a las reuniones, no participan en los actos, en los mítines…
Susana cambió la vista y se puso a mirar hacia afuera.
—Susan.
Pero ella no escuchó.
—Susan… —Susana alzó la cabeza. Tenía el pelo recogido hacia arriba en un moño, coronado con una rosa roja, que siempre cambiaba y siempre parecía la misma—. ¿Qué te pasa…?
—Nada, hijo… No tengo hambre… ¿Quieres…?
—No, yo tampoco tengo hambre.
Hicimos silencio, un silencio como de luto, como si Rony fuera a morirse. Ella volvió a mirar hacia afuera.
Nos pusimos de pie. Llevamos las bandejas, y salimos. La noche había descendido, una noche de marzo en que el aire batía intermitentemente. Ella se alejó y nosotros subimos las escaleras del Bloque 2 hasta el tercer piso, doblamos por el pasillo que terminaba en una puerta, tun tun; ¿quién es?; nosotros, Rony, quién va a ser, abre rápido, comemierda, no te asustes, pero te van a botar de la escuela.
Rony abrió. El cuarto de Rony quedaba en un extremo del edificio. Entramos. Había dos literas separadas por un estrecho pasillo, y más acá, una salita con una tabla ancha adosada a la pared, que servía de escritorio. Nos sentamos sobre una litera.
—¿Oíste bien…?, te van a botar de la Universidad.
Rony estaba blanco o azul, medio parecido al hada madrina de Pinocho, pero con los colores pálidos y desleídos. No entendía nada, no entendía por qué.
—Nada, Rony, no hay nada que entender, las universidades están llenas, sobramos ingenieros y sobramos médicos y quiénes van a sembrar en este país, quiénes van a trabajar la tierra, a edificar, a defender la patria…; tú, Ronaldo, irás a la Agricultura, otra vez a la Construcción, a trabajar de sol a sol, el sol de Cuba no quema.
Y Rony estaba triste porque había estudiado mucho para llegar hasta allí, ¿verdad, Rony, que habías estudiado mucho, como un caballo, noches completas en la Facultad Obrera, medio dormido en los pupitres, para que ahora así te fueras?, porque te ibas a ir, Ronaldo, eras apático al Proceso, no participabas en las reuniones, ni en los actos políticos, usabas ropas extranjeras, Rony, ropa de afuera, pitusas de afuera, gafas de afuera, no importa que nos hubieras prestados tus camisas para salir con Susana, ni usáramos tu jabón, y tu pasta Colgate, ni que ahora usaras lágrimas de adentro, y tuvieras los ojos llenos de agua: viejos: me botaron de la Universidad, ya no voy a ser ingeniero, ni técnico, ni obrero, ni persona, soy un miserable, un basura, un mierda.
¿Qué se podía hacer?
Nada, Ronaldo. No se podía hacer nada, todo estaba hecho.
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Gracias Lugareño por estas entregas de la narrativa de Sindo,la lectura de una joya que se disfruta, mil gracias
ReplyDelete¡Pobre Rony! Ojalá siga como personaje en la novela, ya me está cayendo bien bien. Y también Susana, desde luego, Susana me cae súper (yo también les decía "hijos" a los muchachos, aunque carezco del más elemental instito maternal.) Tus personajes son sacados de la propia vida, Sindo. ¡órale!
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