Declaración de monseñor Ignacio Carrasco de Paula, presidente de la Academia Pontificia para la Vida, en respuesta a preguntas de periodistas sobre el anuncio hecho este lunes de la asignación del Premio Nobel de Medicina al británico Robert G. Edwards por sus investigaciones sobre la fecundación in vitro.
La concesión del Nobel al profesor Edwards ha suscitado muchos apoyos y no pocas perplejidades, como era previsible. Personalmente hubiera votado a otros candidatos, como McCullock y Till, descubridores de las células madre, o a Yamanaka, quien fue el primero en crear una célula pluripotente inducida (iPS).
Sin embargo, la opción de Edwards no parece que esté totalmente fuera de lugar. Por una parte, forma parte de la lógica perseguida por el Comité que asigna el Nobel, por otra parte el científico británico no es un personaje que pueda minusvalorarse: comenzó un nuevo e importante capítulo en el campo de la reproducción humana, cuyos mejores resultados están ante los ojos de todos, comenzando por Louise Brown, la primera niña nacida de la fecundación in vitro, que ya tiene treinta años y a su vez es mamá, de manera totalmente natural, de un niño.
¿Las perplejidades? Muchas: sin Edwards no se daría el mercado de los ovocitos; sin Edwards no habría congeladores llenos de embriones en espera de ser transferidos a un útero o, más probablemente, de ser utilizados para la investigación o de morir abandonados y olvidados por todos.
Diría que Edwards inauguró una casa pero abrió la puerta equivocada, pues apostó todo en la fecundación in vitro y permitió implícitamente el recurso a donaciones y compra-ventas que involucran a seres humanos. De este modo no ha modificado el marco patológico y el marco epidemiológico de la infertilidad. La solución a este grave problema vendrá por otro camino menos caro y que ya se encuentra avanzado. Es necesario tener paciencia y tener confianza en nuestros investigadores y médicos. (Tomado de Zenit)
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