Fotos/Blog Gaspar, El Lugareño (by Eva M. Vergara)
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La presentación estuvo a cargo de José Abreu Felippe, quien ha tenido la cortesía de compartir sus palabras con los lectores de este blog Gaspar, El Lugareño.
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por José Abreu Felippe
Adentrarse en la poesía de Rolando Jorge es nadar en aguas profundas, pero no sólo profundas sino tormentosamente profundas, complejamente profundas y densamente pobladas. Pobladas de vida vivida y leída, de una vasta cultura acumulada y asimilada. Los ecos que se escuchan, los guiños privados pueden lo mismo evocar a Lezama que a Dostoievski. Huele a flor de preso. Huele a loco poseso. A luz en tizones. La palabra en sí, su sonoridad, es la protagonista en este amplio panorama creativo que abarca quince años, de 1994 al 2009, aunque el vórtice se ubica en el año 2008. Las palabras se enlazan, forman alianzas, se relacionan con sus iguales de una manera que a veces se nos antoja aleatoria, pero que en una segunda o tercera lectura abre puertas hacia zonas hasta ese momentos ocultas. La palabra en todo su esplendor, que abarca sus posibles, múltiples, significados y hasta su tipografía, que puede variar de un verso a otro, de una estrofa a otra, de una página a la siguiente, en tamaño, en espaciado y hasta en tipo y grosor. La palabra despojada de la lengua quiere por sí misma manifestarse y lo hace. Esto a veces provoca cierto azoro, cierto desconcierto, que nos remonta a los experimentos tipográficos en el XIX de Mallarmé, el uso de los espacios en blanco que llevó hasta el delirio en su famoso coup de dés que jamás aboliría el azar, ya se sabe, y que fue un antecedente de lo que se avecinaría con las vanguardias de principios del XX, hasta llegar a los Cantares de Ezra Pound. Pero la palabra es caprichosa y nos tiende trampas. A veces va de culterana, otras de popular. Unas veces Góngora, otras Quevedo. A veces universal, otras cubanísima. A veces de un humor tan refinado que apenas los labios se distienden en un amago que puede llegar a ser sonrisa. Otras en desafío al lector como el espectacular haré un verso sobre absolutamente nada.
Los amigos desfilan por las páginas de este libro. Amigos del barrio y amigos literarios. Algunos reciben hasta homenajes. Mariano Brull, Gottfried Benn, Bruno Schulz, Aimé Césaire, entre otros muchos. Días enteros en las ramas rompiendo carámbanos con Marguerite Duras. Kafka se pasea por sus páginas. Pessoa también. Veo la sombra de Nerval, a su lado Hölderlin, inmersos en un campo de trigo abarrotado de cuervos. ¿O son ideas mías? Hay claves, muchas de ellas privadas o cifradas, cerraduras. Las llaves las tiene Rolando Jorge. Tampoco que sea muy importante poseerlas todas. De lo que no caben dudas es que adentrarse en el imaginario poético de Rolando Jorge es una aventura nada sigilosa.
En mis ya lejanos años de estudiante tenía un profesor de literatura que siempre me suspendía. Él cogía un poema de cualquiera y lo descuartizaba en la pizarra tratando de explicar las complejidades, los laberintos, de la mente del poeta, qué significa tal verso, qué había querido decir el poeta, a quién o qué aludía. A mí aquello me molestaba mucho. Yo le decía, iluso, adolescente al fin, con mucho respeto, la voz temblándome un poco, que la poesía no se explica. Se siente o no, nos llega o no. Él no podía con aquello. Se transfiguraba, rojo como un tomate. Era muy buena persona y muy culto, un profesor a la antigua, pero cerrado. Sus opiniones eran irrebatibles. Yo al final, en el segundo extraordinario, que era como le llamaban a aquellas pruebas para fronterizos desahuciados, respondía lo que él quería que respondiera, recitaba sus opiniones sobre el tema que fuera, y me aprobaba por el mínimo. Yo tenía que ceder, estaba en juego repetir el año. Ahora yo, ya viejo como él era entonces, no voy a cometer el mismo error. Sigo pensando que la poesía no se explica. Se siente o no. Nos llega o no. Vibra en nuestra misma cuerda o no. Por lo tanto, para terminar, voy a hacer dos cosas. Les relataré algo, muy breve, que me provocó la lectura de libro y, más que osado, voy a decir, con el permiso de Rolando Jorge, dos de los poemas del libro que más me gustan. O lo que es lo mismo, dos que oscilan o vibran en mi misma frecuencia o tesitura.
La cantante se va de gira, no es una gira cualquiera. Hay algo definitorio en la convocatoria para escuchar un aria insólita que se reparte, se rompe, se abre, en ocho cantos distantes, extraños, ajenos entre sí, pero complementarios. Ella, ya lo sabemos, va en busca de su iluminación última, que es la razón de ser de su camino y de todo su esfuerzo. Yo la veo ascendiendo desde las entrepiernas hasta el centro del cráneo, encendiendo a su paso los siete discos de fuego, y estallando en luz como serpiente. Buen augurio.
La cantante se va de gira, no es una gira cualquiera. Hay algo definitorio en la convocatoria para escuchar un aria insólita que se reparte, se rompe, se abre, en ocho cantos distantes, extraños, ajenos entre sí, pero complementarios. Ella, ya lo sabemos, va en busca de su iluminación última, que es la razón de ser de su camino y de todo su esfuerzo. Yo la veo ascendiendo desde las entrepiernas hasta el centro del cráneo, encendiendo a su paso los siete discos de fuego, y estallando en luz como serpiente. Buen augurio.
La cantante se va de gira, es una gira larga y extenuante. En París la esperan William Carlos Williams y Jack Kerouac, viejos amigos. Quieren hablar de la contracultura beat de los 60, la escritura espontánea y el paralelismo entre las religiones orientales y el catolicismo medieval, pero la diva no está para tales minucias. Ella los increpa. ¿A quién penetra tu palabra a fondo?
Amigos míos, los invito de todo corazón a participar con esta cantante en su gira. O dicho de una manera prosaica aunque pragmática: compren el libro. Les garantizo que nadie regresará defraudado.
Muchas gracias.
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