El pasado viernes 28 de enero, se celebró en el Lowe Art Museum de la Universidad de Miami el preview de la exbición RAFAEL SORIANO OTHER WORLDS WITHIN, A SIXTY YEAR RETROSPECTIVE, la expo podrá ser apreciada hasta el 27 de marzo.
En este post por cortesía de su autor y de Jesús Rosado, Curador de la muestra, publico el ensayo, en español, que sirvió como texto base para la presentación realizada esa noche en el Storer Auditorium UM School of Business, por Alejandro Anreus, titulada 'Rafael Soriano: Some Thoughts on His Painting' y que constituyó el inicio del homenaje que la Universidad de Miami le rinde al artista.
Gaspar, El Lugareño
Alejandro Anreus presentando a Rafael Soriano en la
Universidad de Miami
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Rafael Soriano y su esposa
Fotos/Blog Gaspar, El Lugareño
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Rafael Soriano: Pintor de pintores
por Alejandro Anreus
“Empiezo con el lienzo en blanco y la forma viene a mí…
por encima de cualquier otra cosa mi pintura es espontánea”.(1)
Rafael Soriano
Rafael Soriano nació en 1920 en el pequeño pueblo de Cidra, en la provincia de Matanzas, Cuba, en el seno de una familia modesta. Su padre, que era barbero, y su madre, que era ama de casa, entendieron y apoyaron sin vacilaciones su sensibilidad artística, algo raro y excepcional en su generación. Soriano recuerda que siempre, hasta donde le alcanza la memoria, le gustó dibujar y pintar y que siempre supo que quería ser artista (2). Cuando tenía nueve años la familia se mudó a la ciudad de Matanzas y, poco después, comenzó a recibir lecciones de arte en la academia particular de un pintor español de la localidad llamado Alberto Tarazcó. A los quince años Soriano ya asistía a la Academia de Bellas Artes de San Alejandro, en La Habana, donde estudió con los principales artistas académicos de la institución, entre ellos Leopoldo Romañach (1862-1951) y el escultor Juan José Sicre (1898-1974). En 1943, se graduó de la escuela luego de concluir sus estudios en escultura y pintura (al principio, Soriano había querido concentrarse en la escultura) (4). Esto es muy significativo para establecer la profundidad del conocimiento técnico y el rigor en la esencia de la pintura de Soriano, pero también la naturaleza escultórica de sus formas biomórficas a partir de los años setenta. Cuando todavía era un estudiante de arte en La Habana se hizo amigo de los pintores de vanguardia Fidelio Ponce (1895-1949) y Víctor Manuel (1897-1969) –el contacto con Ponce fue tal vez el más significativo, cuando entramos a considerar la dimensión espiritual de su obra y el posterior desarrollo de los aspectos espirituales y metafísicos en la pintura madura de Soriano. Estos dos artistas también le ofrecen un modelo alternativo al papel del artista fuera de los parámetros académicos, donde el artista “moderno” era marginal; y la pintura, más que técnica, resultaba personal y poética. En Flor a Contraluz (Flower against the Light), una de sus primeras obras (1940), ya muestra un uso personal del color que rompe con los moldes establecidos y la temática tropical, así como un acercamiento a la forma que sintetiza elementos orgánicos y geométricos.
En 1943, poco después de graduarse de San Alejandro, Soriano regresa a Matanzas donde contribuye a fundar, junto con otros colegas graduados, la Escuela de Bellas Artes de Matanzas, en la cual sería profesor y director hasta su exilio en 1962 (4).
A lo largo de la década del cincuenta, Soriano creó composiciones rectilíneas y angulares de vivos colores planos. Junto a Luis Martínez Pedro, José Mijares y Sandú Darié entre otros, integró el grupo de Pintores Concretos que introdujo en Cuba la abstracción geométrica y concreta (5). Sin embargo, aunque su obra era supuestamente la más plana y geométrica (cuatro óleos sin títulos, de los años cincuenta, están presentes en la exposición), la pintura de Soriano se distinguía de las demás en un acercamiento más artístico a la superficie y en el uso del color, que mostraba una preferencia por los cálidos amarillos, naranjas y beiges, así como por los azules intensos. Estas composiciones están hechas con trazos fuertes que evocan el movimiento de los planos pictóricos, un indicio de la búsqueda de Soriano de una tercera dimensión dentro del medio bidimensional de la pintura.
En enero de 1959, “llegó” la revolución cubana liderada por Fidel Castro y otros. Lo que se esperaba que fuera un movimiento democrático y nacionalista no tardó en dar lugar a un régimen totalitario aliado de la Unión Soviética. Rafael Soriano y su familia, al igual que miles de otros cubanos, partieron al exilio. En 1962, en compañía de su esposa Milagros y de su hija Hortensia, se estableció en Miami, donde ha vivido desde entonces. En varias ocasiones Soriano ha recordado el trauma de esta experiencia: “Vine al exilio con mi mujer y mi hija en 1962; mi desarraigo era tal que durante dos años no pude pintar”(6) . La experiencia del exilio comienza con el desarraigo, luego se complica con la tristeza y la nostalgia por lo que queda atrás. Como Henry James nos recuerda en The American Scene, la máxima relación de los seres humanos no es con los padres, los hijos, los amigos o los amantes, sino con la tierra natal. El sentido de lugar se convierte en un desplazamiento repleto de anhelo y ansiedad. Rafael Soriano, al igual que otros exiliados, experimentó todo esto, pero como artista fue capaz de transformar lo que Miguel de Unamuno llamó “estas agonías del exilio” en el suelo hondo y fértil de su pintura de madurez.
A partir de mediados de los años sesenta y luego a través de los setenta, la pintura de Soriano experimentó una transformación extraordinaria. Desde Ventana Cósmica (Cosmic Window), 1966, a Del Planeta Dorado (Golden Planet), 1967, y La noche (The Night), 1970, vemos la sutil desaparición de la geometría y el surgimiento de un lenguaje de formas diferente, un lenguaje que sintetiza líneas rectas, cuadrados y círculos con formas orgánicas más suaves. Su paleta se tornó más rica, más oscura, y los colores eran aplicados de manera modulada, mostrando el tránsito de la luz a la oscuridad. Sus composiciones ganaron en profundidad. Sus espacios “contenían” formas en lugar de “recibirlas”. Al hacer esto él valoraba igualmente la forma y el espacio, estableciendo una interrelación entre los dos, un constante contrapunteo visual.
Para 1980, un cuadro como Surcos de luz (Furrows of Light) es un ejemplo del pintor en el clímax de su talento. Un espacio profundo, un intenso verde cromo, es infinito y está lleno de serenidad. La ancha forma biomórfica, que recuerda tanto fragmentos de paisaje como la figuración, ocupa la mayor parte del espacio que la contiene. Dentro de la forma, los naranjas se tornan amarillos cubiertos con capas semitransparentes de verde, en tanto los azules dan paso a rosados pálidos y púrpuras. La composición es una metáfora del poder vivificador de la luz, donde unos surcos definen figuras con el trazo de un borde, el toque acariciador de una superficie o la penetración de espacios. No hay aquí ninguna representación literal, sino la evocación poética de una presencia, ya sea humana o del paisaje.
Una luminosidad flotante infunde y unifica toda la obra de Soriano desde fines de la década del setenta hasta los primeros años del siglo XXI; en la que los espacios oscuros contienen luz, pero en la que también una luz interior emana de todas las formas.
La experiencia pictórica de toda una vida se hace notar en cuadros de los años noventa, tales como Descanso del Heroe (Resting Hero) y Soledad en la Montaña (Solitude On The Mountain). Si bien los títulos sugieren poéticamente momentos transcendentes de la condición humana, la imagen pictórica evita lo literario.
La estructura cromática de El Descanso del Héroe consta de sutiles naranjas y ocres, púrpuras y azules oscuros; la relación complementaria de estos colores le permite a la superficie pictórica expandirse y contraerse, simultáneamente, del primer plano al plano medio y al trasfondo. El paisaje –en sus azules y púrpuras-- es fresco y apacible. La figura, modelada en ocres y naranjas con toques de un rosado violeta plateado, descansa horizontalmente sobre una luminosa forma azul. Los rasgos anatómicos y como de armadura de la figura evocan a un caballero andante cuyo merecido reposo revela el viaje interminable y tal vez el exilio. Soledad en la Montaña es simplemente un paisaje místico; tres picos en marrones y púrpuras se alzan frente a un cielo azul oscuro en movimiento. Sobre la cumbre del pico más próximo al primer plano, una forma biomórfica, hecha de púrpuras y rosados tenues, irradia energía mediante la luz. El cuadro refleja la purificación de la soledad. Uno no puede dejar de recordar La ascensión al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz o La montaña de los siete círculos de Thomas Merton: la cumbre montañosa como la culminación de una trayectoria en el conocimiento de sí mismo y de Dios. La pintura de Soriano transmite esto en términos pictóricos formales a través de sus formas exquisitamente modeladas y su refinamiento colorista.
Una obra tardía, El Silencio de la Luz (The Silence of Light), 2000, es una sinfonía visual de azules, negros y grises, donde las formas se mueven elegantemente entre sí y se adelantan hacia el primer plano. El espacio se abre ante el espectador, como si fuera una ventana cósmica plena de colorido. En 1987, el difunto crítico de arte José Gómez Sicre afirmaba “Soriano es un pintor, punto” (7) . Pero, ¿qué clase de pintor es Soriano? Creo que en este ensayo al concentrarme, de manera fragmentaria, en un puñado de cuadros, he respondido parcialmente a esta pregunta. Cuando enmarcamos la pintura de Soriano dentro de la tradición occidental, él forma parte claramente de una familia específica que abarca la obra de Tiziano, Velázquez y Rembrandt, ciertos aspectos tardíos de Corot, Braque, Rufino Tamayo (de fines de los años cuarenta a principios de los sesenta), y Rothko, y, entre sus contemporáneos, de Fernando de Szyszlo y Armando Morales. Todos estos artistas son “pintores de pintores”, es decir que son los pintores en los que otros pintores buscan su absoluta fuerza expresiva, su manejo de la pintura en sí y de sí misma. Aunque Gómez Sicre tenía razón en la autoridad de su aserto, pasó por alto que la calidad artística de Soriano transciende su pura materialidad. Al igual que Tiziano, Rembrandt y Velázquez, ciertos aspectos de Rothko y lo mejor de Szyszlo y Morales, la pintura de Soriano refleja una preocupación transcendente. Sus cuadros son momentos meditativos en que alusivas formas biomórficas se mueven dentro de espacios fantásticos proyectando un viaje de proporciones míticas. Su color diáfano, siempre cambiante y fluido, tiene la capacidad de sugerir emocionalmente un universo de conflicto y victoria, rescate y salvación.
El filósofo Etienne Gilson (1884-1978) en sus conferencias “Pintura y realidad” —dictadas en la Galería Nacional de Arte en 1957 bajo el auspicio de la Fundación A.W. Mellon— planteaba que luego de los horrores de los campos de concentración y de las bombas nucleares en el siglo XX, el único arte capaz de captar lo trascendente y espiritual sería una forma de abstracción que surgiera de la tradición pictórica. Un lenguaje poético y metafórico sería capaz de expresar lo inefable. Así es la pintura de Rafael Soriano. Ajena a novedades y artilugios, su trayectoria artística es aquélla donde la inteligencia pictórica es guiada por la intuición, donde la imagen nos convoca a ver más que a mirar, y ver se convierte en un acto meditativo. Él ha dicho, “Las ansiedades y la tristeza del exilio provocaron en mí un despertar. Empecé a buscar algo más, a través de mi pintura… Y pasé de una pintura geométrica a una pintura que es espiritual. Creo en Dios, creo en el espíritu” (8) . Su sensibilidad pictórica es reflexiva: rechaza el cambio por el cambio y, en su lugar, profundiza y madura.
Rafael Soriano ha expresado que “El exilio es para mí como un viaje que no ha terminado” (9) . Sus cuadros son una visualización de ese viaje, donde el idioma de un pintor de pintores está al servicio de su discernimiento espiritual.
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- Juan Martínez, Entrevista de historia oral con Rafael Soriano, 1997 diciembre 6, Archives of American Art, Smithsonian Institution.
- Ibid.
- Ibid.
- Ibid. El pintor Roberto Diago y los escultores Rodulfo Tardo y José Nuñez Booth, compañeros de estudio y graduados de San Alejandro junto con Soriano, fueron co-fundadores de la escuela en Matanzas.
- Estos artistas exhibieron juntos e individualmente en los 1950s y principio de los 1960s. Sus obras promovían un acercamiento pos-Mondrian en la abstracción geométrica y concreta. El grupo Los once, aunque mas jóvenes, son sus contemporáneos, los cuales promovían la abstracción expresionista y el gesto informalista en la pintura. Estos dos grupos rechazaban la pintura de la generación anterior, la cual estaba comprometida con temática cubana y figuración modernista.
- Rafael Soriano en Ileana Fuentes-Pérez et al, Outside Cuba. Contemporary Cuban Visual Artists, (New Brunswick: Rutgers University and The University of Miami, 1989), p. 186.
- José Gómez Sicre, Art of Cuba in Exile, (Miami: Editora Munder, 1987), p. 96.
- Martínez, Entrevista de historia oral con Rafael Soriano, 1997 diciembre 6, Archives of American Art, Smithsonian Institution.
- Soriano, Outside Cuba. Contemporary Cuban Visual Artists, p. 186.
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en el blog:
Rafael Soriano, los otros mundos dentro de sí (por Jesús Rosado)
La Plenitud del Tiempo (por Paula Harper)
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