Tuesday, April 26, 2011

(Miami) La "Editorial Silueta" rinde homenaje a Juan Francisco Pulido


La Editorial SILUETA invita a la presentación del libro

Es triste ser gato y ser tuerto

del escritor cienfueguero 
Juan Francisco Pulido (Cuba 1978-USA 2001)

Este viernes, 29 de abril de 2011 a las 7:00 pm

en el Salón Félix Varela
de la Ermita de La Caridad
3609 South Miami Avenue
Miami, FL 33133
305-796-4589 - Entrada gratis

El evento finalizará con un cóctel amenizado por
el violinista Andrés Trujillo y el guitarrista José Alfredo Fernández.


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La casa editora Silueta publicó anteriormente Palabras por un joven suicida, que fue concebido como "un tributo a la amistad". El volumen está compuesto por trabajos dedicados a Juan Francisco Pulido (Cuba 1978-USA 2001), y varios de sus poemas y cuentos premiados. En la recopilación se incluyeron textos de Carlos Victoria, Armando de Armas, Luis de la Paz, Eva M. Vergara, José Abreu Felippe, Rodolfo Martínez Sotomayor, Alain González, Joaquín Gálvez, Belkis Cuza Malé y José Antonio Pino.

Publico en este post el texto que escribiera José Antonio Pino motivado por la muerte de Pulido, el 27 de febrero de 2001, para la revista católica de Cienfuegos: Renacer, medio en el que Pulido había creado la sección llamada “MOMO”, donde aparecieron sus fábulas de carácter didáctico, religioso y humanista. 

Este artículo fue incluido en la recopilación Palabras por un joven suicida y aparece hoy en el blog por cortesía de su editor Rodolfo Martínez Sotomayor.

Gaspar, El Lugareño
 
 
 

NOS VEMOS, MOMO

por José Antonio Pino

“Mi amigo un día me enseñó que la vida era algo más que mis problemas, que mi tedio, que mi aburrimiento, que mi desesperanza… que mi infelicidad. Me dijo: «El milagro no cae del cielo; sube del corazón… ¡de nuestros corazones! Ojalá no pierdas el hechizo de una noche estrellada por el enojo del insomnio tras un día de papeles, pasillos y puertas».

Hoy decidí hablar de mi amigo para no encontrar más poemas tirados a modo de basura. Señores; el milagro no cae del cielo…

(El título del poema fue tapado por un vil garabato crayolesco. Llámenlo como gusten, no teman represalias. Al fin y al cabo no iremos a la guerra por palabras… ¡y pobre del que lo haga!. Juan Francisco Pulido. ‘Momo’ Revista Renacer”.)


Momo se fue. Inesperadamente, decidió emprender uno de sus tantos caminos de sorpresa que fueron tan mal entendidos. Ha dejado tras sí una estela de perfume, de misterio, de ansias…

Una vez más, la muerte nos ha sorprendido. Nosotros, los amigos, hemos sido los sorprendidos... Ahora es Juan Francisco Pulido, Juanqui, el Momo de la revista Renacer, el Miércoles de Ceniza, como proponiéndonos el último capítulo de su personaje o el penúltimo de sí mismo. Y a mí se me acaban las palabras. Ya no quiero decir más en estas despedidas; y no porque le tema a las palabras, queridísimas palabras, sino porque el silencio se impone para tomar un respiro. El trasfondo de todo discurso que se respete es siempre el silencio. Las oraciones más sugerentes de la historia fueron creadas a golpe de silencio, con inmensos ladrillos de meditación… Momo precisó de largas cavilaciones y múltiples sonrisas; hurgó entre calles desiertas y pobladas; y corrió a lo largo del mar para descubrir los secretos de las olas que nunca llegan a romperse. Momo eligió, por encima de todo, la esperanza que significa ser diferente para terminar siendo igual a esos juguetes que perduran en las casas por varias generaciones y que no pierden su encanto.

Momo me ha planteado, de golpe, su último dilema. Es la pregunta ancestral, la gran incógnita del hombre; me ha sorprendido con la salud en declive, con un amor en ciernes y una decisión esperándome. Él me ha soplado al oído la misma noche de su partida: “No permitas que nadie reniegue de la vida; no permitas que nadie esconda en el dolor sus frustraciones. Yo viví preguntando, indagando, buscando. Que nadie se muera la víspera, como dice el Padre Vega”. Y así fue. Así me dijo siempre que nos encontramos, aunque me lo dijera con bromas o con mutismo cuando yo, padrino regañón, lo llamaba al orden de las inquietudes. Pero me dejó la pregunta rondando; hace mucho tiempo que no cuestiono a la vida y, mucho menos, a Dios, pero siempre está aquel hálito de inconformidad, que no es crítica ni gusanos en la caja negra, sino deseo, impulsos de trascendencia, anhelos de eternidad. Ellos están ahí, rozando nuestros límites y nuestras situaciones limitadas.

Mis amigos parten y yo me niego a danzar en torno a la muerte, en torno a los criterios de muerte y a las especulaciones sin fin del cómo. Elisa, la mamá de Juanqui, nos repetía a los jóvenes con mucha frecuencia la palabra Misterio, cada vez que se trababan nuestras ideas. Misterio; ante lo desconocido: Misterio; ante lo inexplicable: Misterio; ante las dudas más burdas: Misterio. Sólo ahora comprendo que ella siempre la decía con mayúscula. Y nosotros no la comprendimos por tener el entendimiento y la fe minúsculos…

Momo diría que somos parásitos de la muerte; que la tememos porque vivimos muriendo y morimos sin haber vivido lo esencial. Momo nos echa en cara ese cargo de conciencia que todos guardamos, ese resto acumulado que pesa y duele. Somos parásitos de la muerte porque nos alimentamos de ella, al no saber vivirla, la comenzamos a necesitar para vivir y a tenerla de referencia para todas nuestras tristezas y mezquindades. Con ella justificamos todos nuestros errores. “¿Para qué vivimos?, ¿por qué estamos aquí?”, me preguntaba un amigo. E inmediatamente miraba su propia vida y el tiempo perdido. ¿Perdido?...

Momo me dice, por fin, que somos parásitos de nuestras propias muertes diarias, de las pequeñas insatisfacciones cotidianas. Es un mal ejercicio imponerse la aceptación tal y como se conoce. La aceptación, me parece, incluye palabras bien definidas, claras y hasta separación. Hay historias que tienen demasiados capítulos o muy pocos redundantes; las historias giran todas en torno a una danza preferida y a ella van a descargar sus desechos. El camino de la libertad sigue siendo el de la soledad en el pensamiento y la emoción, el del disfrute de lo único en la danza única de la Creación. No quiero, ahora, filosofar demasiado. O nada…

Momo se fue y el dolor y la tristeza de quienes lo quisieron no es explicable. Yo, consagrado a las palabras, cada vez prefiero más el silencio y cada vez me maravillo más del Gran Misterio que es Dios. Después de dormir y soñar un poco, mis ángeles guardianes me apremiarán de nuevo a escribir, lo sé. Hay un nuevo ángel que los guía: es Momo.

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