Las características esenciales del verdadero diálogo son: Claridad en lo que se expone. Afabilidad, para evitar los modos violentos o hirientes. Confianza, tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor. Prudencia, para tener en cuenta las condiciones psicológicas, sociales y morales del que oye, procurando adaptarse razonablemente, evitando el ser molesto o incomprensible. Cuando falla alguna de estas propiedades se produce la deformación del diálogo, entonces tenemos lo que se llama diálogo de sordos, diálogo estratégico, simples conversaciones, discusiones, tertulias, etc.
Para ser persona dialogante hace falta una buena dosis de sentido común, naturalidad, humildad y amor a la verdad. Por ello mismo, surgen muchas desconfianzas en el pueblo cuando el poder y los poderosos hablan de diálogo, porque ya se sabe en qué termina todo. El autosuficiente conversará, sostendrá monólogos con mayor o menor sentido pero, al final, revelará el dogmatismo de su pensamiento y la rigidez de sus actuaciones. (ver en Zenit el texto completo de El difícil arte del diálogo)
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