¿Es posible que el arte contemporáneo entre en diálogo con el pensamiento cristiano? ¿Cómo puede hacerlo?
No sólo es posible, sino que es necesario. La filosofía y la antropología que la acompaña se traducen en cultura. Nietzsche tiene una consecuencia cultural, que es el arte de Duchamp. Cuando Nietzsche moría, estaba naciendo Duchamp como artista: Nietzsche dijo “Dios no existe”, y treinta años después, su “hijo” cultural diría: “la belleza no existe”.
Cito a Duchamp porque es el padre de todo el arte contemporáneo. No existe la belleza porque no existe Dios. Él hace un acto irónico, que es coger un urinario y ponerlo como obra suya en una sala de exposiciones.
Lo llaman irónico... para mí es incluso un acto violento. Cuando desaparece Dios desaparece la fe, desaparece el sentido del sufrimiento... Duchamp vivió entre dos guerras mundiales, en un periodo de escepticismo. Si no existe Dios, ¿cómo podemos hablar de algo tan absurdo como la belleza? Desde entonces, el arte toma este camino.
De hecho, hoy hablar de la belleza es algo que no tiene mucho sentido. Pero es una cuestión que yo quiero volver a proponer como valor. Se han escrito cientos de cosas sobre la belleza, de hecho mi intención no es proponer algo nuevo, sino actualizar algo que siempre ha estado, porque ya no está.
Como cristiano, en mi obra esta siempre esto, porque lo que uno vive es lo que refleja, haga un pájaro o haga un limón. En este sentido, mi reciente exposición de Valencia iba un poco más allá, pues cogí un motivo antropológicamente cristiano, para hablar de la existencia de Dios, de la existencia de la belleza, de la existencia del sentido.
La gente se acerca a un paisaje, contempla un paisaje, y le gusta, siente un placer estético, un placer que está ligado al amor. Y ya está, no tiene porqué profundizar más. En lo que conforma esa experiencia estética, hay una matemática, pero el espectador no necesita entenderla. Uno no necesita entender científicamente una naranja para disfrutar de ella, aunque haya una explicación científica: la combinación de azúcares con aminoácidos etc.
Cuando hay algo bello, hay una matemática, una relación entre materiales, texturas, etc. y eso conforma la belleza. La mayor parte de las personas la disfruta, pero los artistas son capaces de acercarse intuitivamente a la relación que hay detrás de esa belleza: las materias se dan valor mutuamente porque están en relación.
Los artistas lo traducimos en obras, materiales, texturas, colores... por ejemplo, una curva necesita una recta, una mancha necesita una línea, un color plano necesita un color deshecho... estas son las herramientas con las que se recrea la belleza, sea en pintura como en música, donde el sonido necesita del silencio.
Esto forma parte de la experiencia existencial del hombre, y tiene que ver con la bendición: quien nunca haya experimentado el frío, no sabe lo que es el calor. Si nunca hubiéramos pasado frío, nunca podríamos bendecir por tener una chimenea, si nunca hemos pasado hambre, no podríamos bendecir por comer un buen cordero de Segovia... Todo está en relación, y contribuye a darse valor mutuamente.
Los artistas traducimos esta relación que hay en la materia en formas y colores; eso es un cuadro. Y ese cuadro tiene que ser bello en su relación de materias, sea una Virgen, un burro, o no sea nada. Este es el primer nivel del arte.
En mi caso, además, me interesa darle un contenido, y este sería un segundo nivel. Esas formas que tienen que “funcionar” entre sí y ser bellas, además tienen que tener un contenido. Porque el arte no es sólo relación entre materias, sino que es relación entre personas, es comunicación.
Este es otro aspecto que la postmodernidad ha quebrantado, al exaltar el individualismo. Muchos artistas, si les preguntas el significado de su obra, niegan que lo tenga, sino que pintan para sí mismos, se cierran al diálogo, “no quieren decir nada”.
Hay un tercer nivel del arte, y es el de relación espiritual. El arte siempre ha sido espiritual, ha expresado relación con lo divino, lo que no hay que confundir con el arte propiamente sacro. Desde Altamira hasta el siglo XX, el arte siempre ha expresado lo espiritual; es precisamente en el siglo XX cuando aparece, por primera vez en la historia, la sociedad “atea”.
Siempre ha habido personas no creyentes, pero éste nunca había sido un planteamiento de la propia sociedad. El arte, como dijo Juan Pablo II a los artistas, es “nostalgia de Dios”.
Por eso, para un humanista ateo de hoy, el concepto “belleza” no tiene sentido... y tienen razón, porque en este siglo, la belleza se ha banalizado, se ha convertido en un artículo económico. La belleza se ha utilizado para sublimar la realidad, pero no para trascenderla. Sublimar supone cambiar la realidad, “hacer Photoshop”; trascender la realidad es saber ver a través de ella. (ver entrevista completa en Zenit)
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David López (Valencia, 1972) ha expuesto hasta ahora en Valencia, Madrid, París y Nueva York, en exposiciones tanto individuales como colectivas. Es asesor cultural del Instituto Cervantes de París. Es también uno de los colaboradores del pintor e iniciador del Camino Neocatecumenal, Kiko Argüello, en la realización de pinturas murales de iconos.
Su obra no es – ni pretende ser – arte sacro. No obstante, quiere ser una reflexión sobre la posibilidad de dialogar con la fe.
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