Foto/Website Arquidiócesis de Miami)
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Homilía de Mons. Agustín Román durante la misa del sábado 23 de julio de 2011, en la Ermita de la Caridad del Cobre en Miami, con motivo de la muerte de Mons. Pedro Meurice, arzobispo emérito de Santiago de Cuba. (Tomado del website de la Arquidiócesis de Miami)
Las últimas palabras de una persona resumen el ideal de su vida. El pasado jueves al amanecer, el Arzobispo Emérito de Santiago de Cuba, Monseñor Pedro Claro Meurice Estiú, cerraba sus ojos en la tierra para abrirlos en la Casa del Padre de los Cielos.
Cuando me avisaron que estaba agonizando corrí al hospital Mercy y, al llegar, me comunicaron que había fallecido. Mucho me extrañó porque la noche anterior lo había visitado y me pareció estable, y soñaba yo que podría recuperarse y regresar al Santuario de El Cobre donde está la bendita imagen en su querida Arquidiócesis.
Pero los planes del Señor no son nuestros planes. El Señor le tenía preparado su premio para aquella hora. Había partido mientras rezaba el rosario con el Obispo de Santa Clara, Monseñor Arturo González, quien lo acompañaba en ese momento. Me dijo el Obispo González que mientras iba avanzando en el rezo con las Avemarías, se notaba cómo se iba apagando lentamente hasta que cerró los ojos en paz, aquí, para continuar en el cielo frente a la Virgen que lo esperaba. Se despedía con la Virgen aquí para con Ella presentarse a Jesús movido por la Caridad.
Pudiéramos leer en este momento el lema del Trienio de Preparación al Año Jubilar que tanto hemos repetido: “A Jesús por María. La Caridad nos une.”
Aquí encuentro su mensaje final. Podemos ver en este último gesto como una invitación a la oración con María a Jesús en el rezo del rosario.
Monseñor Meurice había nacido en San Luis, en la antigua provincia de Oriente, el 23 de febrero de 1932. Allí había sentido muy temprano la llamada de su vocación al sacerdocio y, como el Evangelio de hoy, supo cambiarlo todo por seguir al Señor. Allí el Señor le presentó el campo con el tesoro, y la perla que valía más que las otras perlas.
El Arzobispo Zubizarreta primero, y su sucesor el Arzobispo Pérez Serantes después, descubrieron en él al predestinado por Dios, como nos dice hoy el Apóstol San Pablo en la Carta a los Romanos, y lo enviaron al Seminario San Basilio de esa Arquidiócesis, donde recibió sus cursos de Humanidades y Filosofía. De allí pasó a cursar su Teología en el Seminario de Santo Tomás de Aquino en la República Dominicana, donde terminó y regresó a la Arquidiócesis para recibir el presbiterado de manos de Monseñor Pérez Serantes.
Después fue enviado a Vittoria, en España, para perfeccionar el griego y recibir el curso de Espiritualidad Sacerdotal, terminando en la Universidad Gregoriana de Roma con sus estudios de Derecho Canónico.Regresó a su Arquidiócesis para realizar el trabajo pastoral como párroco en el Caney, La Maya,
Guantánamo, Baracoa, y en la parroquia de la Sagrada Familia en Santiago mismo.
El Santo Padre Pablo VI lo nombró auxiliar de la Arquidiócesis de Santiago, y acompañó en sus últimos años de vida al Arzobispo Pérez Serantes, quien lo consagró el 30 de agosto de 1967 en el Santuario de la Virgen en El Cobre.
Durante cuarenta años sirvió a la Arquidiócesis en los más difíciles años de nuestra historia. Juan Pablo II nos definía al Obispo como el “Maestro de la Verdad”: la Verdad sobre Jesucristo, la Verdad sobre la Iglesia, y la Verdad sobre el hombre.
Monseñor Meurice no sólo predicó a Jesucristo Dios y Hombre verdadero, sino que vivió radicalmente su Evangelio. No sólo predicó la Verdad sobre la Iglesia, sino que la defendió, y mucho tuvo que sufrir por ella. No sólo predicó la Verdad sobre el hombre, imagen viva de Dios, sino que lo defendió y promovió su dignidad, no solamente de palabra, sino tratando de aliviar sus sufrimientos físicos y morales.
El Obispo, también decía el Beato Papa Juan Pablo II, debe ser un constructor de la unidad. Por esto desde siempre supo distinguir nuestro Arzobispo lo que es un gobierno y lo que es la Iglesia, familia de Dios, que en nuestro pueblo cubano está dentro de la Isla y está fuera en la diáspora.
Parte el Arzobispo Meurice en esta semana en el marco de la preparación al Año Jubilar, en el cual celebraremos los cuatrocientos años del hallazgo de la bendita imagen de la Virgen de la Caridad en el norte oriental de Cuba. El querido Arzobispo lo celebrará junto a Ella, nuestra Reina y Patrona.
Parte el Arzobispo en el marco litúrgico de estos tres últimos domingos dedicados al Reino de Dios, Reino por el que ha dado él su vida. Reino en el cual pastoreó la Iglesia con la sabiduría de Salomón, de la que nos habla hoy la primera lectura, y en la cual se nos dice que el Señor regala un corazón sabio e inteligente para discernir bien siempre cómo conducir su sagrado rebaño; regalo que todos disfrutamos en el Arzobispo Meurice.
Al final de la vida aquí podemos decir como hoy San Pablo a los Romanos: “Sabemos que para los que aman a Dios todo les sirve para el bien.”
La muerte, para los que no tienen fe, es el fin de todo. Para nosotros los cristianos es el comienzo de la vida eterna que, escondida en nuestras almas desde el bautismo, comparte el gozo del Señor Jesús en el cielo.
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