José Abreu Felippe
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El evento se celebró en la noche del jueves 18 de agosto, en la sede de Havanafama Teatro Estudio.
Asimismo, mis agradeciemientos a Eva M. Vergara, por facilitar el reportaje fotográfico.
El libro se puede adquirir en el website de la Editorial Silueta visitando este link: http://www.editorialsilueta.com/
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Gaspar, El Lugareño
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Rodolfo Martínez Sotomayor, José Abreu Felippe y Luis de la Paz
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Sobre la pentalogía El olvido y la calma
por Rodolfo Martínez Sotomayor
Mi primer encuentro con la literatura de José Abreu Felippe fue a través de sus reseñas de libros para El Nuevo Herald, aunque en realidad se pueden catalogar como artículos periodísticos; en su caso, él no se limitaba a un simple análisis literario de las obras, sino que le ponía un toque de distinción a esas reseñas, hacía juicios personales de gran profundidad, sin escapar de una belleza en la prosa que hábilmente hacía fluir. En aquellas reseñas encontré elementos que más tarde, al conocerlo, vería presentes siempre en su narrativa.
Ya hace más de 15 años que asistí a la presentación de su novela Siempre la Lluvia, finalista del concurso Letras de Oro. Me atrapó aquel fragmento que leyó donde es asesinado un recluta de 16 años. A pesar de una descripción esmerada de ese crimen, había una belleza en el lenguaje, un acercamiento a la poesía que atrapaba. No recuerdo haber leído en otra novela cubana, el horror del Servicio Militar Obligatorio con tanta precisión; sin embargo, esa crudeza se desliza dulcemente ante nuestros ojos emanando humanidad, porque mucho más que unida a compromisos políticos, lo está también con la existencia del hombre.
Supe después que aquel libro era parte de una pentalogía titulada El olvido y la calma, y tuve la oportunidad de presentar más tarde su novela Sabanalamar, la segunda publicada y también en el orden cronológico. El personaje principal, Octavio, alter ego de su autor, se nos aparece en esta novela como un adolescente durante la Campaña de Alfabetización en Pinar del Río. Más allá de los detalles históricos, me gustó de esta novela esa calma que exhala del campo que describe de manera magistral, y como dije en aquel entonces, que en ella: “No miras a su protagonista, Octavio o Tavi, con los ojos del mundo sino que ves al mundo con los ojos de este adolescente”, a la vez que descubres ciertas claves, cientos símbolos que podrás descifrar en el resto de las novelas. La descripción de paisajes en Sabanalamar, nos motiva al éxtasis sentido ante una de esas postales que a Octavio le gustan tanto. En Sabanalamar, al igual que a su autor, a Tavi le gusta acaparar imágenes antiguas, es un coleccionista de recuerdos y sensaciones, y ese afán de atesorar la memoria, nos llega cuando dice: “No sólo las cosas y objetos, las postales, las fotos, los libros viejos, sino los seres vivos. De lo viejo emanaba algo tierno, algo dulce, algo que estaba como de vuelta de todo y que no se encontraba en ningún otro sitio". Sabanalamar es también un personaje barrido por la historia, una flora reconstruida en la memoria de un exilio como un réquiem para todo lo vivido. Los rostros de la naturaleza nos atrapan hasta hacernos sentir a veces las leves cascadas de un río ya inexistente. Sólo nos queda el recuerdo y esa necesidad vital de atrapar la belleza de la adolescencia ida, en medio de una geografía tan distinta y a veces hostil.
En el año 2005, nos llegó la novela final de la pentalogía y la tercera en su publicación: Dile adiós a la virgen; en ella, Octavio tiene la certeza de que el tiempo lo borra todo y a todos, es el heredero de la estampida familiar, es quien nos hace percibir la angustia de la espera, quien nos lleva a palpar esa “ineludible desolación” que en el decir de Arenas “es toda vida humana”, pero es también quien nos arranca una sonrisa mordaz en medio de ese ahogo, quien ironiza con la más patética realidad. Dile adios a la virgen no admite encasillamientos de tipo ni de lenguaje, fluye con la misma destreza de Octavio en ese angosto camino de la vida; esa narración que atraviesa riesgosos laberintos, logra la salida triunfal en una novela definitiva, rompe como Octavio con los dogmas, hiperboliza las desgracias con los sueños y hace trascender ese canto de desesperanza hacia toda la humanidad de su tiempo.
A los dos años de fundada, en el 2008, la Editorial Silueta tuvo la suerte de editar la primera novela de la pentalogía: El olvido y la calma en el orden cronológico y la cuarta en publicarse, titulada Barrio Azul. En ella, un niño llamado Tavi mira a través de la ventana la torre de la iglesia, una imagen donde un carnero muere y arrastra una cruz, resignado al sacrificio. Octavio es un niño y su mirada es ese caleidoscopio con el que observamos más que los colores, los matices de la vida. Los primeros años de quien vimos padecer en Siempre la lluvia y aplastado por las circunstancias en Diles adios a la virgen. En ella confluyen los afectos más intensos, la familia es una de esas obsesiones del autor y a veces la escritura, en un afán constante de atrapar el pasado y traer de regreso a los ausentes. En Barrio Azul, la muerte no es una razón para borrar una presencia. Los muertos se integran a los espejismos de Tavi. Su infancia está rodeada de fantasmas, donde hasta los doce vegueros ahorcados son seres omnipresentes que habitan los rincones de Jesús del Monte. Barrio Azul es una novela donde la acción es el paso del tiempo y esa lenta enseñanza del envejecimiento humano.
Por esos misterios del sincrodestino, Editorial Silueta publicó la primera novela de la pentalogía y hoy celebra, más que lanza, la que concluye su total publicación: El instante, la penúltima en el orden cronológico. Ese Alfa y Omega literario nos honra por varias razones, una de ellas es que hasta donde conozco, no existe en la literatura cubana contemporánea una larga novela cíclica en cinco tomos que abarquen desde la infancia hasta la muerte de un personaje. Cinco novelas que funcionando de manera independiente, al estilo de Juan Cristóbal, de Romain Rolland o En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, recojan, sin proponérselo tal vez, una parte fundamental de la intrahistoria cubana en los últimos 50 años. Y otra, por ese aporte a la literatura del exilio, donde más allá del dolor, el hilo conductor es la belleza, y la prueba palpable de que la literatura es un antídoto para el olvido.
Fotos/Blog Gaspar, El Lugareño (by Eva M. Vergara)
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