Card. Jaime Ortega saluda a Esteban Lazo, vicepresidente del gobierno de Cuba
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Mons. Wenski, arzobispo de Miami
Fotos/Getty Images
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Homilía pronunciada por el S.E.R. Cardenal Jaime Ortega Alamino, Arzobispo de la Habana, en la Misa de Clausura de la Peregrinación Nacional de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre. La Habana, 30 de diciembre de 2011.
Queridos hermanos y hermanas:
No brotan fácilmente las palabras que intentarían hacer el recuento de esta peregrinación nacional que ha llevado la imagen bendita de la Virgen de la Caridad del Cobre desde la Punta de Maisí hasta el Cabo de San Antonio, deteniéndose en cada ciudad, en cada pueblo, batey o cruce de caminos, visitando hospitales, hogares maternos o de ancianos, centros de estudio y recintos penitenciarios.
Puede contarse en millones el número de cubanos que han rezado a la Virgen de la Caridad, que han seguido a píe su recorrido en largas procesiones o que la han visto pasar con rostros emocionados, con lágrimas en los ojos. Pero no son contabilizables los buenos y altos sentimientos que ha generado a su paso por nuestro pueblo la Virgen de la Caridad. Lo íntimo, lo personal, lo hondamente espiritual puede detectarse algo en esos rasgos de los rostros que miran con devoción y súplica a la imagen que pasa, pero de modo más explícito quizás cuando nuestros hermanos y hermanas, adultos o jóvenes, hombres o mujeres, se acercan a nosotros, sacerdotes o diáconos, nos piden la bendición y en unas pocas palabras nos abren su corazón con frases tan comunes como enigmáticas: Padre, ¡qué falta nos hacía esto! ¡qué cosa tan grande es ésta! ¡gracias por lo que ustedes hacen por nuestro pueblo!
Y estas expresiones se han convertido para mí en preguntas que me hago, admirado, repetidamente: ¿por qué es un acontecimiento tan grande el paso de la imagen de la Virgen de la Caridad, aclamada y visitada por el pueblo en las esquinas, en parques o solares yermos? Al decir “grande” no están expresando nuestros hermanos cubanos las dimensiones de un espectáculo extraordinario, llamativo o de gran montaje, se trata del gran significado espiritual para su persona de esta presencia de la Virgen en sus vidas.
La exclamación que indica la necesidad de participar en un evento de ese género: ¡qué falta nos hacía esto!, revela una carencia espiritual que el paso de la Virgen de la Caridad ha venido a colmar. Hay requerimientos de orden espiritual en la vida de los seres humanos y, cuando se da la apertura a lo trascendente cristiano en nuestra vida, esto nos hace salir del encierro en nosotros mismos, nos abre a una relación renovada con los demás y despeja, por la esperanza que se genera en el corazón humano, las nubes que ensombrecen el futuro. La Virgen de la Caridad nos hace mirar desde más alto, y la vida se divisa distinta desde el balcón de la fe. Por todo esto nuestro pueblo nos ha dado gracias a nosotros, hombres de Iglesia, no porque estemos hallando soluciones mágicas a problemas económicos o sociales, sino por darles la posibilidad de reencontrarse a sí mismos de modo integral, como personas que no sólo tienen necesidades materiales, sino también de orden espiritual. Y esta vivencia la alcanzan casi siempre en medio de grandes grupos humanos de muy diversa composición social, lo que nos permite encontrarnos también como pueblo. Nos dan las gracias porque la Iglesia está ahí para propiciar todo esto. La Iglesia ha permanecido siempre en medio del pueblo, buscando todo lo que pueda aportar de bueno a ese pueblo nuestro para que su vida sea más feliz, por esto nos dan las gracias.
Sin embargo, no habría por qué agradecer lo que es deber fundamental de la Iglesia: velar por el bien integral del pueblo. Ése es también, justamente, su derecho. Pero la gratitud de nuestros hermanos proviene de esa intuición popular que sabe que la Iglesia se ha esforzado a través de los años por cumplir con ese deber, por ejercitar ese derecho y lo ha ido alcanzando, sin cejar en su empeño, progresivamente.
Por esto quiero hacer llegar también a las más altas autoridades de la nación nuestro reconocimiento: por respetar este derecho y facilitar nuestro deber. De esto ha sido una muestra la disponibilidad y el apoyo brindado por las instancias oficiales para la realización de esta peregrinación de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre.
Ha culminado brillantemente este andar misionero de María de la Caridad en nuestra Capital en los días de la celebración de la Navidad. Ha sido como un regalo navideño para los habaneros experimentar entre nosotros la presencia de la Virgen, que nos trae a Jesús niño estrechándolo sobre su corazón.
Gracias, queridos hijos de La Habana (y aquí incluyo a los de Mayabeque y Artemisa que son también mis diocesanos) por el cariño y la veneración con que ha sido acogida la imagen de María de la Caridad y por las muestras de afecto a su obispo, que ha tenido la oportunidad y la dicha de proclamar entre ustedes la buena noticia de Cristo Salvador.
En la noche santa del Nacimiento de Jesús los ángeles cantaron “gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. En las oraciones de nuestros hermanos, aquellas que brotan espontáneamente frente a la imagen de la Virgen de la Caridad, o las que formulan en voz baja como súplica personal, ocupa la Paz el primer lugar: ¡que haya paz! ¡que la Virgen nos traiga la Paz! Aquí de nuevo hay un significado amplio y profundo de la palabra Paz. Es un deseo de Paz a escala mundial, pero también y sobre todo en Cuba: que nada ni nadie pueda perturbar esa Paz, que haya paz entre nosotros como hijos de un mismo pueblo, que vivamos en paz en el seno de la familia, con quienes nos rodean en el vecindario o en el medio laboral, que haya paz también en el corazón de cada uno, que no tengamos remordimientos de conciencia, ni guardemos rencor a nadie, que nuestros seres queridos no tengan problemas. Nuestro pueblo aprecia la Paz como un bien superior y ha orado mucho pidiendo a la Virgen de la Caridad la Paz que incluye la reconciliación.
En la celebración eucarística de hoy estamos anticipando este año en La Habana la tradicional Jornada Mundial de oración por la Paz, que se celebra cada año el 1º de enero. El Santo Padre da a conocer siempre un mensaje para esta Jornada.
Este año Su Santidad Benedicto XVI, extendiendo su mirada sobre el mundo de hoy y el año que concluye, nos dice: “Es verdad que en el año que termina ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad, al mundo del trabajo y la economía; una crisis cuyas raíces son sobre todo culturales y antropológicas. Parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad la luz del día. En esta oscuridad, sin embargo, el corazón del hombre no cesa de esperar la aurora”.
Y al constatar esta preocupante realidad, fija el Papa su mirada en los jóvenes, para levantar su esperanza: “Se ha de transmitir a los jóvenes el aprecio por el valor positivo de la vida, suscitando en ellos el deseo de gastarla al servicio del bien. Éste es un deber en el que todos estamos comprometidos en primera persona”. Y continúa el Papa:
“Las preocupaciones manifestadas en estos últimos tiempos por muchos jóvenes en diversas regiones del mundo expresan el deseo de mirar con fundada esperanza el futuro. En la actualidad, muchos son los aspectos que les preocupan: el deseo de recibir una formación que los prepare con más profundidad a afrontar la realidad, la dificultad de formar una familia y encontrar un puesto estable de trabajo, la capacidad efectiva de contribuir al mundo de la política, de la cultura y de la economía, para edificar una sociedad con un rostro más humano y solidario. Es importante que estos fermentos, y el impulso idealista que contienen, encuentren la justa atención”.
Esta situación de la Juventud mundial ha hecho que el Papa Benedicto XVI dedique a los jóvenes su mensaje para esta Jornada Mundial, y en su título propone el Papa: “Educar a los jóvenes en la Justicia y la Paz”. Se dirige el Santo Padre en su mensaje directa y familiarmente a los jóvenes: “Queridos jóvenes, ustedes son un don precioso para la sociedad. No se dejen vencer por el desánimo ante las dificultades y no se entreguen a las falsas soluciones, que con frecuencia se presentan como el camino más fácil para superar los problemas. No tengan miedo de comprometerse, de hacer frente al esfuerzo y al sacrificio, de elegir los caminos que requieren fidelidad y constancia, humildad y dedicación. Vivan con confianza su juventud y esos profundos deseos de felicidad, verdad, belleza y amor verdadero que experimentan. Vivan con intensidad esta etapa de su vida tan rica y llena de entusiasmo”.
Esos consejos del Santo Padre a la juventud del mundo son perfectamente aplicables a la juventud cubana, no sólo porque los jóvenes cubanos están envueltos por una cultura o subcultura global, sino también porque el ser humano es antropológicamente el mismo en cualquier latitud: los jóvenes cubanos tienen, como otros jóvenes del mundo, las mismas ansias de felicidad y de realización personal, quieren seguridad para el futuro y desean se les hable en un lenguaje nuevo en clave de comprensión y amor.
En esta peregrinación de la Virgen de la Caridad han sido numerosos los jóvenes que han estado presentes, sorprendentemente atentos a nuestras palabras, acercándose para pedir con reverencia la bendición: muchachos y muchachas, deportistas, estudiantes universitarios, trabajadores. Muchos están bautizados, otros no, pero la fe es un don de Dios que toma por asalto muchos corazones. Y se cultiva ciertamente en la familia. Las familias cubanas, pobremente educadas en la fe católica, con un cristianismo desdibujado en nuestra sociedad, han sabido, sin embargo, transmitir a sus hijos el sentido de lo sagrado y el respeto a Dios, que favorecen los sentimientos religiosos y aún la misma fe. Tengo una visión renovada de la juventud cubana al ver la actuación personal o grupal de los jóvenes en estas celebraciones de la Virgen de la Caridad.
Comprendí existencialmente cuánto aprecian y necesitan los jóvenes cubanos y los hombres y mujeres de cualquier edad en Cuba la institución familiar. Si la paz ha sido la primera de las súplicas a la Virgen, la familia le sigue de cerca los pasos ¡Qué atención cuando les decimos que la Virgen de la Caridad viene a sembrar amor y unidad en la familia, a reconciliar a familias rotas o divididas!, ¡qué asentimiento mostrado con signos de cabeza, con aplausos, con palabras aprobatorias al hablar de la fidelidad, la durabilidad, el espíritu de sacrificio y la necesidad del perdón que hay en el amor verdadero!
Hoy celebra la Iglesia la Fiesta de la Sagrada Familia, las lecturas bíblicas evocan los elementos necesarios para que el amor familiar perdure. El Santo Padre Benedicto XVI nos recuerda en su mensaje para la Jornada de la Paz de este año que: “la familia es la célula originaria de la sociedad. En la familia es donde los hijos aprenden los valores humanos y cristianos que permiten una convivencia constructiva y pacífica. En la familia es donde se aprende la solidaridad entre las generaciones, el respeto de las reglas, el perdón y la acogida del otro. Ella es la primera escuela donde se recibe educación para la justicia y la paz”.
Queridos hermanos y hermanas: esos valores humanos y cristianos están vivos, aunque apagados, en nuestras familias cubanas, en nuestro pueblo y no los podemos perder, hay que cultivarlos. El paso de la Virgen de la Caridad no sólo ha hecho comprender a nuestro pueblo, al avivar las brasas humeantes del corazón del cubano, la importancia, y aún la primacía, de los valores espirituales cristianos, nos ha abierto los ojos también a nosotros, obispos y sacerdotes, pastores de este pueblo, sobre el reclamo de nuestra gente de ser esclarecidos, iluminados, apoyados en esos valores que desean vivir.
Recuerdo en el barrio de San Agustín, bajo un sol de mediodía en este invierno sin frío, en una gran plaza llena de personas, cuando ya la voz no me acompañaba para continuar, dí el micrófono a otro sacerdote que siguió hablándoles a aquellas dos mil personas por veinte minutos más y cuando el padre les dijo: “ya es demasiado, ustedes y yo estamos de pie al sol”, gritaron: “Siga, siga, esto no se da todos los días”.
¡Hablando a nuestros hermanos cubanos largo rato de valores, de las cosas del espíritu, y que la sed de ello pida continuar escuchando…!
Creo, queridos hermanos que tienen responsabilidades en el gobierno cubano, que esta lección de nuestra Madre y Patrona, la Virgen de la Caridad del Cobre, les está también diciendo algo a ustedes, como nos lo dice a nosotros.
Cuánto tenemos que trabajar juntos, todos unidos, por el bien integral del pueblo cubano. En este esfuerzo también la Caridad nos une.
A este empeño nos alienta ya la futura y cercana visita del Papa Benedicto XVI a Cuba. La huella dejada en los corazones de nuestro pueblo por la peregrinación misionera de la Virgen de la Caridad y la próxima visita del Santo Padre, nos invitan a mirar con confianza el año 2012 que va a comenzar, que será además un año de júbilo por celebrarse en él los 400 años del hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad. Esperando peregrinar hasta su Santuario del Cobre, pedimos a nuestra Madre y Patrona que interceda por nosotros para que en Cuba reine la paz y la fraternidad que nuestro pueblo ansía, por todos los que tienen responsabilidades de gobierno en nuestro país, para que puedan continuar avanzando sin tropiezos esas necesarias transformaciones en la vida económica y social que espera el pueblo cubano, y para que la Iglesia Católica en Cuba pueda llevar adelante la ingente tarea pastoral que el recorrido de la Virgen de la Caridad nos deja planteada, que tendrá su primera expresión en la celebración del Año Jubilar y en la próxima visita del Papa Benedicto XVI, peregrino de la Caridad.
Santa María de la Caridad del Cobre: Tú has estado siempre en nuestra historia pasada y presente, fueron los pobres los que hallaron tu imagen: dos mestizos de blanco e india y un niño negro ignominiosamente esclavizado. Más tarde, en tu morada del Cobre fueron liberados los esclavos mucho antes que en ningún otro sitio de Cuba. A tus pies los mambises triunfantes celebraron en tu Santuario del Cobre, con una Misa Solemne, la victoria sobre el dominio colonial. Los veteranos de aquellas luchas pidieron al Papa Benedicto XV te declarara Patrona de Cuba y así sucedió. El Beato Juan Pablo II te coronó como Reina y Patrona de todos los cubanos en su histórica visita a nuestra patria. En atención al IV Centenario del hallazgo de tu bendita imagen, el Presidente Raúl Castro ha concedido el indulto a unos 3.000 encarcelados que pudieron casi todos llegar a sus casas el día de Navidad. Para peregrinar hasta tu imagen, en el año jubilar que se avecina, visitará nuestro país el Papa Benedicto XVI. Gracias, Madre, por tantos dones, ven de nuevo sobre las olas a veces agitadas de nuestra historia y con tu manto, que las aguas nunca pudieron salpicar, cúbrenos a todos los cubanos, también a los que viven fuera de Cuba o se hallan en misiones de servicio en otros países.
Virgen de la Caridad, únenos, por ti queremos llegar reconciliados a Jesús, Él que vive y reina por los siglos de los siglos.
Texto tomado del website de la COCC