La señora Carmen Laisa
por Félix Luis Viera
La señora Carmen Laisa era agente de una compañía de seguros y tenía la boca tan grande como si no tuviese fin, y lo senos vendrían a ser tan grandes como el fin que pudiese hallársele a la boca. Una tarde, la señora Carmen Laisa se encontró con el poeta, no más que un cabal desconocido en la infinita ciudad de México y para quien esta ciudad era desconocida.
La señora Carmen, agente de una compañía de seguros, buscaba a alguien con quien aliviar su soledad (habitaba, sola, una casa inmensa que la soledad hacía más inmensa) arrullada únicamente por dos gatos y un canario.
Como tantas de sus conciudadanas, la señora Carmen Laisa, de treinta y cuatro años (al menos, esta fue la edad que ella confesó) poseía una hermosa voz —algo así como si el jazmín, el clavel, tuvieran voz a dúo— y esto fue, sospecha el poeta, quizás lo más amado que halló en ella. Y así surgieron las primeras discrepancias: la señora Carmen –ya se ha dicho que trabajaba en una compañía de seguros— pretendía que el poeta gustara más de sus senos (una novela en doce tomos), del esplendor que aún subsistía en la piel de su vientre, de sus afilados ojos color café, de sus dientes con esa rotundidad de las pirámides, del aguacero en su vagina, del pozole que guisaba los domingos, que de su voz.
Ya se ha dicho que ella tenía —aproximadamente—treinta y cuatro años, y donde trabajaba; de modo que quizás fuese por esto último que nunca entendió el susurro del poeta, recién llegado a la tierra de ella y platicador de lunas y vagos presentimientos. Todo parece indicar que la señora Carmen no buscaba amores, ni siquiera afecto; buscaba paliar la soledad con alguien del sexo contrario (quizá hasta con un policía). Quería otro plato —masculino— en la mesa y tres calzones de varón en la tendedera.
Buscaba asimismo, al parecer, solo el cómplice sexual: si alguna vez reveló amar al poeta, fue en esos instantes en que se hallaba penetrada hasta más allá de los confines, mientras él libaba las atlántidas, sus senos, y ella, con su boca interminable, ululaba como si se le estuvieran cerrando todas las heridas.
El poeta palidecía como una azucena que fuese el objeto sexual de una mujer (es decir, de la señora Carmen) y comenzó por odiar al canario y a los dos gatos para, finalmente, aborrecer a la dueña como solo se aborrece a las bombas.
La historia terminó cuando ella, una mañana, le dio al poeta cuatro órdenes (como si él fuera el soldado de la sargenta Laisa), y en la tarde echó a un lado (con el gesto y la expresión de quien aparta de sí un orinal repleto) unos poemas recién escritos que él estaba revisando. Él, entonces, quedó en un duermevela y escuchó con cuánta ternura la agente de seguros trataba a Baldomero (el canario) y a César y Misha (los gatos). Y así, el poeta, con sus escasísimas pertenencias y su billetera más bien abstracta, se fue a la mañana siguiente.
Sin saber ni remotamente adónde iba.
Febrero de 1996
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Ilustración: Antonio Guerrero
"La gran cosa"
22"x28"
color pencil and ink on paper
year:©2009
http://guerreroart.blogspot.com/
"La gran cosa"
22"x28"
color pencil and ink on paper
year:©2009
http://guerreroart.blogspot.com/
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Félix Luis Viera (Santa Clara, Cuba, 1945). Poeta, cuentista y novelista. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la Uneac*, 1976, Ediciones Unión, Cuba), Prefiero los que cantan (1988, Ediciones Unión, Cuba), Cada día muero 24 horas (1990, Editorial Letras Cubanas), Y me han dolido los cuchillos (1991, Editorial Capiro, Cuba), Poemas de amor y de olvido (1994, Editorial Capiro, Cuba) y La patria es una naranja (Ediciones Iduna, Miami, EE UU, 2010, Ediciones Il Flogio, Italia, 2011); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983, Ediciones Unión, Cuba), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983. Editorial Letras Cubanas. Reedición 1986) y Precio del amor (1990, Editorial Letras Cubanas); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988. Ediciones Unión, Cuba), Serás comunista, pero te quiero (1995, Ediciones Unión, Cuba), Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002, Editorial L´ Ancora del Mediterraneo, Italia, 2005), la noveleta Inglaterra Hernández (Ediciones Universidad Veracruzana, 1997. Reediciones 2003 y 2005) y El corazón del Rey (2010, Editorial Lagares, México). Su libro de cuentos Las llamas en el cielo es considerado un clásico de la literatura de su país. Sus creaciones han sido traducidas a diversos idiomas y forman parte de antologías publicadas en Cuba y en el extranjero. En su país natal recibió varias distinciones por su labor en favor de la cultura. Fue director de la revista Signos, de proyección internacional y dedicada a las tradiciones de la cultura. En México, donde reside desde 1995, ha colaborado en distintos periódicos con artículos de crítica literaria, de contenido cultural en general y de opinión social y política. Asimismo, ha impartido talleres literarios y conferencias, y se ha desempeñado como asesor de variadas publicaciones.
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