Gen. Fulgencio Batista, smiling with upraised hands, is surrounded by Cuban soldiers at Camp Colombia, the Cuban army base, during the revolution, March 11, 1952. Batista is the new leader of Cuba. (AP Photo/Harold Valentine) (Nota del blog: El pie de foto de AP lo copio textual como fue publicado en ese momento por la agencia de noticias)
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Sesenta años de dictadura
por Félix Luis Viera
Se cumplen este 10 de marzo de 2012. Yo tenía siete años de edad cuando allá, en el barrio —marginal—de mi infancia mi mamá me dio la orden de salir a la acera y gritar “¡Viva Batista!”. Así lo hice, sin saber por qué. “Hay que estar al día”, me explicó mi mamá luego. Recuerdo que un tiempo después leí en la revista Bohemia algunos reportajes que llamaban a Fulgencio Batista y sus acólitos “marzistas”; qué cábala.
A Batista, buena parte de lo que siete años después sería un pueblo trabajador, entusiasta, revolucionario y miliciano, le decía, con cariño, el Indio y lo preveía con el lema “Ese es el hombre”. Por aquellos años ya había llegado la televisión al barrio—Emelina, la dueña del único aparato que había cobraba dos centavos por tanda. Vi a Batista por televisión entonces y luego. Muchas veces. El otrora sargento taquígrafo, bien recuerdo, gustaba vestirse con traje de dril 100. Dicen los que saben que aquel dictador Fulgencio Batista y Zaldívar mantuvo la economía cubana enhiesta, pero le dio mucho poder a los militares y cometió otras venalidades.
Todavía no he encontrado quien me aclare, al ciento por ciento, si la condición de asesinos de Batista y su clan hubiera aflorado si el otro, el “marxista”, no lo hubiera emplazado mediante el asalto al Cuartel y Moncada y lo que siguió.
Fulgencio Batista y sus súbditos asesinaron a muchas personas, hombres sobre todo, que simpatizaban o militaban en el Movimiento 26 de Julio, de Fidel Castro. Y torturaban: sacaban uñas, aplastaban testículos, apagaban cigarros en la piel de los prisioneros, etc. Allá en el barrio perdimos a buenos amigos, de los “grandes”, como el boxeador Bayoya o el zapatero Dinamo o Ángel Mantecadito, víctimas de la tiranía batistiana.
Así las cosas en toda Cuba, la inmensísima mayoría de los cubanos anhelaba que el Movimiento 26 de Julio y el Ejército Rebelde, ambos de Fidel Castro, así como las demás guerrillas revolucionarias que luego se pondrían bajo el mando de este, triunfaran. Y así fue: la victoria se declaró el 1 de enero de 1959.
No pocos analistas plantean que si Fulgencio Batista hubiese sido más listo no le hubiera hecho el juego a Castro, reprimiendo, Batista, cada vez más y más, sumando así cada vez más a la población en favor de la revolución prometida por el de Birán.
Aquel primero de enero de 1959 yo tenía 13 años y volví a gritar, solo cambiando el nombre “¡Viva Fidel Castro!”. Esta vez mi mamá no tuvo que ordenármelo.
El comandante Castro había prometido, desde que estaba alzado en la Sierra Maestra, democracia, elecciones libres, distancia del comunismo y otras bondades que luego no cumpliría.
A los dos años aproximadamente de haber tomado el poder, al fin Castro dijo: “Elecciones para qué”, declaración que llevó a Ganzúa, marido reconocido de la Chelo, matrona del bayú quizás más grande de Santa Clara, a exclamar allí en una cuatroesquinas: “Muchachos... esto se jodió”. Y se fue de Cuba al poco tiempo Ganzúa, con lo que queda demostrado que los hombres visionarios no son precisamente aquellos que cursan la universidad o están reconocidos como intelectuales.
Desde el 10 de marzo de 1952 hasta hoy, han pasado 60 años. Desde entonces, descontando las eleccioncitas que armó el batistato en 1958, que finalmente no constan, ningún cubano de entonces y de después ha votado, en Cuba, en elecciones presidenciales.
Yo voté por primera vez en mi vida precisamente a los 60 años de edad. Aquí en México. Ninguno de los tres candidatos presidenciales era gran cosa. Pero me di el gusto de escoger entre tres, y tachar a dos. Qué placer.
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Félix Luis Viera (Santa Clara, Cuba, 1945). Poeta, cuentista y novelista. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la Uneac*, 1976, Ediciones Unión, Cuba), Prefiero los que cantan (1988, Ediciones Unión, Cuba), Cada día muero 24 horas (1990, Editorial Letras Cubanas), Y me han dolido los cuchillos (1991, Editorial Capiro, Cuba), Poemas de amor y de olvido (1994, Editorial Capiro, Cuba) y La patria es una naranja (Ediciones Iduna, Miami, EE UU, 2010, Ediciones Il Flogio, Italia, 2011); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983, Ediciones Unión, Cuba), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983. Editorial Letras Cubanas. Reedición 1986) y Precio del amor (1990, Editorial Letras Cubanas); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988. Ediciones Unión, Cuba), Serás comunista, pero te quiero (1995, Ediciones Unión, Cuba), Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002, Editorial L´ Ancora del Mediterraneo, Italia, 2005), la noveleta Inglaterra Hernández (Ediciones Universidad Veracruzana, 1997. Reediciones 2003 y 2005) y El corazón del Rey (2010, Editorial Lagares, México). Su libro de cuentos Las llamas en el cielo es considerado un clásico de la literatura de su país. Sus creaciones han sido traducidas a diversos idiomas y forman parte de antologías publicadas en Cuba y en el extranjero. En su país natal recibió varias distinciones por su labor en favor de la cultura. Fue director de la revista Signos, de proyección internacional y dedicada a las tradiciones de la cultura. En México, donde reside desde 1995, ha colaborado en distintos periódicos con artículos de crítica literaria, de contenido cultural en general y de opinión social y política. Asimismo, ha impartido talleres literarios y conferencias, y se ha desempeñado como asesor de variadas publicaciones.
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