Foto/Liset Cruz (website SmugMug)
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Fragmento de "Tania",
novela en proceso de creación
por Félix Luis Viera
Cuando murió la Caru su hijo el Chirri resolvió en la farmacia de Tania dos botellas de alcohol de 90 grados. El otro hijo, Basilito, fue el causante inocente de su muerte. Enseguida que mezclaron el alcohol con agua, todavía caliente, el padre, Lorenzo, le empezó a dar a la botella con una determinación que yo nunca le había visto. Habían avisado que a la Caru la llevarían para la funeraria más tarde. Estaba en el hospital, muerta, de pronto, de un golpe. Nosotros en su casa, llena. Se nos está acabando la familia, repetía el Chirri mientras se daba golpes de alcohol en un vasito de cartón. Alguien preguntó o se preguntó en voz baja dónde se pueden conseguir vasitos de cartón en estos tiempos. Otro alguien respondió también en voz baja creo que en la shopinng. El Chirri repetía la misma frase, se nos está acabando la familia, entre sollozos y alcoholazos, sin pararse a pensar que todas las familias se acaban. Que todo se acaba. No le pasó por su mente que, para que su familia existiera y se muriera, antes debieron aparecer y acabarse otras, millones y millones infinitos a todo lo largo de las eras. La Caru no llegaba a la funeraria según noticias y alguien dijo se está acabando el alcohol. Basilito estaba moribundo, allá en un pueblo llamado —quién sabe por qué— Zulueta. Cuántas veces le dije a Basilito que dejara el cigarro, repetía Lorenzo, el padre. La casa: una sala enana, un comedor-cocina y un baño atrás; en el patiecito de tierra, un limonero. La Caru vendía limones cuando el limonero daba. El cáncer que le había metido mano a Basilito, según los médicos, era de los rapidísimos, candela corriendo por la yerba seca; candela corriendo hasta el fondo de los pulmones de Basilito; quien moriría joven, o al menos no viejo (da lo mismo, pensé decir varias veces, pero no lo hice). Lorenzo, el padre, se cagó en la hora en que Basilito se había casado con aquella mujer de Zulueta, tan lejos. Lo dijo en alta voz, sollozando. Y se metió otro trago. En eso llegó Tania y se sacó del bollo par de botellas de alcohol 90. Es decir, las traía metidas por entre el blúmer, los muslos, el bajo vientre. Vestía la bata de farmacéutica, abombada, como si estuviera al parir. Cojones, que ya ni cuando se muere alguien hay chocolate para resistir la noche ni bebida para emborracharse, que dice mi mamá que en sus tiempos... Y recostó las botellas en un rincón. Pero si hubiera chocolate sería para por la noche, si ni siquiera sabemos dónde está la muerta, murmuró alguien. Camino a la funeraria, murmuró otro alguien. En la funeraria dan un vasito de café por persona, cada cuatro horas más o menos, a los dolientes. Dijo otro cuando yo miraba el limonero y pensé quién vendería ahora los limones. Todos se quejaban del calor, estábamos atrabancados en la salita y el único cuarto —donde dormían la Caru, Lorenzo y el Chirri— ya estaba copado también por parte de la gente. Tania tiene buenos muslos. Ahora, cuando se sacó las dos botellas, se vieron. Contrastaban con la falda azul que enseguida regresó de golpe, como una salación, sobre los muslos, después de sacarse el par de botellas. Es de pinga, dijo alguien cuando se fue a subir en el triciclo. Ya Tania, abrazada al Chirri, besándolo, dándole consuelo con las palabras y las manos, iba en otro triciclo de adelante. La avenida estaba calcinando, uno sentía el asfalto quemándole el culo. Una caravana de triciclos en dirección a la Caru, allá en la funeraria. No me gusta que otro hombre me vaya llevando a pulmón limpio halando un triciclo con los pedales y menos en medio de tanto calor y cuesta arriba hacia la funeraria. Le dije al que iba conmigo en el otro asiento del triciclo. Son viajes que uno paga con su dinero, hay quien nace para jalar el triciclo y hay quien para que lo lleve el triciclo. Me pareció que era un poco hijoeputa lo que me respondió, pero era un buen vecino, no le dije nada. Ya casi todo el mundo es hijoeputa porque la miseria acaba con la bondad, me dijo Tania hace días. Así mismo le dije al psiquiatra, aunque no le aclaré que eran palabras de Tania, y luego me arrepentí: el psiquiatra me soltó una muela heroica sobre la preservación de la nobleza en los tiempos difíciles, según el novelista francés Víctor Hugo, dijo, y otra sobre la necesidad del Período Especial decretado por el Comandante en Jefe Fidel Castro. Le dije que tenía razón. Recuerda que en el comunismo hasta los psiquiatras son comunistas, te pueden joder, no sueltes el aparato de hablar más de lo debido, me ha aconsejado siempre Tania. Pero yo nunca me meto en el tema del Período Especial, es una estupidez rastrera decirle Especial a algo parecido al Fin del Mundo, me ha dicho Tania; uno debe emplear la mente en algo más complejo, como ese juego de cerebro que nos traemos el psiquiatra y yo. Sabía que en la funeraria me iba a encontrar con Coquito, me dijo coño, socio, pero cómo estás sudando. Estaba sudando tanto por la pena de ver sudar al tipo que me trajo en el triciclo, le dije. Hacía unos días yo me había encontrado con Coquito y él me había dicho que trabajaba en esta funeraria. No le habían dado chance de estudiar otra cosa por el momento, y el Gobierno lo había puesto en este trabajito. Como me había dicho el otro día me dijo ahora: Qué odio le tengo a esa cabrona María Antonia. La profesora de gramática. No había sido la culpable. Fue Coquito. Se sacó la pinga en un pasillo: creyó ver a una de las alumnas amigas de nosotros. En defensa de Coquito: muy parecida a María Antonia la profesora. Inmensa pinga que tiene Coquito, es popular, y extendida a todo temple, según se asegura que dijo con otras palabras la profesora cuando lo llevó a la dirección, todavía con la pinga afuera, ya imagina uno. San Antonio, qué pánico se habrá dado la profesora. Pasará el tiempo y me la voy a singar, me dice Coquito como segundo o tercer saludo en la funeraria. Ideas de él. Es un erotómano, un soñador de esos que piensan que se pueden singar hasta a la Miss Universo, me ha dicho Tania. Por allá nos vemos si se me muere alguien, deja ver le contesté a Coquito cuando nos encontramos el otro día. Murió de un golpe en la cabeza, le respondí en la escalera de la funeraria, y lo más jodido es que cuatro veces quiso matarse con mano propia y nunca pudo: las cuatro veces la salvaron y luego la trataron en el psiquiátrico y quedó piano, cuerda, lúcida, lista para no tirarle a la muerte con su misma mano jamás. Y de pinga, ahora se murió sin querer, comenta Coquito y no le digo que yo también estoy en tratamiento psiquiátrico (o quizá ya me lo notó; o lo sabe). Ahorita te enseño una cosa, dice poniéndose el dedo índice transversal sobre la boca, pero entre tú y yo.
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Félix Luis Viera (Santa Clara, Cuba, 1945). Poeta, cuentista y novelista. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la Uneac*, 1976, Ediciones Unión, Cuba), Prefiero los que cantan (1988, Ediciones Unión, Cuba), Cada día muero 24 horas (1990, Editorial Letras Cubanas), Y me han dolido los cuchillos (1991, Editorial Capiro, Cuba), Poemas de amor y de olvido (1994, Editorial Capiro, Cuba) y La patria es una naranja (Ediciones Iduna, Miami, EE UU, 2010, Ediciones Il Flogio, Italia, 2011); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983, Ediciones Unión, Cuba), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983. Editorial Letras Cubanas. Reedición 1986) y Precio del amor (1990, Editorial Letras Cubanas); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988. Ediciones Unión, Cuba), Serás comunista, pero te quiero (1995, Ediciones Unión, Cuba), Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002, Editorial L´ Ancora del Mediterraneo, Italia, 2005), la noveleta Inglaterra Hernández (Ediciones Universidad Veracruzana, 1997. Reediciones 2003 y 2005) y El corazón del Rey (2010, Editorial Lagares, México). Su libro de cuentos Las llamas en el cielo es considerado un clásico de la literatura de su país. Sus creaciones han sido traducidas a diversos idiomas y forman parte de antologías publicadas en Cuba y en el extranjero. En su país natal recibió varias distinciones por su labor en favor de la cultura. Fue director de la revista Signos, de proyección internacional y dedicada a las tradiciones de la cultura. En México, donde reside desde 1995, ha colaborado en distintos periódicos con artículos de crítica literaria, de contenido cultural en general y de opinión social y política. Asimismo, ha impartido talleres literarios y conferencias, y se ha desempeñado como asesor de variadas publicaciones.
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