El Beso de Susana Bustamante,
novela para niños de todas las edades, de Sindo Pacheco.
será presentada por Carlos Pintado.
este viernes 18 de mayo a las 7:00 pm.
en Delio Photo Studio,
2399 Coral Way.
(305) 856-5632
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EL BESO DE SUSANA BUSTAMANTE
—historia de la pandilla más temible del mundo—
CAPÍTULO III
UN JURAMENTO SIN VALOR DE ALFAR
por Sindo Pacheco
José tomó la cuchilla de afeitar en su mano derecha y deslizó el filo por su brazo, casi a la altura del codo. De momento no ocurrió nada, pero casi enseguida, un hilito de sangre comenzó a asomarse primero, y luego a escurrirse lentamente.
—Te toca a ti ahora— dijo, pasándole la cuchilla al Abuelo.
El Abuelo la apretó entre sus dedos y la acercó a su antebrazo. Un sudor corría por su frente, y la pequeña hoja en su mano, temblaba.
—¿Tienes miedo?
—No, es un mareo. A mí me da mareos la sangre.
—¿Y cómo vas a hacer en medio de un combate? —dijo Rafa.
—Es distinto, con la sangre caliente es otra cosa.
José le arrebató la cuchilla.
—A ver, mira para allá.
El Abuelo cambió la vista y, como un relámpago, José deslizó el filo por su brazo. La sangre comenzó a salir a toda prisa.
—Cortaste más de la cuenta— se quejó El Abuelo, llevándose la herida hasta la boca.
José le dio la cuchilla a Rafa que acto seguido imitó la operación, pasándola después a Chencho, y luego Chencho a Cuatrojos, que enseguida empezó a protestar. No entendía por qué era necesaria tanta sangre para hacer un simple juramento.
—Porque sí, Cuatrojos, los juramentos son así.
—¿Y si decimos palabra de hombre, no estamos jurando también?
—La palabra de hombre sólo tiene valor de alfar.
—¡Valor de alfar!
—Sí, valor de alfar. Únicamente sirve para asuntos de rutina, como prometer un dinero, pagar una deuda y esas cosas; pero cuando se trata de dar la vida uno por el otro, el juramento debe ser así, con sangre.
Me pasaron a mí la cuchilla y me hice el corte, sin protestar, ni poner cara de infeliz.
Acto seguido unimos los brazos, y José iba embarrando su dedo con la sangre de todos.
—De ahora en adelante, tienen que obedecerme en todo lo que diga —se volvió a Chencho y al Abuelo—. Y ustedes pueden ir botando ya esas chivichanas. Esa época pasó. Nada de chivichanas ni patines ni demás boberías de chamacos. Ahora deben ser leales a mí, que en lo adelante me llamaré El Jefe.
—Sí, Jefe— dijo El Abuelo.
—Así es. Entonces voy a nombrar un segundo al mando, que viene siendo el subjefe. Ese cargo es para Rafa. Levanta la mano.
Rafa levantó su mano.
—Ésa no, imbécil, la mano donde está la sangre.
Rafa cambió de mano.
José subió la suya junto a la de Rafa.
—¡Vivan Los Halcones! —dijo El Abuelo.
—¡Vivan!
—¿Y para qué hace falta un surjefe?
—¡Subjefe, Chencho, no surjefe. Muy simple. Si en un combate o emboscada, o en cualquier asalto a un convoy, el jefe pierde la vida, automáticamente el subjefe ocupa su cargo y designa un segundo en la primera reunión. Casi siempre que muere el jefe, no pasan ni dos días cuando asesinan al subjefe.
—Yo no quiero ser subjefe —dijo El Abuelo.
—¡Silencio! —José sacó un papel de su bolsillo y lo abrió—. Voy a darle lectura al juramento, cada vez que yo pare, ustedes dicen: juramos, ¿entendieron?
Todos asentimos y José comenzó a leer:
—La Centella, la pandilla más temible del mundo…
—Juramos.
—¿Somos La Centella o somos Los Halcones? —preguntó Cuatrojos.
—Nada de halcones. La Centella es lo más temible que existe.
—¡La Centella!—dijo El Abuelo.
—Sí, es una cosa horrible de verdad. En una tormenta espantosa, por ejemplo, donde caen miles y miles de truenos, a veces cae una sola centella.
—¿Y qué es una centella? —preguntó El Abuelo.
—Es como mil truenos a la vez. Si le cae encima a un barco enemigo, lo quema por completo aunque esté en medio del océano —José alzó la hoja—. La Centella, la pandilla más temible de mundo…
—Juramos.
—¿Y si cae en un río, Jefe?
—¿En un río…? Igual, lo seca, lo quema de una punta a la otra, pero cállense ya, y no me interrumpan. La Centella, la pandilla más temible del mundo…
—Juramos.
—¿Y si cae en un lago?
—En un lago es distinto, sólo seca la mitad. Hacen falta dos centallas para quemarlo totalmente.
José volvió la vista a la hoja:
—La Centella, la pandilla más temible del mundo.
—Juramos.
—Derrotar a nuestros enemigos sean de donde sean y vengan de donde vengan.
—Juramos.
—Vengarnos de los secuestros, torturas, y atropellos cometidos contra cualquiera de nosotros.
—Juramos.
—Eliminar al resto de las pandillas, para que toda la población tiemble de miedo ante nosotros, incluyendo los maestros y la propia policía, dos puntos.
—Juramos.
—Obedecer a cabalidad las órdenes de El Jefe.
José puso la hoja en el suelo.
—Graben aquí sus huellas digitales.
Pusimos las huellas.
—Perfecto. Sólo nos falta conseguir la fosa para enterrar al desgraciado ése de Niceto.
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