Friday, May 25, 2012

"Sanctasanctórum" de Tinito (por Carlos Pintado)

por Carlos Pintado

Con la cautela de quien hunde sus dedos en la imprecisa certidumbre del agua, buscando nuevas honduras, espacios infinitos para que el verso, su verso, sea una revelación, un acto de fe o la confesión poética que ha de salvarlo o perderlo para siempre, Jesús “Tinito” Díaz inicia, con SANCTASANCTÓRUM, el inevitable ascenso al infierno-o paraíso- de la poesía. Antes ha descrito lugares recurrentes en la memoria: la casa, los objetos, sillas que “apenas sienten la levedad de un segundo”, recintos personales de oscuras simbologías en las que el poeta se mueve como el fantasma de sí mismo, suerte de Virgilio moderno conduciéndonos por un pasado que devuelve, verso a verso, la sagrada confesión del fuego primigenio. Después vendrán las sucesivas visitaciones al fuego proteico de llamas tentadoras. Después la revelación de toda una hagiografía intimista en la que, máscara a mascara, espejo a espejo, él será, a qué dudarlo, el exégeta mayor. Confiará al lector el lugar secreto y sagrado de su verso, sin anuencias permitidas, con la gracia de un salmo o de una liturgia desesperada. Tinito sabe que todo poema debe conseguir esa imagen reveladora que nos ofrecen los naipes en una lectura a medianoche cuando son tocados –después de herir la penumbra del cuarto- por el filo de luz de una lámpara de salvación. El poeta lo sabe y lo ejerce, por fortuna. Suyos son ya los naipes, el cuarto, la hora exacta en que deberán ser leídos los versos y la lámpara que ha lograr la pátina de los elegidos.

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